Luego de los estragos del coronavirus, la mayoría de los sectores económicos han regresado a los niveles previos a la pandemia, aunque el empleo no se ha recuperado en la misma medida, y la informalidad se quedó levemente por encima del 50 %. No obstante, el crecimiento ya empieza a mostrar agotamiento para mantener la misma dinámica, los cuellos de botella en las cadenas logísticas a nivel mundial, el alto precio de la energía, en particular del gas natural, y el aumento de las tasas de interés son un lastre que desacelerará la expansión.
Crecer necesita al menos dos fuerzas motoras. Una el consumo, que es lo que ha sostenido el crecimiento por lo menos en Colombia durante esta fase de recuperación, es la demanda proveniente desde las familias la que ha hecho que la recuperación haya ganado fuerza. La otra es la inversión tanto privada como pública, en ese aspecto las empresas han regresado a los niveles de producción previos a la crisis, sin embargo, no han efectuado inversiones significativas en expansión ni contratado más personal que el que tenían previamente.
El Estado ha concentrado el gasto público en la atención de la emergencia, y la provisión de asistencia a las personas de menores ingresos quienes a su vez fueron los más afectados por el rigor de los confinamientos, pero el gasto público de asistencia social tiene la debilidad de no jalonar el crecimiento porque su monto no es suficiente para impulsar fuertemente el consumo y al ser netamente gasto tampoco dota a la economía de mayores capacidades productivas.
La dificultad para crecer está vinculada a poder mantener de forma sostenida altos niveles de inversión y de empleo para que el consumo de los hogares sea sostenible en el tiempo, de lo contrario ese impulso se agota. Un segmento de los hogares logró ahorrar y desapalancarse en los últimos dos años, ahora con su renovado consumo han contribuido a la dinámica económica, pero naturalmente en algún punto su disposición a comprar bienes o contratar deuda se normaliza.
Las tasas de interés han subido lo suficiente para encarecer el crédito, y estimular el ahorro con tasas de captación en los CDT superiores al 13%, lógicamente eso conlleva menor consumo. Igualmente, el aumento de las tasas encarece el financiamiento de las inversiones, sumado a los aires de desaceleración global producto de la alta inflación, el menor dinamismo de China por sus continuos cierres, y la guerra de Rusia sobre Ucrania.
La inversión privada de momento está en veremos, porque el largo periodo de polarización electoral puso un velo de incertidumbre para ejecutar inversiones, y ahora el trámite de la reforma tributaria con la propuesta de gravar más la actividad económica y los dividendos, hará que las inversiones se aplacen hasta ver cómo queda la tasa efectiva de tributación, ya que la propuesta de gravar los dividendos en la misma tarifa que las utilidades puede hacer que exista doble tributación, puesto que los dividendos se decretan sobre las utilidades netas después del pago de impuesto a la renta.
La inversión del Estado está ligada a los niveles de ingreso que tenga vía impuestos y un poco de endeudamiento, pero también es verdad que la inversión privada se ve afectada por los niveles de tributación que se exija a los accionistas. Al final del día todos los impuestos que se pagan desde la actividad productiva son impuestos a la renta, por una razón sencilla, el pago de impuestos se hace con el producido de los activos (inversión). El mejor camino del Gobierno es reducir el gasto tributario desmontando la mayoría de los 229 beneficios tributarios que cuestan $92,4 billones, y dotar a la Dian de capacidades de fiscalización para buscar el dinero de los que no pagan en lugar de grabar más a quienes ya lo hacen, la inequidad está en que no se han incorporado nuevos contribuyentes que deben pagar. Eso concilia los intereses de tener más ingresos, y no elevar de forma exagerada la tributación sobre las ganancias.