No pretendo analizar psiquiátricamente a nadie porque no soy psicoanalista y creo que cada quien vive sus propios rayes y nadie debería juzgar sin conocer. Lo que sí está bien claro es que vivimos en situaciones donde nos acomodamos fácilmente y más en momentos de incertidumbre como el actual. Lo curioso es que la incertidumbre es permanente pero solo quisimos, por fuerza, ser conscientes hace poco.
A pesar de que el desempleo ha crecido y que, por supuesto, no están creciendo las plazas para nuevos empleados ni las múltiples opciones para los profesionales más preparados, también está claro que muchas empresas crecieron, emprendimientos nuevos aparecieron y otras nuevas funciones empezaron a requerir habilidades para las que muchos no estaban listos.
Veo que muchas veces los profesionales se quedan en sus trabajos por la única razón de acomodarse en una lógica financiera. Es decir, por recibir el sueldo cada fin de mes. Puedo entenderlo y sé que para muchos el pensamiento automático es “pero entonces cómo pago las cuentas” lo cual aterriza cualquier pensamiento soñador que intente ver el trabajo solo como realización de los sueños.
El tema no es de rebeldía, ni de dejar “tirado” el trabajo porque tengo un colega que me aburre, por ejemplo. Hablo más de hacer un proceso real de entendimiento personal para saber si soy la persona correcta para el lugar donde estoy. Pero bajo mi propia consciencia, no esperando a ver qué pasa.
Muchas veces las situaciones cambian, las personas cambian, las empresas también lo hacen porque son el reflejo de sus líderes y si hay nuevos líderes hay transformación, ante los cuales puedo querer permanecer o no.
Conocí un ejecutivo de alto nivel que llevaba muchos años en su cargo. Era un tipo tranquilo, pero de una tibieza infinita, nunca tomaba partido, era como una veleta que por supuesto en momentos de mucha presión o malos resultados sufría mucho porque lo trataban mal, no tenía las respuestas correctas y guardaba un silencio que a mí me afectaba al verlo (aunque yo fuera solo observadora y no era mucho lo que pudiera hacer).
Un día tomé la decisión de preguntarle por qué no se defendía al menos un poco, por qué no tomaba una posición. Me respondió que llevaba cinco años esperando a que le ofrecieran una buena salida, así que no pensaba renunciar hasta que eso ocurriera. No tengo idea si lo logró finalmente, pero ese día pensé que hay que saber cuándo irse de la fiesta para dejar un buen recuerdo del último baile.
Saber cuándo renunciar no es tan fácil, pero puedo decir que cuando la idea de no estar donde quieres estar te da vueltas en la cabeza, tal vez es un buen momento para mirar hacia adentro y escuchar el campanazo de alerta. Si estás en un restaurante y te gustaría estar en otro, hay un indicador de que algo no está del todo bien.
No digo que ante el primer escollo pienses en renunciar. Trabajar también se trata de navegar los problemas y tener momentos no tan simpáticos. Pero cuando las cosas se ponen feas (que a todos nos ha pasado alguna vez) solo pueden enfrentarse con ganas cuando realmente sientes que estás en el lugar correcto. De lo contrario se tiende a exagerar la situación, a juzgar, a buscar culpables y definitivamente a perder la paz.
¿Cuándo renunciar entonces? Cuando sepas que la situación va a estar mejor en otro lugar que donde estas. Pero además cuando hay un plan estructurado que te ayude a tener un flujo financiero que no te haga sentirte aun peor de la decisión que tomaste.
Cada ser humano tiene un carácter diferente. Así que no hay una respuesta automática ni de receta. Pero creo que es vital entender el contexto y buscar la paz si no se disfruta de lo que tienes alrededor. Hay que aprender a soltar, lo que sea necesario soltar.