La educación virtual fue una medida de emergencia para evitar perder un semestre o el año escolar. Pero sin duda sembró las bases de un nuevo esquema de educación que llegó para quedarse.
Eso sí, la adaptación de profesores, alumnos y padres de familia ha sido algo traumática.
De hecho, no ha terminado por completo debido a que la virtualidad no logra abarcar algunas características básicas de la formación.
Entre ellas, la interacción espontánea entre personas y la práctica de competencias, como en el caso de las ciencias médicas, las ingenierías y otras carreras.
A pesar de los muros o desafíos que tiene la virtualidad, un eventual regreso a las aulas en la pospandemia no puede desconocer o dejar de lado las bondades de esta modalidad.
Esto es lo bueno, lo malo y lo feo de la nueva realidad educativa.
Lo bueno
Si la pandemia se hubiera producido hace 30 años, el impacto en la educación habría sido brutal. Aunque persisten serios problemas de cobertura de internet y no todos los estudiantes cuentan con computadores o tabletas, la penetración de estos dos dispositivos a inicios del siglo XXI evitó la parálisis total de la enseñanza.
“No se puede volver al mismo punto de marzo de 2020. Han sido 18 meses de aprendizajes para estudiantes y profesores; ese camino recorrido no se puede perder en la pospandemia”, dijo Andrés Chiappe, director del doctorado en Innovación Educativa con Uso de TIC de la Universidad de La Sabana.
El experto cree posible fortalecer la presencialidad desde la virtualidad. Destacó la importancia de la gamificación, una técnica de aprendizaje que traslada la mecánica de los juegos al ámbito educativo.
Este método no es nuevo y puede servir en la formación virtual, pues mitiga los efectos nocivos de un aprendizaje que pasó de los salones de clase a algún espacio de la casa. También se puede echar mano de un sinnúmero de ayudas tecnológicas disponibles en el mercado.
Es el caso de HyFlex, una herramienta que permite que los estudiantes escojan tres tipos de enseñanza: presencial, virtual o los famosos courseworks (que tienen varias universidades), en los que el alumno puede acceder en cualquier momento a cursos previamente diseñados y construidos para este propósito.
Mónica Brijaldo, docente de la Facultad de Educación de la Universidad Javeriana, explicó que es necesario distinguir entre la enseñanza virtual, como aquella que un profesor realiza a un grupo de alumnos vía internet, y la educación remota, que da autonomía a los estudiantes de este tipo de cursos en línea, y que son autogestionados y bien diseñados por los centros de enseñanza.
“En la remota hay mayor autonomía del estudiante y más flexibilidad curricular”, expuso.
Herramientas como Genially, Canvas, HyFlex y muchas otras que forman parte del blended learning (es decir, que combina encuentros presenciales y virtuales) son la base de este nuevo estilo de formación.
Otro punto a favor de la virtualidad es que diversas universidades lograron superar problemas de espacio o deficiencias de aulas para los estudiantes. En los últimos años, las universidades públicas y privadas del país han hecho billonarias inversiones para ampliar la capacidad de sus salones, laboratorios y áreas de bienestar.
Sin embargo, esa nueva infraestructura aún resulta insuficiente. La enseñanza en aula, que pasó a los hogares, logró resolver parte de ese problema, al menos por ahora. También está el punto del desplazamiento entre la casa y las universidades.
En momentos críticos en la movilidad, como los evidenciados en las últimas semanas, la virtualidad logró resolver los inconvenientes relacionados con los bloqueos y las fallas del transporte público.
Lo malo
Algo en lo que coinciden expertos, alumnos y profesores: la virtualidad impide el diálogo directo entre las personas, limita la interacción y no favorece la práctica a campo abierto. “Es evidente el agotamiento de universidades, estudiantes y profesores con el tema virtual”, dijo Brijaldo.
La intervención de los estudiantes no fluye de la misma manera desde un computador que en el aula de clases.
El profesor Jairo Galindo, director de programas virtuales de la Universidad de la Salle, explica que varios estudios confirman que la calidad de la educación puede caer hasta 20 por ciento cuando solo se hace de manera virtual.
Las prácticas de médicos, ingenieros, veterinarios, entre otras profesiones, se han visto seriamente afectadas por cuenta del exceso de la virtualidad y las cuarentenas. Además, no todos los profesores cuentan con la destreza para adaptar sus contenidos pedagógicos al modelo virtual.
Galindo hizo tres recomendaciones muy prácticas: la primera es no dejar que la tecnología reemplace el acompañamiento cercano entre profesor y alumno.
Mucho de lo que aprende el estudiante no se escucha o ve en el salón o clase virtual, sino en ese diálogo personalizado.
La segunda es que el universitario aprenda más allá de lo que pueda captar del profesor o el espacio académico. La educación no puede limitarse al horario universitario o a las materias dictadas.
Y la tercero, crear círculos de aprendizaje, grupos de discusión y nuevos espacios de interacción social. Otro tema por resolver con la virtualidad es la intensidad horaria.
Galindo afirma que las clases de dos o tres horas continuas agotan tanto a los profesores como a los alumnos.
Por eso recomienda bloques mejor distribuidos y complementados con otras herramientas, como videos, reuniones grupales virtuales, foros, discusiones, entre otras.
Lo feo
La falta de acceso a internet de banda ancha y el alto costo de los computadores y tabletas complican que la educación virtual llegue a todos.
La compra o descarga de aplicaciones sofisticadas de enseñanza remota también es una de las variables a tener en cuenta.
Los expertos en analizar la calidad de la educación miden asimismo la pertinencia y la calidad de aquella que se basa solo en la virtualidad.
En ese análisis es importante advertir que la virtualidad y la presencialidad no son factores de calidad en sí mismos.
Es decir, hay buena y mala educación virtual y hay buena y mala educación presencial.
Será necesario revisar en el futuro próximo la calidad de las competencias de los nuevos graduandos para encontrar más respuestas con respecto a este nuevo modelo o estilo híbrido de enseñanza.