Si trabajamos con humanos, todo lo que sucede alrededor de una organización está igualmente llena de lo que pasa con la gente, con sus egos, con sus creencias y con sus respectivos “rayes” y prejuicios.

He encontrado algunos síndromes que son muy comunes en las mentes de los individuos y, por tanto, se llevan a los equipos de las empresas, hoy quiero compartir la reflexión acerca de dos de ellos.

Empecemos por el Síndrome del Impostor, un fenómeno psicológico en el que las personas dudan de sus logros y tienen un miedo persistente a ser expuestos como fraudes o impostores. Pueden sentir que sus éxitos se deben a la suerte o que han engañado a los demás haciéndoles creer que son competentes. Esto puede llevar a sentimientos de ansiedad, insuficiencia y baja autoestima.

Aunque no es un trastorno mental reconocido, es una experiencia común para muchas personas, especialmente para aquellos que tienen altos niveles de logros o que han experimentado un cambio significativo en sus vidas, como comenzar un nuevo trabajo o perseguir una nueva carrera.

He notado en mi experiencia como coach y líder que es más recurrente en las mujeres. Pareciera que nos cuesta más “creernos el cuento” y la necesidad de complacer a los demás es tan grande que muchas veces las hace dudar de si lo están haciendo bien o no. También observo que frente a los parámetros de perfeccionismo, este síndrome es más recurrente porque nunca es suficiente y, por tanto, todo puede ser mejorado.

Para superar el síndrome del Impostor, puede ser útil reconocer y aceptar los logros propios, centrarse en las fortalezas y buscar apoyo de personas que puedan brindar aliento y validación. También es esencial evitar el perfeccionismo y las expectativas irreales de sí mismo y en su lugar aceptar los errores y fracasos como oportunidades para el crecimiento y el aprendizaje. La terapia o el coaching también pueden ser recursos útiles para abordar las creencias y patrones de pensamiento subyacentes que contribuyen a que esté síndrome sea recurrente.

Ahora bien, también tenemos otro síndrome que puede ser frecuente en las organizaciones. Este es el síndrome de Procusto, también conocido como complejo de Procusto, una metáfora que se utiliza para describir la tendencia de las personas o las organizaciones a intentar hacer que todo encaje en un molde preconcebido, en lugar de adaptarse a la realidad.

El nombre del síndrome se deriva de la figura mitológica griega de Procusto, quien tenía una posada en la que ofrecía alojamiento a los viajeros. Si un viajero era demasiado alto para la cama, Procusto lo hacía cortar las piernas para que encajara en la cama, y si era demasiado corto, lo estiraba hasta que encajara. De esta manera, Procusto forzaba a sus huéspedes a adaptarse a sus propias normas arbitrarias.

En un sentido más amplio, el síndrome de Procusto se refiere a la tendencia de las personas o las organizaciones a intentar hacer que todo encaje en un modelo preconcebido, en lugar de adaptarse a las circunstancias cambiantes. Esto puede manifestarse en muchas áreas, desde la educación y la cultura hasta los negocios y la política.

Un líder con este síndrome puede llegar a ser un dictador, no recibir ningún tipo de retroalimentación e incluso se habla de que este síndrome puede llevar a que aquellas personas del grupo que quieran sobresalir o tengan las habilidades para hacerlo sean anuladas y subestimadas. Como si nadie pudiera crecer más allá del tamaño de la cama de Procusto.

Un líder debe entender lo que le pasa a los miembros de su equipo y tratar de unir puntos entre ellos buscando espacios de consenso y disenso. Entendiendo las diferencias y sobre todo entendiendo que la realidad al final es la interpretación de cada uno, no hay una sola verdad absoluta.

Busquemos líderes que escuchen, que no crean solo en sus propias creencias y que no destilen mala energía hacia los demás. Busquemos gente que sea vitamina para el espíritu, aunque las organizaciones están llenas de humanos, yo creo que se puede al menos intentarlo. Y finalmente recuerda que la vida es un ratico y que complicársela no vale la pena.

Autogestión y un poquito más de ambiente colaborativo, quizás así de simple sea la solución.