Marval no solo es hoy la constructora más grande del país por ventas, también es una de las compañías con mayor proyección internacional. Aunque ha consolidado un robusto negocio constructor, esta firma santandereana ha tenido que sortear dificultades de tipo político, cultural, laboral y legal. En 2010 Marval traspasó las fronteras de Colombia. Inicialmente participó en licitaciones públicas para construir en Panamá y Honduras. El negocio más importante que ganó fue la construcción de La Gran Joya, en Panamá, que es el centro penitenciario más moderno de Latinoamérica, y un complejo de cinco cárceles para 5.500 internos, que funcionan independientes aunque con una sola administración. Dicho contrato tuvo un valor de US$160 millones. El grupo está hoy concentrado en los sectores de construcción e infraestructura. Rafael Marín, presidente de la constructora, tiene claro que para entrar a otros países se requiere sortear dificultades de diferente índole, pero la única forma de lograrlo es entendiendo la cultura local. Por eso, Marín afirma que es clave trabajar en cada país “con estrategia, persistencia y constancia, y con el tiempo se comienzan a generar oportunidades”. En estos procesos de internacionalización, Marval ha trabajado en la mayoría de los casos con profesionales colombianos, quienes han aportado su capacidad, conocimiento y responsabilidad. La meta de corto plazo es participar en proyectos de inversión de vivienda en Panamá y Perú.