El nuevo gobierno, sea el que sea, recibirá una economía en cuidados intensivos, con unos indicadores bastante preocupantes, y lo peor, las propuestas de los dos candidatos a segunda vuelta parecen ajenas a este problema.
El manejo de la economía colombiana siempre ha sido ortodoxo. De hecho, hemos sido el país de la región que menos tumbos hemos dado en términos de endeudamiento, de defaults de deuda y de populismo. La junta directiva del Banco de la Republica ha mantenido su independencia y nos ha alejado de muchos sinsabores.
La Constitución de 1991 empezó a traer problemas y compromisos de gasto que han hecho que dependamos de reformas tributarias constantemente para cubrir los faltantes que van generando todos esos compromisos. Cada gobierno mete por lo menos dos reformas desde ese tiempo.
La crisis del Upac y el gobierno de Ernesto Samper generó un desbarajuste de inflación altas y tasas de interés muy complejos. Cuando llegó el gobierno de Álvaro Uribe en 2002 no había con qué pagar la nómina y la región estaba sumida en una crisis de deuda terrible. Llegábamos en ese momento a tener una de deuda como porcentaje del PIB por encima del 50 %. Había días en que los títulos de deuda ni se negociaban; los bonos yankees estuvieron a tasas históricas. Afortunadamente con un buen manejo de austeridad en el gasto y de crecimiento económico se logró aplacar esa crisis y para el año 2010 la deuda había bajado a niveles del 32 % como porcentaje del PIB.
La entrada del gobierno de Juan Manuel Santos siguió por esa senda y en 2011 Colombia recuperó el grado de inversión. Todo marchaba bien hasta que se le metió en la cabeza el bicho de la paz: tuvo que aumentar el gasto público inusitadamente para comprar conciencias tanto en el Congreso como en las regiones, la deuda se volvió a disparar a niveles del 50 %, tuvimos una devaluación fuerte y, lo peor, se abusó de las vigencias futuras (estas son compromisos de gastos que le quedan a gobiernos venideros; es gastarse recursos que no se tienen). De una u otra manera, se cumplió con la regla fiscal, pero la economía estaba entrando en problemas.
A un año y medio del gobierno de Iván Duque, llegó la pandemia. Esto hizo que el gobierno tuviera que olvidarse de la regla fiscal y endeudarse para poder mantener a flote la economía, aunque mucho de ese gasto era necesario, no se ha sido lo suficientemente riguroso para salir del atolladero. Los números hoy son complejos, pero se están manteniendo el ingreso solidario y el subsidio a la gasolina, temas que explotarán al gobierno que llegue en agosto de 2022. La deuda como porcentaje del PIB sin arandelas, ni territoriales y otros está llegando al 70 %. Perdimos el grado de inversión y el hueco fiscal es el más grande de la historia.
El nuevo gobierno debe, sin duda, hacer una reforma tributaria de verdad, acabar con exenciones, aumentar el IVA a más productos, y por supuesto aumentar la base de personas que declaran, pero también ser austero en el gasto público. Si llega otro gobierno derrochón nos veremos abocados a una crisis, la cual puede traer grandes repercusiones para la economía.
A mi modo de ver, las claves fundamentales para mantener a tono una economía dependen de un buen manejo de la inflación, aunado a un gasto responsable, una reforma tributaria estructural y a un estricto ejercicio de revisión de la cantidad de subsidios que se han generado por años y que en muchas ocasiones no funcionan y son un hueco negro donde la corrupción pulula.
Claramente, el programa de Rodolfo Hernández está más acorde con nuestra realidad que el de Petro. Me gusta bastante la propuesta el cambio del IVA por un impuesto al consumo no descontable. Esperemos que los colombianos decidan bien por su futuro.