Es complejo cuando vemos que cada uno tiene su propio código de conducta. De alguna manera se supone que todos compartimos algunas obligaciones en el marco de nuestras vidas laborales, pero resulta que parecemos expertos en darle la vuelta al asunto de acuerdo con la conveniencia del momento.

Hemos llegado a niveles grandes de normalización de lo ético y no ético y ya al final parece que el código que valiera es solo el propio. Aquí quisiera hacerte un cuestionamiento para seguir en este flujo la conversación, cuándo fue la última vez que discutiste con tu equipo, que significaba la transparencia, o la importancia de ganar algo, quizás importe más el qué y no tanto el cómo.

Nos falta reflexionar un poco sobre los valores que rigen nuestros equipos. Voy a plantear algunas situaciones organizacionales donde no sé si hay o no temas éticos, pero al final si actitudes o decisiones que pueden cambiar drásticamente el desenlace de las cosas.

Manuela es una ejecutiva muy exitosa. Super reconocida y aplaudida por su trayectoria. El gran pecado de Manu es que le gusta demasiado salir en la foto, mostrar lo que hace un poco con realidad aumentada, a costa de lo que sea. Daniel, que trabaja con ella, solo camina haciendo su trabajo, le gusta el logro y como a todos los humanos el reconocimiento, pero no lo busca, simplemente lo espera como un resultado de sus acciones.

Manuela quiere ganarse el premio de su compañía como la mejor gerente del año. Daniel cree que no se lo merece porque realmente sabe que, aunque es buena, no ha dado ese gran diferencial para ganarlo; pero no dice nada porque tampoco le parece prudente hablar en contra de su compañera. Manuela hace una campaña de lobby interno lo bastante grande como para ganar puntos y finalmente poder tener el tan preciado premio en sus manos.

Daniel ve que está jugando a comprar votos. No está de acuerdo y le parece que no es justo, pero cuando me lo cuenta tengo que decirle con voz de rendición, “la vida en general no es justa”. Carlos ve que Manuela hace algo incorrecto y le da un contrato a alguien que seguro ayudará a que haya un tráfico de influencias donde la ayudaran a ganar.

Aunque Carlos quiere decir la verdad, el jefe de otra área lo convence de que mejor se quede callado. Hay peleas que no se deben dar y al final nadie te va a creer, Manuela es la consentida de la Junta.

Aunque frustrante y un poco exagerada, la historia ocurre a diario. Normalizamos cosas que no deben ser normales y vivimos muchas veces de la exaltación del ego porque lo único que buscamos es tener la razón.

Daniel es ahora cómplice de una historia que por supuesto no es ética, pero que seguramente le va a costar detractores si la cuenta. Así que, con el dólar en el techo, la inflación a doble digito y un ambiente donde todos estamos como atontados, decidió mejor dejar pasar y quedarse callado, pero con empleo para no tener líos. Es mejor así, pensó.

Hasta cuándo vamos a creer que debemos guardar silencio, aunque no hay cosas que pasan de manera correcta. ¿Por qué normalizamos las situaciones y no tratamos de hacer las cosas bajo unos códigos de respeto hacia los demás?

La historia de Manuela es una que al final no tiene un impacto enorme en muchos, pero si deja un mal sentimiento porque no se sabe dónde quedan los verdaderos méritos cuando todo se trata de networking y no de reales competencias.

Despertemos un poco como líderes y pensemos porque queremos permanecer tan callados y permitimos que otros lo hagan. Porqué no tomamos una posición, y que paso cuando la tomamos, ya que se nos juzga inmediatamente. Trabajar con la diversidad no se trata de tener políticas y cuotas solamente, se trata de potenciar la meritocracia, de entender sin juzgar y de dejar de premiar solo a aquellos que se nos parecen más.

Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa. (Demócrates)