Bajo un escenario en que las cosas no dejan de verse complicadas, las lecciones que rondaban sobre el materialismo, y las nociones y perspectivas sobre lo que verdaderamente compra el dinero, parecen haber desaparecido. Son muchas las personas que se ven inundadas de preocupaciones por deudas, o por saber si llegará con algún peso en el bolsillo a fin de mes. Así, en épocas de “vacas flacas”, la inquietud sobre si el dinero compra o no compra la felicidad no ha tenido tanto eco.

Hay casos en los que las personas que afirman que el dinero no da ni un gramo de felicidad son las mismas que no conocen lo que es estar sin efectivo, o no tienen responsabilidades adicionales como las que otorgan la formación y atención de una familia. Hipotecas, estudios, mercado, vestimenta, útiles y gastos de supervivencia son algunos de los pasivos mensuales que tienen que considerar la mayoría de las personas a nivel mundial. Y en épocas de crisis, la planeación financiera se ha vuelto imprescindible para más de un hogar.

En esencia, el dinero es un recurso. Uno que condiciona la supervivencia en la época actual. Por supuesto, allí está la contraparte que afirma que el dinero sí otorga la felicidad o que, al menos, aleja las tristezas y las preocupaciones. Y para algunos eso es la felicidad. La tranquilidad de tener con qué pagar lo básico y, en ocasiones, la oportunidad de tener algo de más que contribuya al bienestar de una persona, o hasta de toda una familia.

Aunque cada uno es responsable de denotar lo que considera como felicidad en relación con el dinero, durante mucho tiempo se han venido danto estudios y charlas en todas partes del mundo para intentar tener una mayor proximidad a una respuesta, medianamente genérica, a tan controversial y subjetivo interrogante.

En 2011, la Universidad Victoria de Wellington llevó a cabo una investigación, con datos de 63 países, en los que sustentó que el dinero sí garantiza cierto bienestar, pero no servía para comprar la felicidad. Al final, las personas valoraban más los criterios de libertad y autonomía personal sobre el dinero físico.

Seis años más tarde empezaron a surgir investigaciones que contradecían este supuesto. Por ejemplo, un estudio, realizado en conjunto por las universidades de Columbia Británica y Harvard, y publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, concluyó que el dinero sí da la felicidad, si y solo si, se emplea para comprar tiempo.

Pasándolo a un ejemplo práctico, pagar para hacer las tareas del hogar, pagar por tutorías escolares, pagar por pasear a los perros o incluso tener la disponibilidad de aplicativos móviles que, por ejemplo, contribuyan al ahorro de tiempo por domicilios o agilicen el pago de servicios públicos y privados son, hoy día, muy utilizados. En épocas de pandemia, o de crisis en general, tener tiempo reduce el estrés, la ansiedad y hasta el insomnio que se desata por tener mil cosas rondando en la cabeza.

Por otro lado, un experimento en el que participó un grupo de estudiantes universitarios alemanes demostró la conexión entre la felicidad y el altruismo. En un principio, el acto de donar el dinero trajo consigo una dosis de felicidad que no duró en el tiempo. Después de un mes, los estudiantes que realizaron las donaciones fueron menos felices que aquellos que optaron por quedarse con el dinero. Naturalmente, el gasto “prosocial” requiere renunciar a algo más, lo que disminuye la felicidad por derecho propio.

En general, la mayoría de las personas demandamos dinero para comprar lo que nos hace felices. Sin reducir el tema a algo material, aunque igual es posible, incluso para comprar algo de libertad financiera y autonomía personal es necesario el dinero en algún momento del tiempo, por ejemplo, para comenzar algún emprendimiento. En realidad son muy pocas las personas que desestiman la importancia del dinero en ello, ni siquiera los multimillonarios lo hacen a pesar de sus altos índices de riesgo a sufrir de depresión, ansiedad y trastornos alimenticios.

Es solo que, cuando se tienen los recursos, la felicidad empieza a migrar a diversos criterios. Algunos serán más felices entre más tiempo se les permita pasar con su familia, mientras que otros serán más felices realizando donaciones o invirtiendo en proyectos de su interés, otros serán más felices viajando por el mundo, otros lo serán agrandando su patrimonio.

Ahora, no es posible tampoco hablar de un monto de dinero exacto para ser feliz. Eso lo demanda cada persona. Sin embargo, también se han dado algunos estudios para intentar determinar cifras. Algunos hablan de US$ 44.800 (Office for National Statistics del Reino Unido) o hasta US$ 95.000 (encuesta Gallup World Poll) como cifras mínimas anuales que podrían garantizar la felicidad. Independiente al criterio esto, obviamente, depende de las particularidades propias de cada país (claramente, con estas cifras de ingreso anual en un país como Colombia se tendría una gran capacidad de poder tener bienes y servicios que permitan ampliar el espectro de felicidad).

Bien podría no existir un límite. Medir la felicidad en términos de dinero puede verse como algo corto, pero no cabe duda de que es un factor inherente. Aparte, es realmente tentador el intentar resolver esta cuestión con par de estudios ingeniosos, aprovechando que es un tema que ha estado en boca de casi todo el mundo. Al parecer, son muchos los expertos e investigadores que no se quedan solo con su convicción intuitiva. Es claro que la pregunta que intentó resolver el artículo no tiene una clara respuesta y única.