Hace un año comenzó a manifestarse y, por tanto, a debatirse el fenómeno inflacionario. El manejo de la inflación a nivel mundial estuvo precedido por más de una década de una moderna teoría monetaria que respaldaba el financiamiento de los déficits fiscales del Gobierno por parte del banco central, como fórmula desesperada para estimular laeconomía cuando la política monetaria se vio incapaz de reducir las tasas de interés una vez ya estaban cerca del cero por ciento. A pesar de las bajas tasas de interés, la actividad económica seguía anémica de consumo e inversión, siendo un “estancamiento secular” proclive a generar un crecimiento negativo de los precios de los bienes y servicios, con efectos tan devastadores como los observados en Japón a finales del siglo XX o como los conocidos en la Gran Depresión, que tuvo lugar después de 1929.
El estudio académico e histórico en ambos casos sugirió que se hubieran podido eludir las consecuencias más nefastas si la política económica desde la autoridad monetaria hubiese generado grandes cantidades de liquidez fluyendo por la economía. Circulando como si el dinero fuera arrojado desde un helicóptero para que así la economía mantuviera sus signos vitales y se facilitara un impulso a la demanda, aliviando la insuficiencia económica.
Ese entendimiento no estuvo ausente de presiones políticas. Por eso, cuando la pandemia golpeó a la puerta de la economía mundial mediante el confinamiento obligatorio en casi todos los países, fue evidente que se interrumpía el mecanismo natural de mercado por medio del cual la demanda podía igualar la oferta. La presión y angustia política condujeron a un desaforado gasto público. El covid creó un enorme desequilibrio, una falla de mercado, que la política pública tenía que entrar a corregir mediante programas altamente generosos a las familias y a las empresas, en especial para que estas últimas mantuvieran su contratación del empleo.
La experiencia y los estudios alrededor del “estancamiento secular” proponían un entendimiento razonable según el cual la velocidad de los precios, que empezó a trepar a finales de 2021, se avizorara como una fuerza temporal, transitoria. A su vez, que, ante las pocas herramientas para combatir la deflación, los bancos centrales prefirieran constatar que la recuperación económica y de la demanda de la pospandemia se afincaba con la confirmación en el restablecimiento de los mercados laborales, financieros, de bienes, servicios y del comercio. Preferían eso, en lugar de anticiparse o equivocarse con la retirada prematura de los estímulos económicos y monetarios. El mundo, en junio de 2021, no anticipaba una “normalización” económica antes de 2024.
Lo que de manera inesperada ocurrió es que se ha normalizado mucho más rápido la demanda y aún no se ha ordenado la oferta. Muchos factores, algunos nuevos en el radar, siguen impidiendo su normalización. La invasión de Rusia a Ucrania, el nuevo gran confinamiento obligatorio en China, los efectos de la guerra comercial que provenían de la era Trump dentro de un nuevo pulso por el orden mundial, la transición energética global para enfrentar el cambio climático, la lucha contra la desigualdad y los movimientos antiglobalización explican los enormes desafíos que hay por delante para alcanzar esa “normalidad” y así volver a encontrar un equilibrio en el que la demanda y la oferta se puedan encontrar e igualar.
Uno de los factores menos explicados tiene que ver con los efectos de la “guerra comercial” y su impacto en el rediseño de un nuevo orden mundial. Tal vez el mayor error de política pública que antecedió a la pandemia, con consecuencias insospechadas, pues influye en los otros factores que impiden un regreso natural de la oferta.
Históricamente, las relaciones comerciales entre países adversarios se contemplaron como un mecanismo por medio del cual, siendo antagónicos, los países podían integrarse a un solo orden internacional estable por medio de vínculos de intercambio y financieros. Esa fue la razón para que, después de dos guerras mundiales, Francia y Alemania avanzaran en la construcción de la Unión Europea. Pero la idea que impuso Trump con la guerra comercial es que, en lugar de afianzar relaciones a través de los vínculos comerciales y financieros, esas dependencias se usaran para someter y condicionar a los adversarios. Generando no solo desconfianza, sino inestabilidad en el orden mundial mediante rupturas y barreras entre países.
Hoy, los formadores de política pública están enfocados en determinar y minimizar las vulnerabilidades que crea la interdependencia económica.
Situación que se está exacerbando, pues la pandemia puede ser capitalizada como una justificación para debilitar esos vínculos comerciales y financieros. Aunado a la agresión de Rusia a Ucrania, la idea en Estados Unidos y en Europa, entre sus socios y sus aliados, es que se debe tomar más control sobre las cadenas de suministro críticas, alejando las relaciones comerciales de los adversarios estratégicos.