Esta semana, el Banco Central Europeo elevó 50 puntos básicos sus tres tasas de referencia, lo cual es importante porque, en la reunión de junio, como parte del discurso, la presidenta Christine Lagard mencionó que esperan elevar estas tasas de referencia en 25 puntos básicos. Esto corresponde a un salto de 50 % más de lo esperado por el mercado y es la primera vez que sube tasas de interés desde hace siete años.
Más relevante aún es que, durante las últimas tres décadas, solo en dos ocasiones el BCE ha subido tasas de interés de forma significativa, los cuales corresponden a momentos de distorsión económica: uno durante la crisis del 2000 y el segundo durante la gran recesión del 2008.
En su discurso, la presidenta de esta entidad resaltó los altos niveles inflacionarios que presenta la Unión Europea, los cuales “están golpeando a las familias” dado que el actual nivel de la inflación a 12 meses para el mes de junio es de 8,6 %, cuatro veces mayor que el objetivo del 2 % que se ha trazado esta entidad.
Esto quiere decir que, durante los últimos 12 meses, las familias europeas han visto subir los precios de la canasta familiar por encima de los niveles saludables, impidiendo tener capacidad de ahorro e inversión.
Lo anterior es relevante porque, desde la gran recesión, solo en el 2010 y 2011, la Unión Europea presentó tasas de inflación mayores al 2 %, pero nunca sobrepasó niveles del 3 %. Además, en lo más exuberante del crecimiento económico presentado en el 2007, previo a la gran recesión del 2008, la inflación en la Unión Europea tocó máximos del 4 % y hoy se encuentra en el doble.
Si bien el principal problema inflacionario es un choque de oferta en productos alimenticios y la energía, a raíz de la guerra en Ucrania, y poco puede hacer el BCE para solucionarlo, la realidad es que este evento político no para en inflación. Se espera que la desaceleración económica sea considerable para los países europeos.
Más aún, países más débiles desde un punto de vista económico, como los del este europeo que entraron a la Unión Europea en los últimos años, son los más perjudicados. Como ejemplo, esta semana tuve la oportunidad de hablar con entidades que proveen créditos de capital de trabajo a pequeñas y medianas empresas en Polonia, y se han presentado quiebras de empresas que, a raíz de la guerra, no pueden entregar productos y sus clientes dejaron de comprar sus productos.
Si bien el BCE no tiene capacidad de implementar política fiscal para fomentar la oferta de estos productos y dinamizar la economía, sí ha tomado el toro por los cachos y se ha puesto a la tarea de evaluar las implicaciones de este escenario para cada uno de los países más pobres.
Es por ello que esta entidad creó una herramienta de política monetaria denominada Instrumento de Política Transitoria (TPI en Inglés), que permitirá, de forma equitativa, brindarles liquidez a las economías que más lo necesiten. Así, ha dejado atrás el modelo igualitario usado en la gran recesión, que no pudo salvar a países como Grecia, el cual impactó la sostenibilidad económica y financiera global en 2010.
Las conclusiones de la gran recesión desde el punto de vista del BCE son las siguientes:
Si se tienen las herramientas necesarias para tener capilaridad en toda la región económica y se puede dar liquidez de forma unilateral a la medida de las necesidades de cada país, los más pobres no colapsan.
De esta manera, el BCE evita el riesgo sistémico en el sistema financiero europeo, evitando que entidades financieras puedan entrar en quiebra, como en 2010, y, por ende, disminuyendo las posibilidades de un evento de insostenibilidad económica en la Unión Europea.
Valdría la pena pensar cómo esta nueva herramienta puede verse aplicada en mercados emergentes. Sin lugar a dudas, la capacidad de líderes como Christine Lagard, cuya responsabilidad ante los problemas no solo se limita a hacer lo que se les dice, es crucial si se quiere generar crecimiento económico y riqueza para todos.