Hace dos años, cuando se inició la pandemia por la covid-19, casi todos los países resolvieron que una de las principales formas para aplanar la curva de contagios y evitar que la crisis sanitaria se profundizara fue la de que los estudiantes no asistieran a las escuelas y universidades.
Aunque muchos países europeos y de Asia Oriental reabrieron las escuelas de manera relativamente rápida, conscientes tanto de los costos evidentes para los niños como de las escasas pruebas de los beneficios de un cierre total de los centros educativos, en otros de Asia Meridional, América Latina, Oriente Medio e incluso en algunos de Asia Oriental, los cierres de las escuelas se mantuvieron por períodos prolongados.
Un estudio del Banco Mundial evidencia que a finales de 2021, los días de clase perdidos superaron los 200, lo que equivale a un año y medio de escuela. Esta larga interrupción del aprendizaje podría tener consecuencias duraderas, en particular en los países pobres y de ingreso mediano.
“La mayor parte del impacto será para los niños y los jóvenes que tenían entre 4 años y 25 años en 2020 y 2021, generándose una enorme desigualdad intergeneracional. No asistir a la escuela por un período tan extenso implica que los niños no solo dejan de aprender, sino que también tienden a olvidar mucho de lo que han aprendido”, dice el análisis.
A finales de 2020, el Banco Mundial estimó que una ausencia de siete meses de la escuela incrementaría el porcentaje de estudiantes con “pobreza de aprendizajes” del 53 % al 63 %. Otros 7 millones de alumnos abandonarían la escuela. Los efectos en las niñas y las minorías marginadas serán aún peor. “Nuestros cálculos de las pérdidas se han revisado al alza, y ahora esperamos que, a menos que se tomen medidas rápidas y audaces, la pobreza de aprendizajes puede llegar al 70 %”, agrega.
Los gobiernos en todo el mundo destinarán este año alrededor de 5 billones de dólares a la educación preescolar, primaria y secundaria. “Pero la actual generación podría perder el doble o el triple de esa cantidad en términos de ingresos, a menos que todos los niños y jóvenes regresen a la escuela, permanezcan en clases y recuperen los elementos pedagógicos principales”, dice el Banco Mundial.
Son los niños de las familias más pobres los que soportan las mayores pérdidas, ya que sus oportunidades de mantener cualquier participación en actividades de aprendizaje a distancia son limitadas. Para ellos, el acceso a internet es deficiente: apenas la mitad de todos los estudiantes en los países de ingreso mediano y solo una décima parte en los países más pobres tienen acceso a la web. El uso de la televisión, la radio y los materiales para facilitar el aprendizaje ha ayudado, pero no pueden reemplazar la educación presencial. ‘Aprender’ no puede significar simplemente mirar televisión o escuchar la radio durante unas pocas horas al día.
Como resultado se produce un aumento de la ya enorme desigualdad de oportunidades. Para el Banco Mundial, “en el mundo en desarrollo, la covid-19 podría conducir a un menor crecimiento, mayor pobreza y más desigualdad para una generación completa, una terrible triple amenaza para la prosperidad mundial en las próximas décadas”.
En numerosos países con cierres de escuelas prolongados, los estudiantes asisten a un curso sin haber comprendido ni siquiera una pequeña parte de lo que se les enseñó en el curso anterior. Si los niños no se ponen al día, en particular los de los primeros grados, donde las pérdidas son mayores, con el tiempo podrían incluso abandonar la escuela.
Aunque a finales de 2021 las escuelas habían reabierto en numerosos países, aproximadamente 1 de cada 4 sistemas educativos estaban todavía cerrados y muchos habían reabierto solo de manera parcial. Unos 1.500 millones de niños habían regresado a clases, aunque todavía quedan 300 millones que deben retornar a la escuela de manera segura. “Pero eso ocurrió antes de la aparición de la variante ómicron. Dichos números han cambiado desde el inicio de este año. Creemos que una combinación de la reapertura de las escuelas, el aprendizaje remoto y los programas de recuperación pueden limitar el daño causado por las interrupciones y servir como un modelo de respuesta para crisis futuras, y quizás incluso aumentar la calidad de la educación pública en comparación con hace dos años”, dice el análisis.
La educación es un esfuerzo inherentemente social: se requiere interacción constante. Esto implica escuelas en espacios físicos, las que deben estar abiertas y ser seguras para los estudiantes y los maestros. De acuerdo con el banco, “se necesitan inversiones. Con frecuencia hay dinero para ello y no hay escasez de directrices de organismos internacionales sobre cómo reabrir las escuelas de forma segura. Lo que generalmente falta en numerosos países es un sentido nacional de urgencia”.
La pandemia mostró que las innovaciones en el aprendizaje híbrido –que combinan el uso inteligente de tecnologías digitales en forma presencial y remota– han llegado para quedarse. No obstante, las inversiones en tecnología se deben armonizar de manera inteligente con las inversiones en habilidades de aprendizaje.
En todo el mundo, las escuelas deben adaptarse a las necesidades de los estudiantes, tanto en cuanto a las habilidades fundamentales de alfabetización y aritmética, como con respecto a la salud mental y bienestar [de los niños y jóvenes]. Sin embargo, es alentador que los estudiantes que aprendieron menos el año pasado tienden a repuntar más rápido que otros, si se les proporciona acceso a clases de recuperación. Pero esto no se puede hacer sin un apoyo adicional para los maestros y los directores.
“Para ayudar en estos esfuerzos, el Grupo Banco Mundial participa en casi 100 proyectos de educación relacionados con la covid-19 que se ejecutan en más de 60 países. El monto total de estos proyectos llega a los 11.000 millones de dólares.
Sin duda, los efectos de la pandemia han sido catastróficos: millones de vidas perdidas, la desaceleración económica que ha causado inestabilidad laboral y más pobreza, y la afectación a los niños y jóvenes que deberían estar en la escuela.
“El futuro de mil millones de niños de todo el mundo está en riesgo. A menos que se les permita regresar a la escuela y se encuentren maneras de remediar los efectos de la interrupción de las clases, la covid-19 dará un enorme retroceso para esta generación. Cuando las consecuencias del coronavirus se calculen finalmente, quedará en evidencia que el mayor daño provocado por la pandemia es la pérdida de aprendizaje sufrida por los escolares. Al cabo de una década, tal vez podremos mirar atrás y descubrir que la mayor pérdida permanente de esta pandemia se pudo prevenir. Podemos actuar ahora y evitar los arrepentimientos”, concluye el estudio.