Los precios en la economía han venido teniendo un marcado ascenso desde la segunda mitad de 2021, como consecuencia de que mientras la demanda se recuperó rápidamente, con los consumidores volviendo a comprar productos y servicios, la oferta se quedó rezagada, y ahora estamos viendo, vía precios, el descalce entre la producción y la demanda, que ya regresó a los niveles previos a la pandemia.
Durante la fase de restricción económica, la gran mayoría de empresas canceló o recortó drásticamente sus inversiones de capital para expandir o mantener la producción. Como los planes de inversión se pararon o redujeron, hoy los productores no tienen capacidad para responder al restablecimiento de la demanda y por ello los precios están escalando. El ascenso es marcado en los principales commodities utilizados en la industria y en la producción de energía. A falta de inversiones, la producción de materias primas bajó en el transcurso de la pandemia.
Con las principales materias primas en ascenso y la energía encareciéndose, los costos de producción han subido y los productores han pasado esos costos a los consumidores. A lo anterior viene sumándose la menor disponibilidad de capacidad de transporte marítimo, lo que ha incrementado los fletes y lógicamente el valor de las mercancías transportadas, un rubro que necesariamente es trasladado a los consumidores, que como es lógico ya están batallando contra el aumento de los precios que golpea sus presupuestos.
Aunque los productores pueden adaptarse pasando parte del aumento de costos a los productos, para los consumidores es más difícil porque sus ingresos provienen de los salarios, los cuales no se ajustan a la misma velocidad que los precios.
Mientras los precios están ganando terreno porque la oferta se encuentra golpeada, la mayoría de bancos centrales ha decidido iniciar un ciclo de alzas en las tasas de interés para incentivar el ahorro de los consumidores y encarecer el endeudamiento, es decir, retirar dinero de la economía para contener la demanda agregada. Pero lo que está sucediendo es que los precios suben porque la oferta agregada es la que está debilitada.
Aunque los productores desean producir, encuentran atascos en el suministro de materias primas y mayores costos de energía y transporte, lo que los está llevando a entregar menos unidades producidas que las que quisieran.
Por eso, incrementar los costos de financiamiento en este momento, vía tasas de interés, puede tener un efecto contrario al que se busca, porque si el costo del apalancamiento aumenta, los productores pueden encontrar que los márgenes que hoy tienen se evaporan y disminuir más su producción, lo que aumenta la escasez de productos y, así mismo, los precios. También puede pasar que el mayor costo del capital impida hacer las inversiones requeridas para satisfacer la demanda, con la consecuente pérdida de empleos y disminución del crecimiento.
Las medidas para reducir la inflación no deben quedarse únicamente en el control de la inflación a través del alza de las tasas de interés, porque si bien ese aumento ayuda a contener presiones desde el lado del consumo, también afecta la inversión de capital que se necesita para restablecer el suministro y generar empleos. Una subida apresurada de los tipos de interés no va a controlar los precios, puesto que han crecido, no por excesos de la demanda, sino por debilidad en la oferta.
Las medidas de política monetaria implementadas por los bancos centrales deben ser complementadas con otras medidas desde los gobiernos que busquen eliminar los cuellos de botella en el suministro, aumentar la producción de bienes y lograr que se concreten las inversiones de capital aplazadas. De esa manera se protege el empleo, se gana crecimiento y se evita el riesgo indeseable de que una subida de las tasas de interés induzca a una merma de la actividad económica, justo en el momento en que la recuperación necesita consolidarse.