El mundo actual vive el protagonismo que asumió la transformación tecnológica, tanto en las tareas personales como en las empresariales. Es tal la preocupación sobre el tema que en sesión plenaria del Senado de la República a finales del mes de abril se aprobó, en último debate, el proyecto de ley que busca que internet se declare como un servicio público de carácter esencial y universal.
La transformación digital es uno de esos temas de moda del que todos hablan, pero del que se desconocen las realidades que afronta. Si bien se le ha dado ese rol trascendental que sin duda merece, acentuado con el cambio abrupto y de nuevas realidades que está configurando la pandemia, es importante destacar en este punto lo significativo que debería resultar en el poscoronavirus el hecho de que estas transformaciones sean no solo digitales, sino también culturales.
Aunque los países de la región han adoptado medidas para impulsar el uso de las soluciones tecnológicas, el alcance de esas acciones es limitado por las brechas en el acceso, el uso y las velocidades de conexión; realidades más que evidentes en nuestro país, en un panorama en donde la penetración de internet es peligrosamente baja y en algunos departamentos como el Amazonas o el Vichada no supera el 2 por ciento.
El escenario ha creado la necesidad de tener una apropiación digital que llegó para quedarse, pues varias actividades que anterior a la pandemia se realizaban en forma presencial, en la actualidad ya no se conciben de esa manera.
Sin embargo, hay una desproporción evidente de esa conectividad en esa Colombia Profunda de zonas remotas, donde hablar de apropiación digital es inapropiado cuando ni siquiera cuentan con una conexión a internet o la que tienen es precaria. Por ello, se hace primordial concentrarnos en cerrar la brecha digital, la del internet y luego la de la apropiación digital, lo cual debe ocurrir cuanto antes para zanjar las enormes diferencias de nuestro país.
Condiciones que evidencian informes como el de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), que reveló en un estudio de conectividad realizado en la región que las diferencias en la conectividad entre la zona urbana y la rural son significativas. Mientras en las urbanas el acceso a internet cubre el 67 por ciento de los hogares urbanos, en las rurales tan solo llega al 23 por ciento.
Un panorama que debe responder a la transformación cultural y debe ir de la mano con la tecnológica, entendiendo que en un país como el nuestro la diferencia entre los estratos económicos condiciona en gran medida el derecho a la educación y profundiza la brecha mencionada. Es claro que se debe aumentar no solo la conectividad y la infraestructura digital, sino también las habilidades digitales, con el objetivo de garantizar una educación inclusiva y equitativa, que promueva oportunidades de aprendizaje a lo largo de todo el ciclo educativo y forje ese recorte en la brecha que existe en este momento.
Bajo esta atmósfera, las empresas de telecomunicaciones han venido realizando un trabajo intenso en medio de este periodo en el que ha estado presente la emergencia sanitaria y que se ha traducido en inversiones para mejorar la infraestructura de la red, aumentar las capacidades disponibles, mejorar los equipos de conexión y adaptar la oferta a las nuevas necesidades.
Prácticas que han permitido conectar hogares y negocios en lugares remotos, como se logró con personas que jamás habían tenido internet, dado que no se tenían las ofertas para ello. El trabajo de MinTIC ha sido muy importante: por poner un ejemplo concreto, la conectividad de alta velocidad al Hospital San Rafael en Leticia, con el cual se atendió el primer pico de casos por covid-19 en Colombia a través de la telemedicina; así como para mitigar el aislamiento en las comunicaciones, soportar el monitoreo, mantener conectados e informados de la situación a los leticianos y darles la posibilidad a los estudiantes de seguir adelante con su formación académica.
Justamente, es en este camino en el que se deben articular los actores de este proceso que debe dirigirse a garantizar y universalizar la conectividad y asequibilidad a las tecnologías digitales. La situación que nos deja la pandemia debe ser el aluvión que nos sacuda para construir una sociedad digital inclusiva, fortaleciendo los lazos de cooperación definitivos para acortar la brecha y generar el cambio estructural progresivo a una naciente demanda, la cual implicará un esfuerzo de los países y los operadores privados para entregar un mejor servicio.