El bullying implica un comportamiento intimidatorio, destructivo, agresivo, reiterativo e intencional en el que se presenta un desbalance de poder y que se ejerce de manera continua sobre una misma persona. Es un comportamiento que hay que intervenir de manera contundente y oportuna, pero no toda situación de conflicto cabe dentro de esta categoría.
Es muy importante entender que nuestros niños, niñas y jóvenes aún están en proceso de formación, por lo que hay que diferenciar el bullying de situaciones de conflicto propias de cada edad y de las circunstancias que estamos viviendo.
Durante dos años vivimos una situación sin precedentes en la que los otros se han convertido en un factor de riesgo y en una amenaza potencial. Esto puso a tambalear las estructuras internas y externas que nos permitían sentirnos a salvo. Ante la situación de peligro inminente, el miedo se convirtió en la emoción predominante.
Esta situación ha tenido un efecto innegable en el desarrollo emocional de nuestros niños, niñas y jóvenes, quienes hallaron en las redes sociales y en la virtualidad el medio para mantenerse en contacto y para no perderse de sí mismos ni de los otros. En las redes encontraron también un factor protector. Se podía estar con otros sin estar en “riesgo”. La pantalla se convirtió en el contexto y en la posibilidad, pero también en la barrera. El marco de las relaciones se transformó y, por lo tanto, la manera de relacionarse.
Volver a la presencialidad implicó cambiar nuevamente el entorno. Llegar al mismo lugar, con los mismos compañeros, pero siendo radicalmente distintos. No estaban lo suficientemente preparados para ese reencuentro en el que el otro ahora era la barrera. El riesgo y la amenaza reaparecieron y con estas, el miedo. Un miedo incomprensible y ambiguo que produce un estado de alerta permanente y que incrementa las posibilidades de conflicto. Todos a la defensiva, tratando de entender y de interpretar los comportamientos de los demás, en un contexto que a todos nos cambió.
La presencialidad ha implicado para nuestras niñas, niños y jóvenes, un reaprendizaje social y emocional que debemos comprender para intervenir adecuadamente.
La invitación es a que los adultos entendamos que los conflictos que enfrentan hoy nuestros estudiantes son una oportunidad para reconocer sus emociones y las de los demás, gestionarlas de manera adecuada y encontrar en el perdón y en la reparación una posibilidad transformadora.
Familias y colegios tenemos la responsabilidad de educar intencionalmente en un modelo de resolución de conflictos que enseñe a reconocer y valorar los sentimientos propios y de otros, apalancado en la capacidad de escucha para entender que existen múltiples perspectivas, donde se desarrolle la empatía y se promuevan soluciones para seguir construyendo juntos, en paz y en comunidad.
Ofrecerles a nuestros niños, niñas y jóvenes las herramientas y las redes de apoyo que necesitan para resolver adecuadamente los conflictos, puede ayudarlos a recuperar la confianza en sí mismos, en los otros y en el mundo, para que puedan volver a vivir con esperanza.
*Rectora del Colegio Santa Francisca Romana