Si alguien ha sufrido los primeros 100 días del gobierno Petro son los empresarios. Desde siempre ha sido claro que al mandatario de los colombianos no le agrada la iniciativa privada, sin embargo, esa animadversión que tendría alguna razonabilidad en la campaña electoral se está traduciendo en una política de Estado que es bastante peligrosa para todos, no solo para aquellos que desde la libertad de empresa generan empleo.
Últimamente, el presidente y sus ministros encuentran en el empresariado el enemigo social predilecto. Si pretenden generar una agenda descarbonizante, las culpables son las petroleras y los mineros. Cuando quieren cambiar el sistema de salud, satanizan a las EPS, y la cereza del pastel la puso el ministro Ocampo al intentar culpar a los gremios económicos de la estrepitosa devaluación del peso. No se ahorran palabras ni escenarios para sugerir que los empresarios son “terroristas” económicos que deben ser castigados.
Desde los ministerios de Trabajo, Minas y de Agricultura, los funcionarios no pierden oportunidad para emitir advertencias a empleadores, reguladores y agricultores en las redes sociales. Sin una política pública clara, todos los días se imparten instrucciones, se dan órdenes y se lanzan curiosas sugerencias que esconden una lucha de clases que parte de una decisión velada de bautizar a los empresarios de adversarios.
Existe un revanchismo contra cualquiera que pretenda emprender para generar riqueza y ofrecer trabajo. Pareciera que el progreso económico del que lo arriesga todo por hacer las cosas bien fuera censurable. Montados en un discurso de odio finamente disfrazado de “progresismo”, lentamente se han invertido los valores de la sociedad. Trabajar, ser productivos y ganarse honradamente el sustento diario ya no es un objetivo humano; ahora, todos tienen miles de derechos, son merecedores de todo, pero las obligaciones y los deberes brillan por su ausencia.
Constantemente se refuerza que es necesario generar un “cambio” para imponer un nuevo modelo económico que la gente no entiende, pero que sufre todos los días cuando evidencia que las cosas cuestan mucho más, que los salarios no alcanzan y que la escasez empieza a sentirse levemente respecto de productos tan básicos y sensibles como los medicamentos.
Pues bien, los empresarios, desde siempre, han sido el motor de desarrollo de las sociedades. No existe ningún país próspero, serio, democrático y viable que haya prescindido de aquellos que desarrollan grandes empresas privadas para enriquecerse, pero que de paso generan empleo y progreso. El trabajo remunerado dignifica al ser humano, entre otras muchas razones, porque genera libertad; la libertad de escoger qué comprar y cuándo hacerlo, así sea poco.
Hoy más que nunca, los gremios empresariales están llamados a unirse, a coordinarse y a diseñar estrategias que desde la democracia y la oposición reflexiva cuiden sus intereses. No podemos permitir que en medio de un frenesí ideológico el progresismo acabe con la gallina de los huevos de oro. Si a los empresarios les va bien, a todos los colombianos nos va bien.
El tema no puede reducirse a hacer las cosas correctamente. La gallina no solo debe poner huevos, también tiene que cacarearlos para que alguien los recoja. Es muy importante revertir la propaganda gubernamental que está cargada de discursos falaces y distópicos.
Los empresarios deben preocuparse por difundir la realidad de las muchas cosas buenas que hacen y de su trascendental aporte a la sociedad y al progreso de todos. No es hora de ser indiferentes; la indiferencia es el mejor camino a la autodestrucción.