Hace tres semanas el Ministerio de Salud colombiano anunció, formalmente, el cierre del Plan Nacional de Vacunación para que la vacuna contra la covid-19 empezara a integrarse al Programa Ampliado de Inmunizaciones (PAI). En resumidas cuentas, esta vacunación seguirá pero con los mismos recursos de los que dispone el PAI, que son usados también para otro tipo de vacunas como la influenza y el neumococo, entre otras.

Al día de hoy, según cifras del mismo Ministerio, se han aplicado más de 81.400.000 dosis anticovid desde que inició el Plan Nacional de Vacunación. Esto dio lugar a que el país lograra tener al 70 % de su población vacunada con esquemas completos.

Así, la vacuna del covid-19 entraría a sumar dentro del esquema de vacunación colombiano compuesto por poco más de 20 vacunas, de las cuáles ni una sola es producida localmente. De hecho, apenas iniciaron las olas de contagio y la propuesta de una posible vacuna en medio de los primeros picos de la pandemia, resurgió el interrogante sobre la capacidad de nuestro país para producir vacunas nuevamente, tal como a finales del siglo pasado.

Dentro de las últimas remembranzas que se tiene de las razones por las cuáles se dejó de producir vacunas a finales de la década de los 90, se tienen algunas apreciaciones que hizo el bioquímico colombiano Moisés Wasserman, cuando se indagaba en pleno 2020 sobre nuestra limitada capacidad de producción frente a una crisis tan seria como la covid-19.

En la última rendición de cuentas del Instituto Nacional de Salud (INS), en 1998, se reportó para los dos años anteriores una producción lo suficientemente intensa en volumen como para satisfacer las demandas del PAI en aquel entonces. Por ejemplo, se registraron 2,5 millones de vacunas contra la fiebre amarilla, 140.000 de antirrábica humana, 6,5 millones de vacunas contra la tuberculosis, 6 millones de vacuna triple DPT (difteria, pertussis – tos ferina- y tétano) y hasta 11 millones toxoide tetánico.

La producción tenía un buen nivel, si nos remontamos a hace 20 años. Sin embargo, por más que estaban las capacidades, la falta de visión de largo plazo fue una de las más fuertes presiones para aniquilar indefinidamente esta producción. Por un lado, estaba el cambio en las “buenas prácticas” de la manufactura en vacunación que aumentó el número de requisitos y exigencias a nivel mundial y que, para entonces, el INS no había implantado.

Asimismo, la competencia era ardua con la aparición de nuevas tecnologías y el desarrollo de nuevas vacunas en masa. Era claro que para mantenerse en el mercado se requería de una fuerte inversión en talento humano y recursos financieros para dar pie a procesos más innovadores y que se pudieran mantener a la vanguardia. Prácticamente era una sentencia en la que tocaba modernizarse o cerrar las plantas de producción; en América Latina había una alta probabilidad de irse por la segunda opción.

Si bien en Colombia se intentó dar con un proceso progresivo de modernización para evitar el cierre de sus plantas, los costos fueron una importante traba. Y la presión adicional por la crisis económica que se dio en 1999 fue la firma para definir la clausura indefinida en la producción de vacunas.

A inicios de este año, el pasado 27 de enero se dio vía libre al inicio de la construcción de la planta de producción, investigación y desarrollo de vacunas en Rionegro, Antioquia. Una obra de la firma colombiana VaxThera que parece ser altamente prometedora para contribuir no sólo al control de la pandemia del Covid-19 (cuya vacuna podría estar para el 2023), sino también a la prevención de enfermedades típicas como el dengue, chikunguña, fiebre amarilla y la influenza. De hecho, a inicios de este mes, quedó conformada la comisión técnica de investigación para la producción de vacunas en nuestro país.

No obstante, la Asociación de Industrias Farmacéuticas en Colombia, ha hecho saber desde que surgió la vaga idea en 2021 que no iba a ser tan rápido como se esperaba, y que lo más probable era que se iniciaría con las adecuaciones de las plantas que se tienen para ayudar en las partes finales del proceso de producción, como el llenado y el etiquetado, algo similar a lo que hace Argentina. Así se puede ayudar a las plantas de otros países. Pero al parecer la fabricación de nuestras propias vacunas aún tiene un buen trecho por recorrer.

Desde hace un buen tiempo, India ha sido el líder mundial en la producción de vacunas, y sus compañías soportan casi el 50 % de la demanda mundial de diversos tipos de vacunas. Cuando entró la necesidad por dosis masivas de vacunas de la covid-19, fueron China, Estados Unidos y Alemania los países que fueron transformando el panorama de la producción de vacunas en el mundo.

Es claro que competir con semejantes economías de escala será todo un reto. No obstante, recuperar nuestro potencial y hasta nuestra autonomía manufacturera en materia de vacunación será un avance para mejorar la calidad y la gestión sobre la salud pública nacional que, de por sí, debería mantenerse como una prioridad.