Existe una alta probabilidad de que la expansión de la economía mundial se prolongue el año entrante, porque la postura fiscal estimulante seguirá impulsando la actividad económica en Estados Unidos, al tiempo que China está relajando sus posturas fiscal y monetaria, mientras que en Europa se sostendrá el crecimiento. Sin embargo, los riesgos financieros acumulados durante la última década, junto con otras amenazas recientes podrían desencadenar pronto otra crisis financiera internacional y una nueva recesión global. En opinión, tanto de los analistas de JP Morgan como de Nouriel Roubini, de la Universidad de Nueva York, es factible que esos eventos ocurran en 2020. Como resalta William White, exjefe del departamento económico del Banco de Pagos Internacionales, la extrema laxitud monetaria implementada durante una década por los grandes bancos centrales del mundo –por las bajas tasas de interés, los excesos de liquidez, el poco riesgo de crédito y la estrecha diferencia entre las tasas de interés de corto y de largo plazo– incentivó una serie de comportamientos peligrosos de los inversionistas en los mercados financieros, que contribuyeron a crear excesos de demanda en varios activos. Como consecuencia de ello, sus precios se inflaron de forma exuberante. Esto ocurrió, por ejemplo, en los mercados de títulos de deuda pública y privada, en los de acciones y en los inmobiliarios. Consulte también: Llegó la hora de enfriar a la economía de Estados Unidos De una manera paralela, como argumenta Richard Kozul-Wright, de la Unctad, por las mismas razones la deuda global (US$ 250 billones) se duplicó en esa década, hasta representar en la actualidad tres veces el PIB mundial. Al mismo tiempo, la participación de la deuda de las economías emergentes se multiplicó casi por cuatro (hasta 26% del total) y la de sus empresas se duplicó (hasta 105% del PIB). Con el tránsito de la postura monetaria de la FED y otros bancos centrales a la normalidad –o incluso a una desestimulante, como insinuó hace poco Jerome Powell–, tarde o temprano las tasas de interés se elevarán alrededor del mundo y disminuirá la liquidez en los mercados. Como efecto de ello, la carga financiera de los hogares, las empresas y los gobiernos aumentará, lo cual dificultará el servicio y la rotación de sus deudas. Por ello, los riesgos de mercado y de crédito se elevarán para los intermediarios financieros. Además, las mayores tasas de interés conducirán a una reestimación del riesgo en los mercados, que disminuirá la tolerancia de los inversionistas. Por tal motivo, sus preferencias se inclinarán hacia los activos más seguros, de modo que liquidarán posiciones en los más riesgosos, entre ellos los de las economías emergentes (EE), lo cual los desvalorizará. Podría interesarle: Por qué a los emergentes les duele el apretón monetario en EE. UU. Si ocurren de una manera pronunciada y abrupta, esas desvalorizaciones de los activos y eventuales incumplimientos de las deudas constituyen serias amenazas para la estabilidad financiera y la actividad económica global, porque desmejoran los balances de las instituciones financieras, las empresas y los hogares. Con ello reducen su capacidad de otorgar crédito, invertir y consumir. Las mayores tasas de interés externas y la depreciación de las monedas emergentes aumentan la carga de las obligaciones en divisas extranjeras y pueden causar crisis cambiarias y recesiones en esas economías, como ha ocurrido ya en Argentina y en Turquía, con el peligro inminente de réplica en Suráfrica y Brasil. Tema similar: Nos contagiarán Argentina y Turquía sus crisis cambiarias Como el estrechamiento monetario de los grandes bancos centrales continuará, las economías emergentes con grandes desbalances macroeconómicos, débiles solvencias fiscal y externa, junto a la escasa liquidez en moneda extranjera seguirán sufriendo turbulencias que perturbarán los mercados financieros. Un problema mayúsculo en la coyuntura actual, que podría desencadenar esta serie de efectos adversos para la estabilidad financiera y la actividad económica global, es la postura estimulante de la política fiscal en los Estados Unidos, cuando la economía está en pleno empleo. En esas condiciones, el estímulo fiscal en ese país crea un exceso de demanda que genera presiones inflacionarias, al tiempo que desmejora la solvencia del Estado y deteriora la sostenibilidad de las finanzas públicas. Con ello podría acelerar el cronograma del tránsito a la normalidad de la postura monetaria de la Fed más allá de lo previsto, con lo cual se elevaría las tasas de interés tanto de corto como de largo plazo, más allá de lo esperado. Esto tendría efectos adversos sobre el consumo, la inversión y el precio de los activos. La elevación de los precios de los combustibles también es peligrosa, porque ocasiona presiones inflacionarias, aumenta los costos de las empresas y reduce el ingreso neto de los hogares. Lea además: Sanciones a Irán anticipan su efecto sobre el petróleo Además, el proteccionismo de Estados Unidos puede generar una guerra comercial de grandes proporciones, con consecuencias negativas sobre el volumen del comercio, las cadenas globales de valor, la confianza de los inversionistas y los consumidores, los precios de las materias primas y los flujos de capital. Los desacuerdos sobre la política fiscal en el Congreso de Estados Unidos y las tensiones en Europa por el ascenso del populismo, por sus implicaciones para la política fiscal y sobre el vínculo entre el riesgo soberano y los activos de los bancos, también podrían desencadenar perturbaciones en los mercados financieros. La principal desventaja en la coyuntura actual es el reducido espacio que tienen las autoridades para enfrentar estos riesgos, en razón de las elevadas deudas públicas, las bajas tasas de interés y el despliegue de los balances de los bancos centrales que implementaron en la última crisis. 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