En el mundo actual, estamos obsesionados con el rendimiento. Medimos todo: cada paso, cada segundo, cada métrica, persiguiendo un ideal esquivo de optimización. La sociedad ha establecido puntos de referencia en todas partes, susurrándonos que el camino al éxito es minimizar el riesgo y maximizar el retorno. Pero, ¿y si te dijera que esta obsesión por el rendimiento, esta implacable búsqueda de estabilidad y optimización, nos está llevando a una peligrosa ilusión?

Nuestro pensamiento, especialmente en el ámbito financiero, gira en torno a minimizar la volatilidad para asegurar mayores retornos. Es la base de la teoría tradicional de portafolios: dado un nivel de riesgo, el objetivo es extraer el máximo beneficio. Pero al tratar la incertidumbre como el enemigo, perdemos una de las fuentes de crecimiento más poderosas de la vida: el aprendizaje. Cuando evitamos la volatilidad, también evitamos la resiliencia, intercambiando la oportunidad de adaptarnos por la comodidad del control. Y, en palabras de Nassim Taleb, perdemos nuestra “antifragilidad”, nuestra capacidad de fortalecernos en el caos.

Los peligros de la sociedad del rendimiento

En esta ‘sociedad del rendimiento’, la optimización se ha convertido en un fin en sí mismo, seduciéndonos con el espejismo de estabilidad y control. Perseguimos puntos de referencia, tratando de alcanzarlos o superarlos, y al hacerlo, perdemos la oportunidad de vivir una vida con representaciones diversas, una vida donde el crecimiento no se impulsa por la comodidad, sino por la disposición a abrazar lo desconocido.

La verdadera pregunta no es cuán volátil es una empresa —o una vida—, sino si está aprendiendo lo suficiente para sobrevivir en el futuro. Tanto en la biología como en los mercados, el aprendizaje es la estrategia definitiva que define la supervivencia. La evolución misma es un gran experimento de adaptación, con códigos genéticos y redes neuronales moldeados por nuestras interacciones con el entorno, los sistemas sociales y las culturas.

Taxonomía de arquetipos de Macrowise

Taxonomía de Arquetipos de Macrowise. | Foto: Suministrada

Rendimiento vs. aprendizaje. Eje Y - Rendimiento, Eje X - Aprendizaje.

En Macrowise, hemos desarrollado una taxonomía que clasifica los arquetipos en función de su capacidad de aprendizaje frente a su rendimiento. Estos arquetipos nos proporcionan un marco para entender tanto los mercados financieros como la vida misma como un proceso evolutivo de aprendizaje. Nos enfocamos en dos gráficos críticos que definen cada arquetipo: uno que muestra el rendimiento frente al aprendizaje y otro que muestra cómo evoluciona la volatilidad a lo largo del tiempo.

El Zombi: Este arquetipo representa a la empresa —o persona— que se aferra al statu quo. Es la entidad que ha hecho lo mismo durante años, priorizando la estabilidad sobre el crecimiento. Los zombis tienen bajo rendimiento y bajo aprendizaje, encontrando comodidad en lo predecible. Sin embargo, esta estabilidad es una trampa. Con el tiempo, su resistencia al aprendizaje los hace vulnerables a la obsolescencia, o incluso al colapso cuando inevitablemente enfrentan una volatilidad extrema.

Dragonfly: Aquí se encuentra el arquetipo del alto aprendizaje. Dragonfly abraza la transformación constante, navegando por una alta volatilidad para desbloquear un crecimiento continuo. Aunque puede no ostentar el rendimiento más alto, su adaptabilidad asegura su longevidad. Desde afuera, dragonfly no encaja en los modelos tradicionales de alto rendimiento y baja volatilidad, pero es precisamente esto lo que le da su fortaleza.

Rockstar: rockstar ha aprendido, se ha consolidado y ahora disfruta de una posición dominante. Su rendimiento es alto, y su curva de volatilidad muestra un patrón predecible y estable. Este arquetipo representa a aquellos quienes, a través del aprendizaje, han minimizado la incertidumbre y ahora brillan como maestros de su arte.

Ícaro: El último arquetipo es Ícaro, el de mayor rendimiento con una baja capacidad de aprendizaje. Aunque Ícaro alcanza un éxito extremo, este alto rendimiento es a menudo de corta duración, con una caída inminente en el horizonte. Carente de resiliencia, Ícaro es vulnerable a las fuerzas del cambio.

Las finanzas tradicionales nos animan a invertir en Zombis e Ícaros, atraídos por su promesa de baja volatilidad y altos retornos. Pero, irónicamente, estos arquetipos también minimizan el aprendizaje, socavando el potencial de resiliencia a largo plazo de nuestras inversiones.

Del zombi a rockstar: el viaje humano

En la vida, cambiamos entre estos arquetipos. Somos zombis cuando elegimos la seguridad sobre el crecimiento, renunciando a la oportunidad de aprender. Nos convertimos en dragonfly cuando estamos dispuestos a abrazar la incomodidad, aceptando pérdidas que revelan conocimientos cruciales y expanden nuestra comprensión de la realidad. A través de este proceso, nos transformamos en rockstar, dominando nuestro arte con menos interrupciones y ciclos controlados de volatilidad. Pero incluso los rockstar pueden caer en la soberbia —como Ícaro—, olvidando que el mundo cambia y que surgen nuevos competidores.

Nos seducen dos ilusiones: una de estabilidad y control, y la otra de rendimiento acelerado a cualquier costo. La primera nos lleva lentamente hacia la obsolescencia, mientras que la segunda nos empuja a una montaña rusa de altibajos temporales.

La estrategia definitiva de supervivencia

Al final, la estrategia para la supervivencia a largo plazo no es la optimización, es el aprendizaje. Si nos volvemos expertos en aprender, somos resilientes. Entendemos que nada es estable, que el control es efímero y que la impermanencia es una constante. Cuando abrazamos el aprendizaje, podemos aceptar tanto el bajo rendimiento como los momentos de pérdida como maestros poderosos que nos impulsan hacia arriba.

La seguridad y el rendimiento son ilusiones. Es el aprendizaje lo que nos libera, nos da propósito y, en última instancia, nos mantiene vivos.