Adriana dice que su compañero de trabajo es muy ansioso. Aparentemente, decirle ansioso es una forma práctica de entender que es nervioso, que está sobre pensando mucho y que su vida parece que le pesara.

Si bien es cierto que de esto resulta un rasgo de personalidad, a veces normalizamos la ansiedad como algo ordinario. Hemos llegado al punto de pensar que vivir con estrés es normal cuando en realidad no lo es. Nos hemos acostumbrado a que el cansancio permanente sea habitual, el dolor de espalda, el dolor de cabeza e incluso la irritabilidad. Hasta llegamos a culpar a los astros de nuestro cansancio.

Le pregunté a Adriana si su colega tenía síndrome de burnout. Ella, que vive cansada, hiperreactiva y con cara de preocupación, me dijo que ni siquiera ella sabía bien que era. Es difícil tratar de entender que es una vida balanceada cuando a veces ni siquiera recordamos haberla tenido.

El síndrome de burnout, también conocido como síndrome de desgaste profesional, es un estado de agotamiento físico, emocional y mental causado por el estrés crónico en el lugar de trabajo. Algunos de los síntomas más recurrentes son el agotamiento traducido como una sensación de cansancio extremo que no mejora con el descanso, la despersonalización o actitudes negativas o cínicas hacia el trabajo o las personas con las que se trabaja, y la reducción de la eficiencia que se observa como desmotivación y sensación de improductividad.

Puede ser que aparezcan unas u otras, pero incluso al final es difícil llegar al autodiagnóstico. Adriana me miró preocupada y me dijo que ella tenía esos síntomas y quizá ni siquiera era su colega, sino ella misma la que estaba ansiosa. Con ojos tristes me preguntó: ¿por qué pasa esto?, ¿puedo tener algún control sobre mi propio burnout?

Lejos, lejísimos de ser médica, le dije que había leído bastante sobre el tema y que lo importante era: primero, ser consciente de que se está cerca una crisis que puede llevar a momentos complejos, inclusive con síntomas físicos. Después —o tal vez antes—, entender bien las causas para poder combatir el problema. Entonces, le hice las siguientes preguntas a Adriana: ¿sientes sobre carga de trabajo?, ¿sientes que no tienes control sobre tus decisiones laborales?, ¿crees que tienes relaciones laborales tóxicas o falta de apoyo?, y—finalmente— ¿sientes dificultad para balancear tu vida laboral y personal?

Adriana me respondió un triste ‘sí’ a todas mis preguntas, mientras yo mentalmente trataba de hacer un autodiagnóstico que me dejo con la misma cara de preocupación. A veces no nos damos cuenta de que todo esto nos pasa porque sencillamente es la manera en la que estamos viviendo, es lo que da el sistema, es lo que hay.

Las consecuencias del burnout pueden ser fatales. Si no hay cuidado y consciencia, puede llevar a depresión y ansiedad, problemas de sueño que desencadenan en cansancio crónico y baja de defensas, problemas cardiovasculares y disminución del rendimiento laboral. Es como caer en un eterno remolino de donde no puedes salir. No te das cuenta de que lo tienes, cada vez te cuesta más responder bien, tolerar a otros o simplemente levantarte con ganas para ir a la oficina o conectarte al mundo virtual.

Le dije a Adriana que era importante tratar de hacer acciones que la ayudaran. Le dije muy concretamente que priorizara el descanso, la alimentación saludable y el cuidado de su cuerpo: “Haz ejercicio, entrena sin necesidad de forzar tu organismo más de la cuenta; aprende a poner límites y a decir no cuando es necesario; busca apoyo y no creas que es normal no dormir y estar cansado siempre”, resalté en mi cierre con ella.

Adri entendió que necesitaba ayuda. Con nuestra conversación se hizo evidente que el ansioso no era su compañero de oficina, sino que definitivamente ella misma estaba reflejando su ansiedad en los demás.

“Lo que uno quiere de verdad, es lo que está hecho para uno; entonces hay que tomarlo, o intentar. En eso se te puede ir la vida, pero es una vida mucho mejor”. Mario Benedetti.