A pesar de sus dimensiones, la Gran Recesión desapareció de la memoria colectiva una década después. Gracias a la fase de expansión de la economía mundial, en lugar del pesimismo de entonces hoy prevalece el optimismo. Pocos recuerdan los enormes costos de esa recesión. La deuda pública en las economías avanzadas aumentó 30 puntos del PIB, debido a los rescates de las instituciones financieras y a la adopción de unas posturas fiscales contracíclicas, necesarias para estimular la actividad económica, ante el repliegue de la demanda del sector privado. Además, muchas economías se desviaron de las sendas de crecimiento que seguían a otras más bajas y con unas pendientes menores, por lo cual se ralentizó la mejora del bienestar de su población. Podría interesarle: El año en que EE.UU. dejó atrás la GranRecesión La crisis originó numerosas reformas a la regulación –contenidas en gran parte en la Ley Dodd-Frank y los estándares de Basilea III–, muchas de las cuales contribuyeron a mejorar la resiliencia y solidez del sistema financiero. Algunas redujeron la vulnerabilidad de los bancos, para lo cual aumentaron y mejoraron la calidad de su solvencia. A las instituciones con importancia sistémica les requirieron mayor capital, les incrementaron la ponderación de sus activos riesgosos y les demandaron una gran capacidad total de absorción de pérdidas. También les impusieron una razón de apalancamiento global, una liquidez más abundante y una supervisión más estricta, que incluyó pruebas de resistencia. Otras dieron instrumentos a las autoridades para enfrentar la insolvencia de los bancos. Lea también: Los bancos se preparan para nuevas regulaciones en torno a Basilea Gracias a las reformas, los bancos en las economías avanzadas llevaron a cabo cambios significativos en sus actividades, balances, estrategias y lugares de operación. Deshicieron sus posiciones en activos complejos y riesgosos, al tiempo que redujeron sus operaciones con derivados sobre el mostrador. Sin embargo, la reparación de los sistemas bancarios en las economías avanzadas ha sido desigual. Los bancos de Estados Unidos se recuperaron a mayor velocidad y de una manera más integral que los de la Zona del Euro, porque las autoridades de ese país fueron más celosas en las exigencias y en las evaluaciones de la suficiencia del capital, al tiempo que les brindaron mayores facilidades para fortalecer su patrimonio. En razón de ello, la lenta restauración de la banca europea dificultó y le restó dinámica a la reactivación de la Zona. Además, la unión monetaria y bancaria sin una fiscal, hace que los bancos estén expuestos a riesgos soberanos disímiles según el país, que solo revelan su magnitud al estallar una crisis de la deuda pública en alguno. A pesar del progreso hecho desde la crisis, en opinión del FMI, el sistema financiero global tiene un número no despreciable de puntos frágiles. Muchos bancos europeos carecen de suficiente capital. En la medida en que los grandes bancos han crecido y sus operaciones se han vuelto más complicadas, su importancia sistémica ha aumentado, sin que los problemas que implicaría su quiebra se hayan resuelto. Gran parte de las operaciones más complejas se movieron hacia el sistema bancario en la sombra. Al mismo tiempo, la rápida innovación –como las negociaciones de alta frecuencia y la tecnología financiera– entraña riesgos adicionales. Además, en muchos países la industria presiona a las autoridades para aflojar la regulación. Asimismo, una década de política monetaria laxa infló burbujas en los precios de los activos en varios mercados, como los de acciones y vivienda. Artículo relacionado: UE presiona para evitar aumento de capitales para bancos en Basilea Mientras los sistemas financieros en las economías avanzadas se fortalecieron después de la crisis por las reformas, en las emergentes crecieron de una manera notable, con base en los flujos de capital que buscaban una mayor rentabilidad. La abundancia de fondos externos contribuyó al relajamiento de la política monetaria en muchas economías emergentes, lo cual generó una gran expansión del endeudamiento doméstico, junto con una pronunciada valorización de los activos y un exceso de demanda interna, que profundizó sus desbalances macroeconómicos –los déficits fiscal y en la cuenta corriente y el exceso de inversión sobre ahorro doméstico–. La deuda externa también se elevó, debido a las bajas tasas de interés en las Economías Avanzadas y al amplio acceso a los mercados financieros internacionales. La deuda más elevada en las emergentes entraña mayores riesgos para sus sistemas financieros, que podrían materializarse si no son administrados adecuadamente, sobre todo en la actual coyuntura, cuando los grandes bancos centrales están en tránsito hacia unas posturas monetarias normales. La normalización monetaria en las economías avanzadas genera una menor tolerancia al riesgo, que inclina las preferencias de los inversionistas hacia los activos más seguros. Por ello liquidan posiciones en los activos de países emergentes, para denominarlos en monedas duras, lo cual los desvaloriza y deprecia sus divisas. Las mayores tasas de interés externas y la depreciación aumentan el costo del servicio de la deuda externa y pueden comprometer la solvencia de sus firmas e instituciones financieras, si incurrieron en descalces cambiarios. La desvalorización de los activos domésticos también entraña una mayor riesgo de mercado para las instituciones financieras. Además, el ajuste de los desbalances macroeconómicos para moderar las fugas de capital, podría requerir un estrechamiento de la postura monetaria, para disminuir el exceso de la demanda interna, que podría elevar su riesgo de crédito. Tema relacionado: Por qué a los emergentes les duele el apretón monetario en EE. UU. Aunque las reformas para enfrentar la crisis mejoraron la solidez de los sistemas financieros en las Economías Avanzadas, surgieron nuevas amenazas que podrían perturbar la estabilidad financiera y la actividad económica global. Quizá la mayor dificultad que tienen ahora las autoridades es que si se materializaran esas amenazas, tendrían un menor espacio fiscal y monetario para adoptar posturas contracíclicas, por el aumento considerable de la deuda pública y la expansión de los balances de los grandes bancos centrales, que apenas comienza a moderarse. Entérese también: La falta de liquidez desnuda los problemas de los países emergentes