Según la ONU, para 2050 seremos aproximadamente 9.700 millones de personas distribuidas en el mundo. Es de esperarse, dado el panorama actual, que la gran mayoría de estas estarán concentradas en zonas urbanas bajo los escenarios de la movilidad y la migración que ejercen miles y miles de jóvenes rurales, no sólo en Colombia sino en todo el mundo hacia estos “prometedores” cascos urbanos.

El móvil de todo esto es la búsqueda de oportunidades que actualmente el campo no les ofrece a los jóvenes en el país. Sólo en Colombia, según el último Censo del DANE, 2,2 millones de personas, son niños y jóvenes entre los 10 y los 19 años, mientras que cerca del 28 % de los campesinos tienen más de 50 años. En algunas regiones de Europa, el panorama se vuelve más crudo al saber que 3 de cada 5 agricultores tienen más de 55 años.

¿Qué pasará en unos 50 años si no se incrementan las oportunidades para los jóvenes rurales? En muchos sentidos, se vuelve muy complicado lidiar con grandes obstáculos como lo son no encontrar una estabilidad laboral en su propia tierra, no encontrar los medios para continuar sus cosechas, no tener oportunidades educativas para desarrollarse en sus distintas ramas, no tener cómo tecnificar sus procesos, no tener a la mano los más indispensables servicios de salud, los altos costos de insumos y materias primas, los problemas por ejemplo, en el caso Colombiano con el desplazamiento de tierras y el conflicto armado, etc.

Muchas veces se habla de lo importante que es desarrollar oportunidades para los jóvenes del campo para que, en nuestro caso, Colombia logre explotar su potencial para ser unas de las 7 despensas alimentarias del mundo, en palabras de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura).

Claramente este sería uno de los grandes beneficios macro para Colombia. Toda una estrategia que podría traer consigo el posicionamiento de nuestro país en el sector y la gran cantidad de inversión extranjera y demás retornos agregados que podrían llegar. Podría darse una línea para la sustitución de importaciones en la medida en que fortalecemos nuestro músculo exportador focalizado en la agroindustria sostenible y tecnificado, fuertemente generadora de retornos y valor agregado en las unidades productivas.

Pero lo que poco se ve en nuestro entorno, y que escasea en gran parte de las propuestas de los candidatos a elegir en una semana para Senado, Cámara y posibles elegibles presidenciables, es que este desarrollo rural y agroindustrial es un ancla para el progreso y el desarrollo sostenible del campo colombiano. No sólo se trata de darles oportunidades laborales a los jóvenes herederos futuros de las actividades rurales y agrícolas, dándoles con qué sembrar; se trata de todo un marco que recompense dignamente sus labores del campo, que les brinden una capacidad de gasto lo suficientemente fuerte para la mejora continua de su bienestar y el de sus familias, que les otorgue derechos de educación y salud al alcance de su mano, que puedan tener vías terciarias transitables, que tengan acceso a agua potable, a conexión de internet, a energía sustentable, acceso a bienes públicos, seguridad, justicia, prácticamente a todo lo que le hemos prometido y no le hemos dado al campo colombiano.

En sí, que su labor les dé para comer y hasta más, dándoles a su alcance los medios para tener un bienestar de vida envidiable. En épocas de pandemia muchas personas que adoptamos el confinamiento, soñábamos con tener un espacio que nos permitiera la escapatoria a algún lugar lejos del caos urbano. Cualquier lugar rural que garantizara la paz y tranquilidad necesaria para desconectarse un poco de la epidémica realidad que nos agobiaba.

Lo triste es que, en muchas ocasiones, nos encontramos con personas que no reconocen sus raíces campesinas, cuando esto debería implicar una ola de orgullo y de apropiación sobre la sabiduría que van pasando, generación tras generación, los campesinos de nuestro territorio. Pero, en vista de la migración de jóvenes que año a año abandonan el campo para buscarse mejores oportunidades de vida, ¿qué va a pasar con la valiosa herencia campesina y en manos de quién quedará a futuro?

Claramente, toda la región latinoamericana también experimenta esta misma tendencia. En 2001, según cifras de la CEPAL, el 24 % del total de la región vivía en zonas rurales; para 2013 el porcentaje había bajado al 21 % y se espera que para 2030 disminuirá a cifras cercanas al 16 %.

Si no se consolida un plan de acción integral que mejore las condiciones para toda la población de las áreas rurales, no es de extrañar que los problemas a futuro, asociados a la limitación de cultivos, sean tomados, por ejemplo, por algunas de las compañías transnacionales productoras de alimentos más grandes del mundo. Y podrían darse males peores.

Por ejemplo, Grow Asia inició como un programa agrícola dirigido por Nestlé, PepsiCo, Monsanto y otros gigantes de la producción de alimentos y los agronegocios cuyo principal objetivo era expandir la producción de unos cuantos cultivos comerciales para beneficio de corporaciones específicas y, así, aumentar su control sobre los mercados. Pero temas como la seguridad alimentaria y los beneficios para los campesinos no fueron su fuerte.

No cabe duda de que Colombia mantiene un gran desafío para que los jóvenes rurales puedan integrarse al desarrollo de sus territorios. Pero entender una nueva ruralidad va más allá de ámbitos productivos porque si la visión se ve limitada a esto, terminaremos sin herederos de la sabiduría campesina y sin personas que puedan tecnificar el campo para el desarrollo de la tierra.

La ausencia de propuestas en la mayoría de los candidatos quienes van a dirigir el rumbo político del país en los próximos años, del centralismo urbano de las propuestas y la falta de apropiación del campo Colombiano, nos lleva a pensar que seguiremos por un buen tiempo más, preparándole al campo de nuevo, un ausentismo, un olvido, y a seguir dejándolo huérfano a la espera de que cada vez más se quede sin dolientes.