Aunque pareciese un tema que ha surgido recientemente, en realidad la cuestión sobre cómo pueden cambiar las tendencias y nociones actuales en materia de globalización comenzó desde la crisis financiera. Pero, incluso, todos los efectos de la crisis sanitaria, desencadenados especialmente por la covid-19, precipitaron una desaceleración que iba más allá de lo meramente económico, reconfigurando profundamente las relaciones internacionales.
Con el aumento de diversas tensiones geopolíticas, las restricciones fronterizas y las cadenas de suministro interrumpidas por la pandemia se empezó a suscitar una preocupación relacionada con un potencial y cercano declive en la globalización. Sin embargo, hace casi exactamente un año, el Índice de Conectividad Global de DHL, una iniciativa del Centro Stern para el Futuro de la Administración de la Universidad de Nueva York (y que, en resumen, mide la globalización en función de los flujos internacionales de comercio, capital, información y personas), mermó las preocupaciones con importantes hallazgos.
Por un lado, la recuperación del comercio mundial superaba las expectativas después de más 12 meses de pandemia, la diversificación en materia de producción fue eficiente, aumentó el tráfico de internet en 50 % durante 2020, pero los flujos de capital se vieron seriamente afectados provocando, en parte importante, el retiro de acciones de mercados emergentes, aunque una política fiscal y monetaria fuerte se cruzó en el camino de la crisis y, por ejemplo, estos últimos flujos se pudieron estabilizar después de la intervención de varios bancos centrales.
Ahora bien, con Europa metida en uno de los mayores conflictos vistos en la historia desde la Segunda Guerra Mundial, el presidente de BlacRock —la gestora de fondos de inversión más grande del mundo— Larry Fink reavivó la preocupación al mencionar que la invasión rusa ha puesto fin a la globalización, o al menos a la globalización que el mundo ha experimentado los últimos 30 años.
En la última carta de Fink a sus accionistas, este describió la invasión rusa como un rompimiento a los lazos transfronterizos entre países, empresas y personas; unos lazos que de por sí ya venían demasiado tensos por la pandemia y todo el contexto tan dramático que se había originado poco antes por la situación de Estados Unidos y China. Así, se abre la posibilidad a que el mundo entre a reevaluar sus dependencias, y se vuelva a realizar un análisis más profundo sobre sus líneas de suministro, fabricación, ensamblaje, etc.
Bajo la misma noción, Howard Marks, inversionista cofundador de Oaktree Capital Management, afirma que el aumento de los riesgos gracias a la dependencia que tiene Europa sobre la energía rusa y la subcontratación estadounidense en la fabricación de chips informáticos son bastantes considerables. La balanza se va a inclinar, inevitablemente, hacia el abastecimiento local priorizando la seguridad sobre las fuentes más baratas. Fink y Marks convergen en que toda esta “desglobalización” impulsará aún más las tendencias inflacionarias, lo que obligaría a los bancos centrales a elegir entre precios más altos o limitar la actividad económica. Por su parte, difieren en opiniones asociadas a lo que significa esta guerra para la energía verdad: mientras Marks afirma que los países optarían por fuentes de combustible más accesibles, incluso si no son las más amigables con el medio ambiente, Fink cree que los impactos en los precios del petróleo (que podría superar los 200 dólares por barril, algo difícil pero no imposible), y un deseo por conseguir la seguridad energética nacional serían los causantes de una mayor adopción por las energías limpias.
No obstante, son muchos los expertos que afirman que la guerra de Rusia y Ucrania solo es uno de los muchos escenarios que pone en evidencia la reconfiguración de las cadenas globales que se están presentando en casi todas las naciones. La pandemia, por ejemplo, hizo que muchas empresas y países tuvieran que bajarle a su dependencia con China y, previo a ello, el Brexit sacudió a toda la Unión Europea.
Por supuesto, la globalización a producido tanto ganadores como perdedores. Si bien la ola de productos de consumo más baratos se produjo a expensas de las regiones y los trabajadores que dependían de los trabajos de fabricación nacionales, varios de los países más pobres en la década pasada lograron desarrollarse más rápido de lo que lo hubieran hecho al permanecer aislados, tal como es el caso de China.
Aunque en medio de un cambio de prioridades, también podría verse un aumento en las oportunidades de inversión, un aumento de la competitividad de los productores nacionales y similares.
No obstante, con todas las fuertes sanciones a Rusia y un deseo compartido de aislarle, a largo plazo se verá un mundo económicamente más dividido, producto de un mundo dividido políticamente en principio. Es muy poco probable que una integración económica pueda sobrevivir a un periodo de desintegración política, por lo que más allá de una desglobalización, lo que realmente se verá será una nueva forma de globalización bajo la creación de nuevas asociaciones o alianzas más estratégicas.