El sábado pasado, a escasos 7 días de elecciones, el mesías progresista convocó a una movilización “democrática” porque presuntamente el martes de la presente semana se llevaría a cabo un “golpe de Estado” y era inminente la “suspensión” de las elecciones. Incluso, en una actitud muy sospechosa, convocó a Rodolfo Hernández y a Sergio Fajardo a una reunión de “emergencia”, porque, según él, tenían que unirse para “defender la democracia”.
Para fortuna de todos, prácticamente nadie, incluyendo a los dos candidatos, creyeron las mentiras del “progresismo” y evitaron caer en la trampa mediática que Petro pretendía generar. Hoy, es totalmente claro que no era cierto y se buscaba generar una cortina de humo porque el nerviosismo se ha apoderado de su campaña y siente pasos de animal grande.
Pues bien, esa ha sido la dinámica de Petro durante los últimos 12 años. Todos los días miente abierta y descaradamente en una estrategia consistente y sistemática que le ha dado frutos. Las mentiras, de tanto repetirlas, terminan volviéndose verdad; no porque la realidad cambie, sino porque muchos empiezan a creer en una versión mentirosa que prevalece por un simple acto de fe.
Como lo ha descrito el historiador israelí Yuval Noah Harari, a la gente literalmente le han “hackeado” el cerebro a punta de redes sociales y discursos fáciles para mentes muy cortas. Es un tema relativamente sencillo de lograr, solo que ahora lo pueden hacer con un grado de perfección y precisión increíbles. Pueden llevar a una persona a pensar y actuar conforme a lo que ellos deseen, incluso en contra de sí misma.
El asunto se reduce a que un algoritmo detecte determinado interés en su navegación por internet o por sus preferencias de compra y, a partir de ese punto, están literalmente “adentro”. Ese algoritmo de forma constante y muy sutil se dedicará a mostrarle y decirle al “infectado” solo aquello que ellos quieren que él entienda y crea. Eso, exactamente eso, es lo que hace Petro todos los días: repetir mentiras en discursos y en redes sociales que llevan a cambiar la realidad para su provecho.
Le ha hecho creer a la gente cosas realmente ridículas, sin embargo, sus “seguidores”, sin importar mucho su nivel académico o social, las creen. Es sorprendente que, a pesar de tener más de 2 millones de personas refugiadas en nuestro país, que todos los días nos advierten del peligro que representa Petro, exista gente que considere que Venezuela está mucho mejor que Colombia. Eso es contraevidente, pero las personas, enceguecidas, lo consideran una verdad irrefutable.
Pero lo más sorprendente es que el mesías progresista miente, se da cuenta de sus errores, vuelve a mentir y le siguen creyendo las dos mentiras. Hace un año convocó a la gente a destruir el aparato productivo en el paro nacional porque, en su parecer, la reforma tributaria “acababa” con Colombia, sin embargo, ahora propone una reforma tributaria 8 veces más fuerte que la de hace un año y muchos creen que esa es la solución.
Una reforma tributaria de 200 billones en el cuatrienio (aproximadamente el 20% del producto interno bruto), sin importar en quién se enfoque, quebraría el país. Además, dudo mucho que el Congreso esté dispuesto a aprobar semejante ruina. En conclusión, la propuesta es fantasiosa, abiertamente mentirosa y, aun así, muchos creen que eso es posible.
En materia pensional tiene convencida a su propia gente que los ahorros pensionales no son de ellos y que los puede “redireccionar” para gastárselos en otros “programas sociales”. Convencer a alguien de que lo que es suyo no es suyo para poder apropiárselo, además a riesgo de que su vejez sea absolutamente indigna, es sencillamente patológico. Es tanto como decirle a una persona que tiene que dejarse robar en un atraco callejero, porque esa es la única forma de que su situación económica y social mejore. ¡Absurdo, ridículamente absurdo!
En buena hora, en las calles se empieza a percibir un ambiente distinto. La gente, ante la proximidad de las decisiones y en especial con lo dicho por el propio Petro en los debates a los que se ha dignado a asistir, empieza lentamente a descubrir que los están timando. El “cambio” no es un cambio: es una extinción inminente de la nación. Tengo fe en que esta semana de “reflexión electoral” deparará una gran sorpresa el domingo. Colombia es, ante todo, un pueblo trabajador, religioso, disciplinado, conservador y sorprendentemente racional.
Dios cuide a Colombia e ilumine a los colombianos en la decisión más importante de la historia reciente.