El 16 de marzo, cuando se suspendieron las clases presenciales en todo el país, cerca de 40 universidades enviaron una carta al presidente Iván Duque para advertirle que la matrícula podría caer hasta 50 por ciento. Luego, la Asociación Colombiana de Universidades (Ascún), que reúne más de 80 instituciones, alertó que la deserción estaría entre 23 y 25 por ciento.
Estas proyecciones eran catastróficas, dado que de cumplirse en Colombia habría entre 600.000 y 1,2 millones de alumnos universitarios menos. Hoy, más de un año después, si bien se presentó una disminución en las matrículas, esta fue menor a la esperada. De acuerdo con Ascún, para el segundo semestre de 2020 hubo una disminución del 11,3% de la población estudiantil.
Si bien hubo muchos cuestionamientos a la calidad de la educación virtual, lo que generaba dudas en algunos alumnos sobre si matricularse o no, la deserción de los estudiantes se habría dado por las consecuencias económicas que ha dejado la pandemia. Según un informe del Observatorio de la Juventud en Iberoamérica y el Observatorio Javeriano de Juventud el 49,3 por ciento de los jóvenes que dejan sus estudios es debido a la dificultad económica para costearlos y el 19,9 por ciento lo hace porque tiene la necesidad de trabajar.
Aunque en estos momentos la economía del país se comienza a reactivar tímidamente y se podría pensar que en el corto plazo las instituciones de educación superior recuperarán estos estudiantes, la verdad es que la caída de las matrículas es un problema estructural y no coyuntural.
Desde finales de 2017 empezó un fuerte rumor en el sector educativo: la caída de las matrículas de estudiantes en las universidades del país. La conversación fue subiendo volumen y el más reciente dato entregado por el Sistema Nacional de Información de la Educación Superior (SNIES) lo ratificó: para 2018 se matricularon 2.408.041 estudiantes, una disminución de 1,5 por ciento con respecto al año anterior. Es decir, 38.000 estudiantes menos. Para 2019, la cifra bajó en 58.527 estudiantes, un 1,8 por ciento frente al año anterior.
Esto evidencia que esto no es un fenómeno nuevo. Las razones por la que se viene dando esta disminución de estudiantes son varias. Por un lado, hay razones demográficas, dado que cada vez hay menos población joven que es la que mayoritariamente se inscribe en los programas de pregrado.
En 1973 la población entre 15 y 19 años representaba el 11,8 por ciento, mientras que en la actualidad son menos del 9 por ciento del total de ciudadanos. Esto también se nota en el número de estudiantes que presentan las pruebas Saber 11 del Icfes, requisito para entrar a la universidad. En 2017 un total de 559 mil bachilleres presentaron la prueba, mientras que en 2020 la cifra superó apenas los 520 mil.
Para el profesor de la Facultad de Economía de los Andes, Fabio Sánchez, las universidades no deben solo centrarse principalmente en los estudiantes de estratos altos, “los estratos más altos están creciendo muy lentamente, porque las familias tienen pocos hijos. Ante eso, las universidades tienen que ampliar su espectro de demanda para que accedan personas de otros estratos”, dice.
En efecto, en 2007 el semestre regular en Los Andes costaba 8.165.000 de pesos; en 2017, llegó a 15.402.000; en 2018 a 16.344.000 y en 2019 es de 17.156.000. La situación se replica en la mayoría de universidades colombianas, dado que el costo promedio para ingresar a un programa de educación superior en alguna de las 30 primeras universidades del país según el ránking QS es de 14,4 salarios mínimos.
Esto explicaría por qué instituciones como la Fundación del Área Andina, el Politécnico Grancolombiano, la Universidad Minuto de Dios y la Universidad Nacional Abierta y a Distancia; todas con alta presencia en las regiones, experiencia en educación virtual y enfocadas a estudiantes de clase media; aumentaron el número de estudiantes incluso en medio de la crisis generada por el coronavirus.
Otras instituciones al ver que la población colombiana ha envejecido, han decidido apostarle a programas de educación para mayores. Por ejemplo, la Universidad del Bosque recientemente lanzó su nuevo programa de formación para mayores de 50 años, con enfoque virtual y con alcance nacional, enfocado en intereses para este sector de la población. Esta sería una alternativa para suplir a los jóvenes que hoy no van a las aulas.
A este factor poblacional, hay que sumarle el hecho de que la educación tradicional es cada vez menos atractiva para una generación que creció entre pantallas y dispositivos móviles. Plataformas de cursos online como Coursera, EdX, Udacity y FutureLearn han diversificando la oferta en educación superior en el mundo a un ritmo cada vez más acelerado gracias a la adopción masiva de la educación virtual debido a los cierres de instituciones educativas para evitar la propagación del virus.
Para 2020, en el mundo había 101 millones de usuarios registrados en las plataformas de MOOC (Cursos en línea Abiertos y Masivos, por sus siglas en inglés), en los que hay más de 12 mil cursos en más de 1000 universidades, según datos publicados por Class Central, un motor de búsqueda especializado en educación en línea.
Muchos de estos cursos pueden ser gratuitos y cobran por la certificación, o tienen valores y duración mucho menores que el de una carrera universitaria, lo que lo hace una opción atractiva para los jóvenes que buscan ingresar al mercado laboral, más teniendo en cuenta que los jóvenes hoy registran una tasa de desempleo superior al 23 por ciento, y a diferencia de lo que ocurría en el pasado, ahora el grado universitario no asegura el enganche laboral.
La popularidad de los MOOC no es ajena a Colombia. En la Universidad de Los Andes han bajado el número de aspirantes a programas de pregrado, pero se han disparado los inscritos a sus cursos online, los cuales ya superan el millón de inscritos.
A todos estos elementos que han sumado de a poco en la reducción de las matrículas universitarias en los últimos años, se le debe agregar la desaparición del programa ‘Ser Pilo Paga’, que permitió que muchachos de bajos ingresos pudieran acceder a universidades privadas de alta calidad.
La salida de este programa fue un gran golpe pues cada año el 32 por ciento de los estudiantes nuevos de las universidades acreditadas eran de Ser Pilo Paga. Ahora, con el nuevo programa, Generación E, solo es el 10 por ciento, dado que este programa está dirigido para financiar estudiantes de universidades públicas. El impacto del fin de Ser Pilo Paga se evidenciaría a partir del próximo año, momento en el que los últimos ‘Pilos’ culminarán sus carreras y las universidades privadas dejarán de percibir estos ingresos del gobierno
Indiferente si la caída de matrículas se está presentando en el sector público o privado, en ambos hay instituciones con panoramas completamente opuestos, las cifras tienen encendidas las alarmas, en especial porque amenazan el cumplimiento de la meta del Gobierno de alcanzar el 57 por ciento de tasa de cobertura en educación superior en el país en el cuatrienio, cifra que hoy está en el 52 por ciento.