Lamentablemente en muchos países la izquierda abusa del coeficiente Gini para señalar desigualdades en los ingresos y en la propiedad, especialmente de la tierra. El índice Gini, como los balances de las empresas, es una foto puntual. A través de la vida, casi nadie se sitúa en la misma curva salarial. Para los ‘progres’ la igualdad es la suprema virtud de una sociedad y si es necesario sacrificar la libertad y la democracia en el altar de la igualdad, que se sacrifique; y si para imponer la igualdad es necesario recurrir a dictaduras totalitarias como es el caso de Cuba, no tienen ningún problema en instalarla.

En el tema de los ingresos, la misma palabra ‘distribución’ es engañosa. ¿Acaso el salario o las ganancias van a un ‘fondo’ para ser distribuidas? El Gini, como recientemente señalaba el expresidente de Asobancaria Santiago Castro, adolece de varias fallas, como el no tener en cuenta las variaciones que se dan después de incorporar las ayudas del Gobierno a sectores vulnerables, el régimen tributario, o las cambiantes curvas demográficas.

Para Castro, el verdadero problema es la pobreza y no debemos preocuparnos porque haya unas personas extremadamente ricas, salvo que su riqueza se deba a actividades ilícitas. “De resto, mientras más crezcan mejor. Más empleos, y, sobre todo, más tributo, que es donde está la clave del asunto. Es aquí donde está la verdadera transferencia social de riqueza; en un Estado que pueda proveer un mínimo decente de oportunidades en derechos básicos como la educación y la salud, acompañados de programas de seguridad alimentaria, vivienda digna, empleabilidad, y acompañamiento en la vejez…

Por el otro lado, cuando uno analiza las cifras de desigualdad, encuentra que no hay nada que ayude más a la equidad que la riqueza. Nos lo demuestran los países nórdicos, Alemania, Suiza, y muchos mas de la Ocde. Por cierto, todos son democracias, y todos tienen economías de libre mercado.”

Hace unos días la ágil columnista de Revista Semana, María Andrea Nieto, cuestionó el pago que se le daba al fallecido periodista Antonio Caballero: “Caballero recibía más de 200 millones anuales por escribir 4 columnas al mes. Eso no lo quieren contar los periodistas de estrato 25. Explíquenle a los millones de trabajadores que se desviven y que sí trabajan para ganar el salario mínimo”, afirmó Nieto.

En este caso concreto, María Andrea se equivoca. El salario de un periodista está directamente relacionado con el aporte que le hace al medio en que escribe. Un periodista inmensamente leído como Thomas Friedman del NY Times gana por encima del millón de dólares anuales por unas pocas columnas mensuales. Otros no llegan a ganar el salario mínimo. Si para un medio como “Los Danieles”, las columnas de Caballero ameritaba el pago de 200 millones de pesos anuales, es su decisión el pagarlos o no. El argumentar que tiene que haber una relación de lo que recibe un periodista con el salario mínimo es entrar en las honduras de la entelequia llamada “justicia social” que no tiene nada que ver en una democracia de libre empresa como es Colombia.

Un comentarista de Semana afirma que en su día Antonio Caballero escribió: “No son los dueños de los medios de comunicación los que nos dan de comer a los periodistas: somos nosotros, los que hacemos los periódicos, los que les damos de comer a ellos, que son los dueños”. Caballero acertaba a medias porque en realidad los que le dan de comer, tanto a los periodistas como a los dueños, son los lectores que pagan por la suscripción y los consumidores que responden a la propaganda que les conmina a comprar sus productos o usar los servicios que anuncian. Un periódico puede tener los mejores periodistas del mundo, incluyendo que los mismos periodistas sean los dueños. Si nadie los lee, y si no tienen publicidad, no van a tener con qué comer. Es así de sencillo.