Mientras el mundo pone su atención en Ucrania, vivimos el final de la globalización. El paradigma que surgió tras la caída de la Unión Soviética, en 1991, ha muerto. La señal de ese cambio es la transición del petróleo al gas.
En esta nueva realidad, la alianza entre Rusia y China es algo natural. El primero es el mayor exportador de energía en Eurasia, mientras que el segundo es su comprador.
La debilidad en este escenario se encuentra en Europa: 40 % del gas que importa proviene de Rusia.
Internet, la otra división
Mientras Vladimir Putin juega en el tablero de la energía, Xi Jinping lo hace en el de Internet, el cual se dividirá en dos: uno bajo la influencia de Estados Unidos y el otro, de China.
Huawei y ZTE, entre otras grandes compañías chinas, ya construyen la infraestructura 5G mundial.
El segundo objetivo de China es reemplazar al sistema Swift, a través del cual se mueve el dinero en la banca mundial. Con esto pretende crear una demanda por el yuan y lograr que se convierta, al igual que el dólar, en una moneda de reserva.
China ya dio el primer paso en esa dirección en 2018, cuando lanzó el mercado de futuros de crudo en Shanghái.
Las recientes sanciones que Occidente ha puesto a Rusia le darán mayor relevancia a este mercado, pues a través de este China comprará la energía que necesita.
Las sanciones y el aislamiento de Rusia representan una arista más de la nueva guerra fría en la que nos encontramos, y al igual que en el pasado será una competencia tecnológica constante.
Esa competencia transformará al mundo. En la próxima década veremos cómo el 80 % de las compañías que hoy conforman el índice S&P 500 desaparecerán.
Ese 20 % tiene el potencial de crear múltiples industrias. Me refiero a la energía nuclear, la tecnología Blockchain, los nuevos materiales y sensores; computadores cuánticos y mano de obra automatizada.