El ser humano está hecho para entender y transmitir mitos. Se trata de una conexión con algo que vimos en la naturaleza y con la cual creamos una narrativa. La economía tiene sus propias narrativas basadas en datos; la ciencia es acerca de cuestionarlas, mientras que la ingeniería convierte estas preguntas en un producto. Por último, a través del marketing, este se transforma en un propósito y una nueva narrativa adoptada por millones de usuarios.
Si el equipo de marketing tiene la fortuna de trabajar con un genio como Steve Jobs, esa narrativa dará paso a un mito que será reproducido generación tras generación, como ocurre con Apple.
Bitcoin tiene un poco de este proceso. Nace de un ser mítico y anónimo, Satoshi Nakamoto tiene una narrativa económica basada en datos: un activo cuya oferta es limitada a 21 millones bitcoins. Tiene algo de ciencia cuando cuestiona el privilegio exorbitante de poder imprimir una moneda de reserva y definitivamente es una pieza maravillosa de ingeniería, un protocolo que permite almacenar propiedad digital e intercambiar valor.
Lo que no estaba claro de Bitcoin era su propósito. Bitcoin era la respuesta para una pregunta que no conocíamos. Hoy, con la guerra en Ucrania, esa respuesta se hace evidente. Lo es para millones de refugiados que buscan un activo que no pueda ser confiscado por gobiernos y sea almacenado y transportado con facilidad.
También, para varias compañías internacionales empieza a cobrar sentido tener en la tesorería un activo con estas propiedades. Incluso, gigantes como el gestor de activos BlackRock, con más de US$9 mil millones bajo manejo, entendieron la oportunidad que representa crypto a la hora de reducir costos en los pagos transfronterizos, como por ejemplo ocurre con las remesas enviadas por inmigrantes a sus familias.
En un mundo multipolar, donde los extremos políticos debilitan las democracias y la desconfianza entre los países acentúa el nacionalismo, un activo nativo del internet que funcione como una interfaz en un mundo sin confianza cobra más sentido.