Hay revoluciones silenciosas, otras no tanto. Hace 68 años en Colombia se gestó una, sin gritos ni arengas. Su única arma fue una radio. Así, con ondas sonoras la Escuela Radiofónica Sutatenza cambió la historia de la educación y, de paso, la de más de cuatro millones de campesinos que aprendieron a leer y escribir de su mano. No en vano, el programa se replicó en 23 países. Ideada e impulsada por el sacerdote José Joaquín Salcedo en la parroquia de Sutatenza, municipio de Boyacá, estuvo al aire desde 1947 hasta 1994. El objetivo, que continúa intacto en las escuelas digitales, es garantizar la educación no formal de los campesinos. Tomando como eje una enseñanza que impacte en su calidad de vida. Las 34 escuelas que hoy funcionan en ocho departamentos del país (Boyacá, Cundinamarca, Antioquia, Chocó, Valle del Cauca, Cauca, Caquetá y La Guajira) son hijas de la Escuela Radiofónica Sutatenza. Justamente, utilizando las nuevas tecnologías pretenden reinventar un modelo exitoso. Con estas escuelas se han beneficiado cerca de 5.000 personas, entre los 14 y 82 años. “El espectro de nuestros estudiantes es muy amplio, porque abarcamos desde los jóvenes que dejaron sus estudios formales y los adultos que alguna vez aprendieron a leer y a escribir y después se les olvidó. También podríamos incluir a personas analfabetas, pero todavía no tenemos”, explicó Kenny Lavacude, director General de Acción Cultural Popular (ACPO), la organización que puso sobre ruedas hace más de medio siglo el proyecto de la Escuela Radiofónica. Lavacude insistió en que para entrar a estas escuelas digitales no se exige ningún nivel de escolaridad. Los requisitos son meramente técnicos: que haya un punto digital o cualquier sala de internet (ya sea un colegio, una universidad, una biblioteca), una emisora comunitaria y si es posible un canal de televisión comunitario. “Pueden estar las tres cosas o una de las tres. Nosotros trabajamos a través de los medios de comunicación porque nos permiten tener una mayor cobertura”, explicó Lavacude. Por eso, quienes quieran ser beneficiarios de estas escuelas solo necesitan estar geográficamente cercanos a los municipios donde funcionan y tener una relación directa con la tierra: agricultores, ganaderos, artesanos o transformadores de alimentos. Justamente, en cada uno de los 34 puntos hay facilitadores que contribuyen en el proceso formativo de los campesinos. “No es que los campesinos lleguen y se encuentren con un computador, sino que tienen que ir a las sesiones con los facilitadores que los guían, no solo en términos de aprender a manejar el equipo sino también en acompañarlos en sus entendimientos, en sus iniciativas”, sostuvo Lavacude. Los facilitadores son profesionales en el área de la educación con conocimientos de las tecnologías de la información y las comunicaciones. Además, reciben una capacitación en el modelo y todos, de momento, deben tomar absolutamente todos los cursos. De ahí que las escuelas digitales campesinas tengan un enfoque de trabajo en el que se identifican las necesidades de la comunidad, para que no haya una enseñanza descontextualizada. De hecho, estas personas pertenecen a la región que atienden y conocen de primera mano las realidades sociales de las comunidades. Las áreas de formación que recibe la población rural se dividen en dos: básica y específica. En la primera se abordan temas de alfabetización digital, liderazgo, conocimiento del medio, empresa y asociación y paz y convivencia. La específica se dedica a procesos productivos propios de la zona donde están los beneficiarios. En cada curso el campesino completa 40 horas de formación en el computador, con los facilitadores, y tiene otras 20 horas de tareas en la comunidad. “Tiene que ir a hacerle preguntas al alcalde, o al secretario de gobierno, participar en alguna sesión del consejo. Esto no está solamente orientado a la producción sino también a la que nosotros llamamos a la ciudadanía rural. Que el campesino participe realmente en la construcción de su municipio, en la mejora de las condiciones de vida”, sostuvo Lavacude. El director de la ACPO reconoció que por ahora están más cercanos a los cascos urbanos “porque es donde tenemos las salas digitales, pero esperamos que el próximo año tengamos mayor oferta para radio y así penetrar en las veredas”. Por eso, la organización se puso el reto de construir otras 66 escuelas digitales para llegar a un total de 100 en 2016. ¿La razón? “Volver a crear la misma revolución que con Radio Sutatenza”, afirmó Lavacude. Esto es, en términos concretos, beneficiar a un mayor número de campesinos. Así no solo se espera un mayor impacto en la calidad de vida de la población rural, sino también en la formación de líderes que se conviertan en facilitadores. Para financiar la construcción de las 66 escuelas digitales que faltan, la ACPO lanzó la campaña ‘MilAgro’, que consiste en que cualquier persona done mil con el fin de retribuirle al campo todo lo que a diario le provee al país. El aporte se puede hacer online y el plazo es hasta diciembre. “Esta campaña es muy incluyente porque todo el mundo tiene mil pesos, lo único es que cuente con la voluntad de darlo”, añadió Lavacude. El fin último es continuar con el legado de la Escuela Radiofónica Sutatenza, para seguir impactando en los campesinos y sus comunidades. Por eso, el director de ACPO recordó que la mayor enseñanza de la experiencia en radio “fue el reconocimiento que tuvo el campesino de su propia dignidad y el reconocimiento que tuvo la población no campesina de la dignidad del campesino”.