La verdad es que los logros de la reunión de la COP28 fueron modestos. Y los fueron porque hubo mucho más de adjetivo que de sustantivo. Buena parte de los líderes continuaron con la costumbre de echar discursos altisonantes, llenos de populismo barato, que poco contribuyen a una transición energética ordenada.

El exministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, en reciente artículo, relata: “Quedé aterrado con la cifra: entre funcionarios, representantes del sector privado y la sociedad civil, Colombia registró un total de 378 delegados en la reunión de la COP28 que se celebra en Dubái. Es cierto que somos un país muy comprometido con el multilateralismo y con el cambio climático en particular, pero no deja de llamar la atención que tengamos tres veces más delegados que México, o la mitad de los de Estados Unidos –un país cuya economía es 90 veces mayor que la nuestra–”.

Pero más allá del inútil derroche de gastos que causó el desplazamiento de 378 delegados, está el compromiso de Colombia de suspender la exploración de combustibles fósiles en el país. Es un compromiso inoficioso, sin contraprestación alguna, y en detrimento de los intereses de la Nación. El exministro Cárdenas anota al respecto: “No dudo que el petróleo tiene una fecha de caducidad, y que llegará el momento de prescindir por completo de los combustibles fósiles. Pero de ahí a afirmar que Colombia debe ser el país que asuma los costos hay un trecho muy largo. Más práctica parece la posición de los propios Emiratos Árabes, anfitriones de la reunión, que promueven la reducción gradual del uso de combustibles fósiles, pero sin comprometerse a dejar de producirlos. Entregar esa carta sin contraprestación es un error, sobre todo si se tiene en cuenta que este es solo un aspecto de la agenda de descarbonización.”

El fin de los combustibles fósiles es necesario e ineludible. Pero plantear una fecha de caducidad es absurdo. La periodista Stéphane Foucart afirmaba, “La mayoría de los textos clave del Pacto Verde europeo, anunciado en 2019, han sido aplazados, rechazados o vaciados de su sustancia.” Lo mismo puede ocurrir con cualquier fecha que se le ponga al fin de los combustibles fósiles. Lo mejor es replicar de una manera lo que pasó con fin de la explotación del aceite de ballena cuando se impusieron los combustibles fósiles: se impondrá un nuevo combustible – que en esencia va a ser la electricidad y en menor grado el hidrógeno – que haga totalmente innecesario el consumo del carbón, el crudo, y el gas. Para ello hay que seguir incentivando con todo tipo de apoyos económicos y tecnológicos la oferta y demanda de combustibles limpios y renovables. Ahí es donde debe radicar el gran esfuerzo de la transición, no en negociar fechas de extinción que casi con toda certeza van a tener que ser permanentemente modificadas.

Colombia, que solo aporta al 0,57 de las emisiones mundiales, está cometiendo un craso error dejando de producir combustibles fósiles. Porque en realidad no los está dejando de consumir. Ese petróleo, gas y carbón lo van a seguir produciendo otros. Nosotros, a un importante costo, lo tendremos que importar. ¡Nuestro aporte al cambio climático va a ser cero!

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Apostilla: El gas natural, un combustible fósil no renovable, por supuesto debe jugar un papel en la transición energética, pero se debe tener total claridad que ese papel debe ser absolutamente transitorio. El gas natural, tanto en su extracción como en su uso, contamina de manera importante. Que esta contaminación sea menor que la del petróleo no permite bajo ningún punto de vista que se le denomine un combustible “limpio”. El gremio que agrupa a las empresas de gas sigue manteniendo la ficción de que el gas natural es “limpio”. Ante tan alevosa mentira, ya es hora de que intervenga la Superintendencia e imponga las multas necesarias para evitar que se siga engañando al consumidor.