Esta semana muchos colombianos celebramos el hundimiento de la reforma laboral en la Comisión Séptima de la Cámara de Representantes. A pesar de las múltiples estrategias y “trucos legislativos” del Gobierno, no logró consolidar el quorum suficiente para aprobar el proyecto en esta legislatura, y la reforma terminará irrevocablemente archivada.

Hoy se alega que los congresistas se negaron a “debatir” el proyecto y que le hicieron una operación tortuga al presidente Petro, aprovechando los escándalos y la debilidad política de las últimas semanas. Sin embargo, la verdad es que ese proyecto nació muerto, en gran medida debido a la intransigencia del Gobierno al imponer una visión radical del mercado laboral, sin tener en cuenta las críticas profundas y las oportunidades de mejora que muchos sectores intentaron transmitirle infructuosamente.

A pesar de que los congresistas del Pacto Histórico aceptaron algunos cambios menores en la ponencia presentada por la bancada de gobierno, lo cierto es que el texto de la reforma era un decálogo de aspiraciones de las organizaciones sindicales que pensaba más en la revancha política del ganador de las elecciones que en buscar mejorar las condiciones laborales de la mayoría de los colombianos.

El proyecto incluía puntos sensibles y peligrosos, muchos de los cuales, de haberse aprobado, habrían estado condenados a ser declarados inconstitucionales, como la abolición de los pactos colectivos de trabajo, la posibilidad de declarar huelgas en empresas que prestan servicios públicos esenciales y la consolidación de un derecho ilimitado e instrumentalizado de protesta a través de huelgas anárquicas, que desconocían los principios democráticos básicos.

A pesar de los muchos esfuerzos de varios sectores por concertar con el Gobierno Nacional un proyecto que beneficiara a la mayoría de los colombianos, especialmente a los informales y desempleados, los representantes gubernamentales cerraron filas para aprobar el proyecto de los sindicatos a toda costa, recurriendo a argumentos sobre la necesidad del cambio que no convencieron a nadie, ni siquiera a muchas organizaciones sindicales que se unieron a las voces que rechazaban la reforma.

Pues bien, este revés del Gobierno en uno de sus proyectos insignia no debe ser entendido como una amenaza a la gobernabilidad del actual mandatario, sino como una oportunidad para corregir el rumbo. Consolidar un proceso de concertación técnica es la única manera de lograr una reforma laboral que solucione los problemas estructurales del mercado de trabajo.

Del afán no queda sino el cansancio, y tratar de imponer nuevamente el mismo texto en la siguiente legislatura vaticina un inevitable fracaso legislativo. Hoy, gracias al gran despliegue en foros, al seguimiento constante de los medios de comunicación y a los muchos documentos académicos que se generaron para rebatir las tesis gubernamentales, la gente es consciente de los riesgos de aprobar el pliego de peticiones presentado por el Ministerio del Trabajo.

El Gobierno debería llenarse de sensatez y humildad. Debe reconocer que fue elegido para gobernar en beneficio de todos los colombianos, no solo de aquellos que comulgan con su visión política. Es hora de retomar las mesas de concertación con trabajadores, empresarios, microempresarios y, especialmente, con la academia para modelar el mejor proyecto de reforma posible.

La reforma laboral no debe ser “del gobierno”. Esta y todas las reformas sociales deben ser de todos los colombianos. La prioridad debe ser generar más y mejores empleos, hacer sostenibles los que tenemos y prepararnos para los retos que nos plantea la inteligencia artificial y las nuevas formas de trabajo híbrido y en actividades no convencionales, como los servicios web o los nómadas laborales.

Nunca es tarde para enderezar el camino y recomponer las relaciones maltrechas entre Gobierno, empresarios y trabajadores. Ojalá el presidente Petro logre entender el mensaje que le envió el Congreso y cientos de miles de colombianos desde las calles. Con las reformas sociales, tiene la oportunidad de demostrar grandeza política; esperemos que esta vez no la desaproveche.