El costo de la factura de internet no es algo tan accesible en Colombia. La conexión a ese servicio se metió del todo en la canasta de necesidades básicas de los hogares colombianos, pero no es tan masiva como suena en las estadísticas y el precio tiene mucho que ver.
En muchos hogares, la urgencia de tener internet se asemeja a la de un producto de consumo básico como el pan o la leche. Pero las posibilidades de pagar una factura de un servicio de banda ancha siguen siendo restringidas a unos pocos, y en mayor o menor medida reflejan el aumento del desempleo, la pobreza y la desigualdad.
En la actualidad, una caída en el servicio de conectividad implica que al menos un integrante de la familia estará en serias dificultades, ya sea porque aún continúa trabajando o estudiando desde la casa tras el reto que trajo consigo la pandemia. O por la necesidad de seguir en actividad en medio de las cuarentenas y aislamientos mediante la tecnología.
Pero, además, acceder a la conexión a internet y, más aún, a un servicio como el de banda ancha no es tan sencillo.
Que Colombia ha avanzado en cobertura es algo que no se puede desconocer. Sin embargo, también es cierto que la calidad del servicio sigue siendo algo muy exclusivo de los estratos con mayor capacidad de compra.
En el total nacional, según las recientes estadísticas del Dane, de 15.990.000 hogares, 8.312.000 contaban con acceso a internet. Es decir, eran de cierta manera privilegiados en medio de la crisis sanitaria y económica, puesto que había otros 7.678.000 hogares, principalmente los ubicados en las zonas más apartadas del territorio nacional, que aún se mantenían sin la posibilidad de ese beneficio. De esas cuentas se desprende que persiste una gran desigualdad en el acceso a la conectividad en términos de cercanía a la infraestructura necesaria para tener una señal.
Pero, además, hay una honda brecha en la disponibilidad de recursos para pagar un servicio de calidad, aunque sea el más barato.
Así lo evidencia el Índice de Calidad de Vida Digital 2020, realizado por Surfshark, una empresa proveedora de servicios de red privada virtual. Allí analiza la situación en 85 países de distintas latitudes y niveles socioeconómicos. En el ranking, Colombia ocupa el puesto 78 en la escala de asequibilidad a este servicio, medida a partir del costo del plan más barato para móvil y banda ancha. Colombia también se ubica en la casilla 83 como una de las naciones en las que más horas deben trabajar sus habitantes al mes para poder cubrir la factura de internet.
Es decir, que no es un servicio tan asequible en un país donde 63,8 por ciento de los ocupados gana hasta un salario mínimo.
En plata blanca
El cálculo realizado por Surfshark parte del salario promedio en cada país en el que se hace la medición. En Colombia, el sueldo medio es de 1,13 millones de pesos, cifra que, por demás, está muy cercana a la del salario mínimo: 877.803 pesos en 2020.
El ingreso medio, de 1,13 millones al mes, implica que un día laboral equivale a 37.666 pesos, con lo cual la remuneración por cada hora de trabajo es de 4.708 pesos.
En ese contexto, según el estudio, en Colombia se requiere destinar el monto devengado durante 11 horas y cinco minutos de trabajo al mes para cubrir la factura del servicio de internet de banda ancha más barato que hay entre los distintos oferentes.
Con base en el cálculo establecido en la investigación, el valor promedio de una factura en esta nación sería de 54.142 pesos, sin dejar de tener en el radar que hay planes desde 45.000 hasta 259.000 pesos o más, según el portal Celulares.com Colombia.
Comparaciones
En el mundo, de acuerdo con lo establecido en el estudio, una persona necesita trabajar en promedio 3 horas y 48 minutos: es decir, la tercera parte de lo que se requiere en Colombia para pagar la cuenta de internet de banda ancha más económica. El celular, entre tanto, necesita el equivalente a la remuneración por un tiempo de trabajo de 10 minutos en promedio, con lo cual se podría financiar 1 GB de los planes más baratos en datos móviles que se consiguen en el mercado.
Por esa mayor oportunidad de conectividad, en muchos hogares colombianos de escasos recursos, principalmente los ubicados en las zonas rurales, el celular se convirtió en una especie de balota con el premio mayor. Durante la época más cruda de la pandemia, maestros de las áreas apartadas del departamento de Córdoba, por ejemplo, tuvieron que armarse de paciencia y esperar para que el teléfono de una familia llegara a manos del estudiante, de manera que este pudiera enviar sus actividades académicas a la institución educativa. Inclusive, el móvil ni siquiera exige la tenencia de un plan de datos. En zonas rurales de Córdoba –siguiendo con el ejemplo– han existido casos en los que los mismos profesores abonan recargas de 10.000 pesos a los alumnos para que puedan cumplir con sus tareas. Con el servicio de internet sucede algo parecido a lo que pasa con la compra de los productos básicos de la canasta familiar. De acuerdo con la investigación de Surfshark, las personas, en 75 por ciento de los países que hicieron parte de la medición, tienen que trabajar más que el promedio mundial para pagar la factura por conectividad.
Más aún si de calidad se trata: el incremento en la demanda de servicios durante la covid-19 impactó la estabilidad de la conexión. Por eso, se encontró también que en 49 de los 85 países analizados experimentaron caídas en la conectividad del móvil y 44 tuvieron fallas en la velocidad de banda ancha. En ese caso, el tema no era por el monto del pago, que, en general (pues no es garantía), permite aumentar la calidad del servicio.
Pero en la vida cotidiana, más allá de lo sucedido en plena pandemia, el costo de internet es un fuerte indicador de desigualdad.
De un compendio de estadísticas suministradas por el Dane surgen algunas reflexiones. Por ejemplo, el hecho de que la penetración de internet en el estrato 1 de la población sea solo de 30,9 por ciento de los hogares, significa que la mayoría de las familias en ese estrato no pueden pagar una factura virtualmente, acceder al comercio electrónico o beneficiarse de la educación virtual.
De las 16.872.000 personas en el nivel 1 de la escala socioeconómica, 47,4 por ciento nunca utiliza el servicio de internet, panorama que se voltea en el estrato 6, donde 89,2 por ciento utiliza el servicio todos los días de la semana.
Para los campesinos de escasos recursos, el servicio de internet es aún más inaccesible. De 6.489.000 de personas mayores de 5 años, ubicadas en las áreas alejadas de la cabecera urbana (centros poblados y rural disperso), 62,3 por ciento no utiliza internet, mientras que 48,7 por ciento del estrato 6 ubicado en lo rural lo usa todos los días.
Ni qué decir de la brecha regional, que también da un buen indicio de las enormes desigualdades.Mientras en Bogotá el Dane registra que hay 74,9 por ciento de hogares con acceso a internet, en un departamento como Amazonas la penetración solo es de 10 por ciento.
Lección de la pandemia
Quedó claro que internet ya no es un servicio menor, ni es solo para ciertos nichos. Afecta la economía, la educación, la salud, el transporte y más actividades de la vida cotidiana. Así lo habían entendido ya los países más desarrollados que fueron avanzando en facilitar la asequibilidad.
En Canadá, por ejemplo, los trabajadores solo requieren 7 minutos de trabajo para pagar la factura, además cuentan con un buen servicio. Este país es el número uno en el escalafón de Surfshark con el costo más bajo en conexión de internet de banda ancha. Le sigue Japón, con un requerimiento de 38 minutos de trabajo al mes para financiar la conectividad. Alemania, con 46 minutos, y Estados Unidos, con 52, están en las siguientes casillas.
Por el contrario, los países con los que Colombia comparte los últimos lugares son Kenia (África), en donde es necesario que la persona disponga de 14 horas y 21 minutos de trabajo al mes para el pago de la factura, y Nigeria, que se ubica en el último lugar, porque allí un ciudadano tendría que trabajar 33 horas y 42 minutos del mes para poder tener el servicio de internet. En otras palabras, para los habitantes de los países peor ubicados en el escalafón, conectarse a internet por medio de un plan de servicio significa dejar de poner el pan en la mesa por, al menos, un día.