Usualmente para estas fechas era común ver a padres y madres preocupados por conseguir la lista de útiles de sus hijos. Las ferias escolares eran el escenario donde multitudes de familias buscaban cuadernos, libros, esferos y colores. El cambio de uniforme y la contratación de servicios de transporte escolar eran solo algunos de los afanes de los acudientes para esta época de regreso a clases, en el inicio de año.

Sin embargo, con la llegada del coronavirus y la cancelación de clases presenciales en el país, no solo se puso en jaque la continuidad del proceso educativo de millones de estudiantes en Colombia; también el sustento de las familias que dependen del comercio y la economía que funciona alrededor de los colegios.

“No hemos vendido un solo uniforme desde que empezó la pandemia”, dice con evidente resignación Yudy Chacón, diseñadora de modas que, junto con su familia, tiene desde hace un par de años una pequeña empresa de confección de uniformes escolares para varias instituciones educativas privadas del país. Cuenta que a pesar de no estar recibiendo ingresos, continuó pagando arriendo y servicios por cinco meses, pero era claro que en el corto plazo no regresarían los niños a los salones y, por consiguiente, nadie necesitaría un uniforme para estar en la casa. Trató de reinventarse confeccionando tapabocas y overoles, aunque al encontrar que había tanta oferta, no era productivo ni encontró mercado.

Yudy y Giovanny Chacón tienen una empresa de confección de uniformes desde hace un par de años; sin embargo, desde que empezó la pandemia no han vendido.

El drama se repite en muchos negocios similares. Ofelia Rodríguez vende camisetas y pantalones de uniformes en San Victorino al por mayor y al detal. No obstante, dice que este año casi nadie entra a su tienda: “Diría que he vendido 5 por ciento de lo que facturé el año pasado”.

A pesar de los pocos compradores, Ofelia continúa abriendo su local todos los días, con la esperanza de que cada vez más padres comiencen a enviar a sus hijos al colegio y, finalmente, las ventas mejoren. Explica que la situación no solo los afecta a ellos, sino también a los distribuidores de telas y textiles, con quienes no han podido ponerse a paz y salvo ni hacerles nuevos pedidos.

Los locales en San Victorino permanecen vacíos. Según los comerciantes de este tradicional sector, no han vendido ni el 10 por ciento de lo que registraban en otros años. | Foto: Guillermo Torres Reina

La situación no es exclusiva de las empresas de uniformes. Las tiendas de útiles escolares y libros de texto atraviesan una crisis parecida. La evidencia de ello son las populares ferias escolares, en las que decenas de locales se surtían especialmente para la época.

Vanessa Rodríguez coordina dos establecimientos de temporada en el centro de Bogotá desde hace algunos años, pero asegura que nunca había visto las calles tan solas para este tiempo: “No hemos vendido ni el 10 por ciento de otros años; antes éramos 14 compañeros trabajando y este año solo somos dos personas”.

La crisis se evidencia con solo ver las calles. En San Victorino, donde usualmente para estas fechas había decenas de locales dedicados exclusivamente a la feria escolar, ahora solo hay cuatro. “Con clases en casa, ¿quién me va a comprar un morral o una cartuchera?”, se pregunta Juan Carlos Pérez, propietario de un local de maletas, quien dice que mantendrá su negocio hasta junio con la esperanza de que finalmente vuelvan los colegios.

Y es que con las clases virtuales se acabaron las compras de grandes cantidades de cuadernos, esferos, lápices, colores y borradores, previendo que los más pequeños terminarían extraviándolos. Con la llegada del virus y la nueva normalidad de la educación, los gastos de las familias en útiles se redujeron ostensiblemente. En casa no es necesario comprar la misma cantidad de cosas que necesitaban al salir.

De acuerdo con un informe de la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco), el 61 por ciento de las familias manifestó que redujo su gasto en útiles escolares. El gremio de comerciantes confirma que mientras en 2020 el 69 por ciento de los hogares dijo destinar al menos 500.000 pesos para útiles (no incluye gastos de matrícula ni transporte), este año el 63 por ciento de las familias aseguró que no invertirá más de 400.000 pesos para ese rubro. Solo el 20 por ciento afirmó que destinaría más de 600.000 pesos para los útiles.

“Sin duda, la pandemia precipitó una reducción en los gastos en educación. La virtualidad y el aislamiento exigen un menor consumo de ciertos útiles escolares”, señaló el presidente de Fenalco, Jaime Alberto Cabal, quien hizo un llamado para que se reabran las instituciones educativas.

En detrimento del gasto en útiles, incrementó la compra de aparatos tecnológicos. Muchos hogares han tenido que comprar algún dispositivo.

El 28 por ciento de los encuestados por Fenalco compró computador (portátil, 18 por ciento, y de escritorio, 10 por ciento); 15 por ciento, impresora; 12 por ciento, tableta; 8 por ciento, memorias USB; 6 por ciento, una calculadora científica; 4 por ciento, un lector de libros digital, y 4 por ciento, un disco duro. Solo el 23 por ciento dijo no haber comprado aparatos tecnológicos.

Los comerciantes de uniformes y útiles esperan un pronto regreso a clases y que finalmente se empiece a adoptar masivamente el modelo de alternancia en el país, para lo cual será primordial superar el temor de los padres de familia. Pero hay un sector más que ni siquiera con el regreso de los estudiantes a los salones se salvaría del todo.

Se trata del transporte escolar. La razón es que con el modelo de alternancia y los protocolos de bioseguridad, los vehículos deben tener un aforo del 35 por ciento, con lo que no es suficiente para cubrir los gastos de funcionamiento. Y trabajarían a pérdida. “Con 50 por ciento de aforo de una ruta alcanza a pagar la responsabilidad del vehículo y la empresa”, explica Federico Parrado, dueño de la compañía Lottus Express, la cual tiene 22 vehículos, que en su mayoría están quietos desde el 16 de marzo de 2020. “Ese día se acabaron todos mis contratos. Un año sin trabajar es muy difícil. En estos momentos estamos arruinados, no hay ni para pagar la gasolina”, puntualiza.

Cientos de cooperativas de transporte escolar están quebradas. Desde hace más de ocho meses la mayoría de sus vehículos están quietos y no perciben ingresos. | Foto: Karen Salamanca

El drama para el sector no es de dimensiones menores. Hay 350.000 personas que dependen directa o indirectamente del transporte escolar. Según el exviceministro de Transporte Andrés Chaves, son cerca de 1.800 empresas afectadas, 66.500 vehículos parqueados y más de 100.000 familias que de no recibir un apoyo estatal, podrían terminar completamente quebradas. “Esta crisis puede liquidar una red empresarial construida durante décadas”, dice.

El panorama es oscuro dado que la desconfianza entre los padres predomina. De acuerdo con un sondeo publicado por la Alcaldía de Bogotá, el 80 por ciento de los padres y madres tiene miedo de que sus hijos vayan a clases presenciales.

Al igual que niños, niñas y jóvenes, estos sectores comerciales esperan con ansias la reapertura de colegios, pues solo así podrán reactivar sus negocios. De lo contrario, se sumarán a la larga lista de empresas que no sobrevivieron a la pandemia. Esperar la vacuna no es una opción para sus comercios.