Daniel llegó con cara de felicidad a nuestra reunión. Decía que estaba feliz porque lo acababan de promover y que se lo merecía después de tanto trabajo. La verdad yo me alegré mucho por él, es un chico inteligente, a veces un poco callado a mi juicio, pero creo que bastante prudente. Eso siempre hará ganar puntos en el ambiente corporativo o en el mundo en general.
Dani pidió un vino tinto porque dijo que quería celebrar. Les comparto que estas sentadas de coaching las hago en un café que me encanta porque te sacan de la rutina del diario vivir y te dejan ver mucho verde, escuchar música alegre y ver gente distinta. Así que dada la ocasión acompañé a Dani con un vino verde.
Después de hablar maravillas de su nuevo cargo, le pregunté por qué ahora veía tan diferente la misma empresa que hace unos meses era lo peor según sus palabras. Quise entender que había cambiado tanto para que la percepción fuera tan distinta.
Daniel me miró y sonrió buscando respuestas. Me dijo que el jefe parecía ser otro, que lo dejaba trabajar mejor y hablar cuando se requería. Dada mi misión de llamarlo a la reflexión, volví a increparle en el fondo que había cambiado.
Pensé en ese momento que era responsable de mi parte mostrarle a Daniel que la empresa seguía siendo igual, sus compañeros, el ambiente y lo que no le gustaba de la cultura. La diferencia estaba en su promoción y tal vez en un tiempo corto que pasara la euforia de este momento a la desmotivación con un perverso aliciente adicional, tenía un cargo más alto y un sueldo más gordo que lo amarraban aún más que antes.
Hablando y tomándose su vino concluyó con algo de tristeza que no había cambiado nada. Me dijo que este cargo era muy difícil de cubrir y que en realidad no habían encontrado nadie afuera y él lo sabía. Lo pusieron a prueba a pesar de llevar años en la empresa y ahora lo promocionaban porque en últimas era la mejor opción.
No le dañe la fiesta a Dani. Le expliqué que debía celebrar su promoción, sentir que se la había ganado y meterle el corazón a esto que empieza a hacer. Pero con todo el cariño le dije también que cuidara su alma porque a veces empezamos a ver cosas “normales” cuando en realidad no lo son.
No sé si te ha pasado, pero a veces, ves normal que la gente mienta, que otros incumplan su palabra, que en las reuniones con los grandes jefes cambien de opinión o no mantengan su posición. Pues si te ha pasado piensa algo, eso no es normal.
También me he encontrado a muchas mujeres que se echan encima la carga de la crianza de sus hijos por qué ellos no aportan después de un proceso de divorcio. He escuchado a muchas diciendo que eso no tiene solución y que mejor guardar silencio por “el bien de los niños”, eso tampoco es normal.
Estos son solo algunos ejemplos que hablamos con Daniel durante su café, porque el vino se lo bebió rápido cuando empezó a hablar la verdad de lo que sentía. En las empresas y los grupos humanos en general, empezamos a ver normal lo que no es normal. Hoy, por ejemplo, creemos que “todos los políticos son corruptos” y eso no es para nada normal. Podemos también creer que el que más plata tiene es el más exitoso y por supuesto esto tampoco es normal.
No normalicemos mirarnos mal, no saludar, que los que tengan más “rosca” sean los que ganan los puestos. No normalicemos la pobreza, la vulgaridad, el mal trato. Que exista y que convivamos con esto no quiere decir que es normal.
Daniel siguió feliz a pesar de la dosis de realidad de nuestra charla. Él es consciente de que debe estar feliz por su logro, pero que él mismo tiene la responsabilidad de su carrera y de generar cambios en su equipo y en su entorno más próximo. Se fue contento, pero convencido de que este era solo un paso y de que no quiere normalizar su aburrimiento por un sueldo o un nuevo cargo.