No pusimos la bandera en las ventanas por miedo a las pedreas, no se hicieron desfiles militares porque no se podía “distraer” a la fuerza pública y ni siquiera salimos a ver las revistas de aviación porque creímos que hacían parte del “operativo de contención” de los vándalos. El Congreso, luego de cientos de años, se instaló en la mañana, porque en la tarde algo “iba a pasar”; en fin, cambiamos, sin proponérnoslo, la dinámica social de todo un país.

Los medios de comunicación y, hasta cierto punto, el propio Gobierno se dedicaron a denunciar los “campos de entrenamiento”, los “planes subversivos” y el riesgo que corrían los “objetivos estratégicos” del país. Los hospitales se declararon en alerta roja y algunos gobernadores incluso optaron por “cerrar sus fronteras” desde mucho tiempo antes para impedir que ingresaran las primeras líneas.

Ese “aturdimiento” colectivo no solo es muy triste, sino altamente preocupante porque demuestra que el accionar de unos pocos desadaptados sociales está haciendo mella en el alma de los colombianos. En otras palabras, nos estamos acostumbrando a sentir miedo y ya empezamos a actuar conforme a lo que nos manda el “instinto de conservación”, más no la razón.

Lo cierto es que los disturbios se concentraron en Bogotá y siguieron la dinámica de siempre: en la mañana protestas “pacíficas”, pero al caer la tarde algunos, metódicamente e imbuidos de “coraje” por el consumo de sustancias psicoactivas, atacan a la fuerza pública con sevicia y premeditación, destruyendo lo que les pongan en el camino.

Precisamente eso es lo que quieren los señores del caos y la anarquía. Ellos desean mantener a los colombianos en un estado de letargo y desesperanza. Quieren hacernos creer que paralizar el país y su aparato económico es “normal”. Se preocupan por convencernos de que todo está mal y tiende a empeorar.

Pues bien, la situación, si se analiza a fondo, no es tan caótica ni oscura. Cuando se examina objetivamente el escenario económico y social del país, el resultado es menos negativo de lo que se cree.

Sin las aglomeraciones del paro es un hecho evidente que las curvas de contagio, muertes y ocupación de las unidades de cuidado intensivo por covid-19, nos empiezan a dar un respiro. El plan de vacunación, a pesar del escepticismo de muchos, ha demostrado estar avanzando a pasos agigantados y el problema ya no es la falta de vacunas, ¡sino de gente para vacunarse!

La economía es agradecida. Con unos pocos días de calma, ha demostrado que puede recuperarse rápidamente y generar los empleos que tanto estamos necesitando. Cuando a la gente se le olvida la “situación”, se les ve felices en calles y centros comerciales. Volver a cine y a los estadios ya es una realidad.

Si las cosas siguen como van, es muy probable que antes de noviembre de este año, podamos pensar en quitarnos los tapabocas en lugares abiertos y la presencialidad escolar total es cuestión de días. Todo, literalmente todo, se está reactivando y la gente está expectante de una temporada de fin de año en que los colombianos tenemos ganas de abrazarnos, ir a las novenas y celebrar con la familia. Simplemente volver a hacer lo que no hemos podido hacer en casi dos años de pandemia.

El “progresismo” con una lógica maquiavélica, cree que mantener el desaliento y la zozobra colectivas los convertirá en los “mesías” de la salvación, sin embargo, no podrían estar más equivocados. Lo que le pasó a Gustavo Bolívar, al ser derrotado por el voto en blanco en el Congreso, es la antesala de las elecciones legislativas y presidenciales; solo que en esas justas electorales no los derrotará el voto en blanco, sino aquel que logre desactivar la bomba de la polarización y desesperanza. Muchos son los candidatos y estoy convencido de que cualquiera de ellos podría derrotarlos sin mucho esfuerzo.

Tenemos que evitar el terrorismo de los rumores. Las cosas están mejorando y ya empezamos a ver la luz al final del túnel; no podemos dejarnos convencer de un espejismo negativo y apocalíptico que solo se hará realidad si seguimos haciéndole el juego a los que desean que Colombia fracase como nación. Es el momento de superar el miedo colectivo y empezar a construir un mejor futuro para todos.