El lunes pasado, quizá con razón, el mundo entero sucumbió al pánico cuando descubrió que es totalmente dependiente de sus redes sociales, pero en especial del canal de comunicaciones que esas redes generan. Muchos creen que las redes sociales son solo eso, simples sitios de encuentro “social”, sin embargo, hoy ya es claro que van mucho más allá y tienen la capacidad de literalmente “bloquear” nuestras vidas; de incomunicarnos.
El mundo del trabajo, en especial el teletrabajo, el cibercomercio, pequeños comerciantes y las líneas de servicio al cliente de empresas de todos los tamaños dependen peligrosamente de una herramienta tan sencilla como WhatsApp. A través de esa aplicación uno de cada tres humanos se comunica, a tal punto, que hoy es el nuevo correo electrónico y se constituye en un abonado telefónico de cobertura mundial.
El sueño de poder tener un teléfono universal, con bajo costo y accesible prácticamente para cualquier humano, desde hace varios años es una realidad gracias a WhatsApp. Para muchos jóvenes hablar de códigos de larga distancia o del costo de un “minuto”, es hablar de prehistoria. Hoy lo importante es tener “datos”, no tiempos de llamada, a tal punto que todos los operadores los regalan sencillamente porque nadie los usa.
En mi caso particular, algunos días tengo que dedicar muchas horas a revisar y contestar mensajes de esa aplicación. Para mi sorpresa, el lunes descubrí que al menos el 70 % de los mensajes que me ingresaron –más de 300 mensajes– cuando se “reconectó” Facebook son asuntos de trabajo o académicos. Es decir, en la práctica, mi trabajo depende, en gran parte, de que esa plataforma funcione.
Pues bien, aunque muchos disfrutamos esas seis horas de desconexión digital que sin pedirlo nos regaló la vida, para miles de millones de personas el “incidente” fue nefasto.
Muchos negocios se vieron obligados literalmente a cerrar sus puertas porque no tienen otra forma de conectarse y pues el asunto pintaba largo y muy preocupante. Muchas corporaciones no solo perdieron dinero, sino la confianza y ese, el mayor de los bienes, es muy difícil de recuperar.
Algunos de los que estaban defendiendo a ultranza el teletrabajo, los “nómadas digitales” y el trabajo remoto descubrieron que esta “nueva realidad” es mucho más vulnerable de lo que estamos dispuestos a reconocer. El tema de estar siempre “conectado” y desde “cualquier parte” no es tan fácil, ni tan cierto, en definitiva es algo que no podemos dar por garantizado.
Varios, sin desearlo, revivieron los momentos de ansiedad que experimentaron con el aislamiento social de marzo de 2020. A muchas mentes volvió esa extraña sensación de incertidumbre y zozobra que alimenta el miedo. Ese susto que solo sentíamos en las películas de suspenso se ha vuelto real. Las cosas que eran ciencia ficción ya no son tan ficción.
Ahora bien, lo peor de todo es que descubrimos que estamos en manos de unos pocos que desde sus fortunas incalculables e inacabables, pueden manejar al mundo a su antojo, manipularnos, pero además arruinarnos en unas pocas horas. Desde hace muchas décadas no éramos conscientes de estar en frente de alguien que tuviera tanto poder para determinar nuestras vidas como lo que experimentamos esta semana. Algunos incluso iniciaron cadenas de oración para que el nuevo “mesías”, Mark Zuckerberg, dueño de Facebook, pudiera reconectarnos… absurdo, pero pasó.
Nuestras vidas están cambiando ante nuestros ojos. Todo es más rápido, casi instantáneo. El mundo del trabajo no es ajeno a esa realidad, sin embargo, no existen muchas opciones, ni soluciones, para las constantes amenazadas que la tecnología depara tanto a empleadores, como a trabajadores; por ende, el único camino es aceptar la frenética realidad y prepararnos para eso que nunca iba a pasar, pero que está pasando.