En un reciente programa de entretenimiento y entrevistas, Lina Khan fue preguntada por el interés de una de las grandes corporaciones de la era de tecnologías de la información de que ella no fuera partícipe de un panel de expertos para debatir temas sensibles sobre los alcances, riesgos y retos asociados con la inteligencia artificial. La joven abogada preside la poderosa Comisión Federal de Comercio (FTC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, cuya misión es proteger a los consumidores de prácticas engañosas y fraudulentas, de estafas, de malas prácticas comerciales y promover la competencia.

Ella respondió que su caso reflejaba el peligro que hay cuando se concentra un significativo poder para la toma de decisiones en un número muy pequeño de empresas. Argumentó que los fundadores de Estados Unidos contemplaron la separación de poderes junto con los pesos y contrapesos en la esfera política al diseñar la constitución política y que de la misma manera era necesario darles valor y fuerza a las leyes y normas antimonopolio y contra las prácticas anticompetencia para evitar la concentración del poder económico. Explicó así que, de la misma forma que era indeseable un monarca absolutista, era indispensable para la sociedad evitar un autócrata del mercado.

En el fondo, Khan está reseñando los elementos esenciales de la democracia liberal, la cual es caracterizada por elecciones entre múltiples y distintos partidos políticos, la separación de poderes en diferentes ramas del Gobierno, basada en el Estado de derecho, una economía de mercado con propiedad privada y la protección equitativa de los derechos humanos, regida por una constitución que regula la protección de los derechos y libertades individuales y colectivas.

La caída del muro de Berlín generó el entusiasmo por el triunfo definitivo y final de la democracia liberal, pero tras la crisis asiática empezó a estar en boga y ha sido interés de estudio el concepto de capitalismo clientelista: para muchos, el fenómeno en el que al existir puntos de vista compartidos, que a veces llegan a la colusión, funcionarios públicos, diferentes industrias, sus reguladores y el Congreso determinan políticas amigables e inversiones favorables a las empresas que sirven a intereses privados a expensas del interés público. Lo que también podría llamarse confianza inversionista, en la que, en procura de atraer inversión y generar con ello mayor crecimiento económico, se otorgan condiciones especiales y abiertamente ventajosas por parte del Estado.

Para otros, esto ya se había identificado bajo el concepto de captura de rentas o también de captura regulatoria; se generan ventajas que se manifiestan a través de tratos especiales y diferenciados en la legislación, reglas beneficiosas de parte de agencias reguladoras, subsidios directos, aranceles preferenciales, exenciones fiscales, acceso preferente a crédito y a múltiples mecanismos de proteccionismo que otorga el Estado de manera selectiva y que conllevan contraprestaciones.

En cualquier caso, se habla de que el sistema capitalista pasa de un libre mercado a un mercado politizado. Las ganancias no son producto de servir, atender y cumplir necesidades de los consumidores, sino de tener ventajas que permiten abusar de ese consumidor, al tiempo que este no tiene alternativas por cuanto en el capitalismo clientelista se crean barreras a nuevas empresas y a la competencia, es decir que se promueven estructuras de mercado basadas en oligopolios o monopolios.

En ese caso, aunque para los consumidores los productos o servicios sean cada vez más malos, aun en presencia de mayores precios, y ellos sean ignorados o desatendidos en sus quejas, con una experiencia de usuario nada satisfactoria, dicho abuso no es posible castigarlo porque no están presentes las fuerzas de un mercado libre y competido que les permita dejar de ser clientes a pesar de todo.

Paradójicamente, el capitalismo clientelista es el resultado de un exceso del estilo socialista por su interferencia en el mercado. Una economía en la que el éxito en los negocios depende de una estrecha relación entre los empresarios, los funcionarios gubernamentales y el poder político.

La lista de efectos económicos negativos es larga: corrupción, evasión de impuestos, distorsiones de mercado, improductividad, baja movilidad empresarial, deterioro de la innovación, crecimiento de la burocracia y del Estado, baja competitividad y menor crecimiento económico.

Pero el capitalismo clientelista en sí es un fenómeno político. Suele promover ideas autoritarias, pues se hace necesaria menos transparencia y evitar el traspaso del poder. Por lo mismo, genera desconfianza de los ciudadanos hacia el Estado y hacia las instituciones, debilita el poder del Estado y de las instituciones.

La caja de herramientas del capitalismo clientelista: la financiación de campañas, las agencias de lobby que escriben la regulación y la puerta giratoria entre el servicio público y el sector privado.