La pandemia generada por la covid-19 que puso a prueba a la humanidad: evidenció la fragilidad de los sistemas de salud, provocó la peor recesión económica desde la segunda guerra mundial y agudizó las brechas sociales. Sin embargo, también abrió una gran oportunidad para plantear nuevos modelos de desarrollo en los que la sostenibilidad jugará un papel estratégico en la reactivación y la regeneración del planeta y en el que las empresas podrán ser protagonistas de estos cambios.
De acuerdo con el documento ‘Repercusiones de la covid-19 en la próxima década’ elaborado por el proyecto Visión 2050 del Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible (WBCSD), la crisis instó la necesidad urgente de repensar y recuperar las economías, las comunidades y la biosfera.
Un tema que, de acuerdo con el documento, abrirá mayores posibilidades para que los mercados incluyan los impactos sociales y medioambientales de su operación dentro de sus cálculos financieros, lo que permitirá expandir los programa de sostenibilidad empresarial y la creación de nuevos incentivos que promuevan la resiliencia, la descarbonización y el crecimiento inclusivo.
“La contribución de las empresas a los esfuerzos para fomentar la resiliencia y la regeneración serán una fuente potencial de oportunidades en el mundo que suceda a la pandemia”, señala el documento.
Pero ¿cómo logran las empresas contribuir al alcance de estos propósitos generando beneficios compartidos?
Para los expertos, el nuevo concepto de responsabilidad social empresarial que ha venido sustituyendo las acciones filantrópicas y asistencialistas por iniciativas que se conectan mucho más con los modelos de negocio de las organizaciones, ha permitido que estos programas se incorporen a los objetivos estratégicos de las compañías generando valor a lo largo de su cadena de producción y beneficios para sus diferentes grupos de interés, todo en el marco de un desarrollo sostenible.
Esto quiere decir que las compañías pueden ser sostenibles en el largo plazo, gracias a que logran minimizar sus impactos, gestionan de manera anticipada y efectiva los riesgos propios de su operación y fomentan la innovación en productos y servicios que agregan valor en términos económicos, sociales y ambientales.
Para Eduardo Atehortua, director para América Latina de PRI (Principios de Inversión Responsable), iniciativa apoyada por las Naciones Unidas, los enfoques sobre los que se desarrollan las diferentes estrategias de responsabilidad social dependen del sector en el que opera la compañía, la necesidades que tiene y los riesgos que debe contemplar y minimizar.
“Es normal que las estrategias de responsabilidad social de un banco sean distintas a las de una empresa petrolera. Por ejemplo, en el caso de la primera uno de los componentes más importante de sus iniciativas debería ser la educación financiera para que sus usuarios entiendan y aprendan a manejar los productos que adquieren. En el caso de la segunda, los temas ambientales y sociales deben ser su mayor prioridad”, señaló el directivo.
De acuerdo con Atehortua, para lograr que estas estrategias estén bien encaminadas es necesario, por un lado, tener claro cómo se integran de manera eficiente a su cadena de valor y por otro, cómo benefician a sus diferentes grupos de interés (empleados, comunidad cercana a su operación, proveedores, clientes, gobierno, entre otros), a los que deberá identificar plenamente y mantener un diálogo transparente y permanente con estos para lograr que los proyectos que se desarrollen tengan el impacto esperado.
Réditos de la sostenibilidad
Para los expertos, la responsabilidad social empresarial tiene enormes beneficios, pues al dejar de ser un tema altruista se convirtió en una nueva forma de hacer negocios. Una en la que se encuentra un balance entre el crecimiento económico, el bienestar social y el justo y responsable aprovechamiento de los recursos medioambientales.
Un modelo que genera importantes réditos, lo que ha permitido que muchas compañía se sumen a estas iniciativas debido a que en un futuro cercano el tema será prioridad, por lo menos en el ámbito de las inversiones.
“Las prácticas de responsabilidad social generan una percepción de seguridad para los inversionistas, pues existe un menor riesgo de problemas de reputación, de posibles conflictos con sus grupos de interés y una menor vulnerabilidad frente a las crisis”, agrega Atehortua.
Son más rentables y productivas pues logran administrar de manera eficiente sus recursos, entre estos, energía, agua, otros insumos de operación, hasta su capital humano.
“La sostenibilidad es una forma de actuar y una decisión de negocio en busca de beneficios para toda la sociedad. Estudios de la Escuela de Negocios de Harvard muestran que, en un lapso de 20 años, empresas identificadas como sostenibles generaron mayor rentabilidad. Por cada dólar invertido alcanzaron 21 de retorno, mientras que en aquellas marcadas como no sostenibles el retorno fue de 15. Es muy importante que desde el empresariado sigamos promoviendo liderazgos con visión estratégica de largo plazo, que nos permitan promover un crecimiento económico sostenible”, señaló Juan Carlos Mora, presidente de Bancolombia.
No es extraño entonces que en 2020, en plena pandemia, se hayan emitido los primeros bonos sostenibles soberanos del mundo que buscan financiar temas de responsabilidad social. Ecuador y México fueron algunos de los emisores.
En Colombia, por ejemplo, el banco Davivienda emitió el primer bono social de género en Suramérica por 100 millones de dólares destinado a financiar el crecimiento de la cartera de las pequeñas y medianas empresas lideradas por mujeres, al igual que la compra de vivienda de interés social por parte de ellas.
De acuerdo con BID Invest, el 2020 cerró con el mayor volumen de bonos sociales de la historia de América Latina, lo que demuestra que la región está levantando sólidos cimientos en la construcción de la inversión sostenible.
Transición, un ejemplo a seguir
Aunque en el país el tema de los programas de responsabilidad social son más habituales entre las grandes empresas existen sectores que vienen haciendo una destacada transición entre sus pequeñas y medianas compañías. Entre estos está el lácteo que a través de compañías como La Catira Industria Láctea ha logrado demostrar que es posible hacer una reconversión productiva a ganadería sostenible baja en carbono en su red de proveedores y sus procesos de transformación y comercialización.
La Catira, ubicada en Cumaral, Meta, hace parte Proyecto Biocarbono Orinoquia, iniciativa del Gobierno Nacional que con el apoyo del Banco Mundial y a través de una estrategia para el sector privado incentiva prácticas sostenibles que mejoren la competitividad y el compromiso medioambiental a lo largo de toda su cadena productiva.
“Estamos trabajando en esa integración producción primaria-transformación- comercialización, para el logro de circuitos cortos de mercado con productos sostenibles y diferenciados bajos en carbono. Acompañamos a los productores para lograr la reducción de carbono desde su actividad agropecuaria y de forma complementaria apoyamos acciones para el manejo respectivo de efluentes derivados del proceso de transformación de alimentos. Además estamos buscando hacer una reconversión al uso de energías alternativas (fotovoltaica), reduciendo así las emisiones de gases efecto invernadero (GEI)”, señaló Sandra Bibiana Valero, gerente de la compañía. Una muestra más de que la sostenibilidad puede estar al alcance de todos.