Nos llovió sobre mojado. Antes de la pandemia, los países de América Latina y el Caribe (ALC) enfrentaban una profunda crisis de aprendizaje. A comienzos de 2020, más de la mitad de las niñas y los niños de 10 años de la región sufrían ‘pobreza de aprendizajes’ y no eran capaces de leer y comprender un texto simple. Nuestros sistemas educativos no habían entregado los conocimientos y las habilidades básicas para tener éxito en el área más fundamental del proceso de aprendizaje: la comprensión lectora.

Las estimaciones actuales, que ubican dicha cifra en más del 70 por ciento, son más alarmantes aún. Y resultan en extremo alarmantes pues sabemos, a ciencia cierta, que aquellos estudiantes que desde temprana edad no logran dichas competencias están condenados a trayectorias educativas truncadas y a menores oportunidades laborales futuras.

Los efectos de la pandemia sobre la niñez de la región han sido y serán devastadores, como lo demuestra el estudio ‘Dos años después: salvando una generación’, recientemente publicado por Emanuela Di Gropello y Juan Diego Alonso, de la Práctica Global de Educación, del Banco Mundial. Las pérdidas de aprendizajes, las cuales inicialmente eran solo estimaciones, hoy se están materializando. Ya son evidentes en los estudiantes más pequeños, que cursaban los primeros grados de la educación básica o que asistían al preescolar, así como en los de familias de mayor vulnerabilidad socioeconómica.

Brasil, Colombia y México están mostrando importantes caídas de aprendizaje en lectura y matemáticas, particularmente en la primaria. Y, aunque las políticas de protección para contener el impacto de la pandemia en la escolarización tuvieron éxito en el corto plazo, se prevé que la pobreza de aprendizajes aumentará en el mediano, produciendo reprobación y abandono escolar. En el largo plazo se estima que las pérdidas de enseñanza significarán disminuciones en los ingresos para los estudiantes que vivieron la pandemia, con un impacto negativo de alrededor del 12 por cierto en sus ingresos futuros, de por vida.

Las niñas y los niños que no pueden leer y comprender un texto simple tendrán dificultades para aprender cualquier otra asignatura en la escuela y a lo largo de su vida académica. Enfrentarán mayores probabilidades de ser reprobados, de repetir grados y de abandonar sus estudios en el paso a la secundaria o de no concluir la media. Es menos probable, a su vez, que se beneficien de programas de formación para el trabajo y desarrollo humano. A escala mundial, los estudios de la Ocde han demostrado que los adultos con bajas competencias lectoras tienen mayores probabilidades de tener menores salarios, empleos más precarios, gozar de una salud más pobre y de menor autoconfianza, así como de tener una participación menos activa en la vida política y ciudadana.

De allí la importancia del ‘Compromiso para la acción sobre el aprendizaje básico’, fruto de la Cumbre sobre la Transformación de la Educación, que fue a mediados de septiembre en el marco de la 77 Asamblea General de las Naciones Unidas. Allí, los líderes del mundo se comprometieron a priorizar, como parte fundamental de la transformación educativa, los aprendizajes básicos, la lectura, la escritura y las matemáticas, elementos esenciales que sustentan el resto de los aprendizajes, competencias y conocimientos de nivel superior. Dicho compromiso es promovido por el Banco Mundial, la Unesco, la Unicef, el FCDO, la Usaid y la Fundación Bill y Melinda Gates.

Atacar decididamente la pobreza de aprendizajes debe ser nuestra mayor prioridad. Esta pobreza, más que violentar el derecho básico a la educación de nuestra niñez, violenta también el derecho fundamental a la libertad y a otra serie de derechos de índole político y económico, pues limita nuestras capacidades básicas para la acción, para valernos por nosotros mismos, como bien lo ha expuesto el Premio Nobel de Economía Amartya Sen.

Hoy existen políticas públicas que podemos desplegar para recuperar y fortalecer los aprendizajes fundamentales. El Banco Mundial, la Unesco y la Unicef ofrecen a los sistemas educativos de la región un menú de acciones coyunturales que, acompañadas con reformas de largo plazo, permitirían recuperar los aprendizajes y mejorar aquellos que son fundamentales. Estos elementos pueden resumirse en cinco grupos de acciones que hacen parte del ‘Marco para la Recuperación y Aceleración del Aprendizaje (RAPID):

Recuperar a todos los niños y mantenerlos en la escuela. Es fundamental establecer sistemas de alerta temprana y programas de extensión para buscar, encontrar y asegurarse de que todos los niños estén inscritos en un centro educativo. Deben ser la prioridad.

Administrar y proporcionar a los docentes evaluaciones diagnóstico-formativas que les permitan, de forma rápida, regular y a bajo costo, evaluar los niveles de aprendizaje de los estudiantes a su regreso a la escuela, con recursos para conocer y reorientar el proceso de enseñanza con base en las necesidades de cada niño.

Priorizar los aprendizajes fundamentales (lectura, escritura y matemáticas) con especial énfasis en el desarrollo de las habilidades y conocimientos indispensables para lograr la comprensión lectora. Los docentes y las escuelas necesitan el tiempo, el espacio, las herramientas y la flexibilidad curricular necesarias para poder enfocarse en aquello que es indispensable. Este también debe ser el énfasis de los programas de recuperación.

Incrementar la eficiencia de la instrucción adoptando cambios en la organización escolar, de manera que les permita a los docentes apoyar la diversidad de estudiantes que reciben cada vez con niveles más heterogéneos de aprendizajes y necesidades. La implementación de estrategias de recuperación individualizada, programas de aceleración y de autoaprendizaje dirigido y extensión del tiempo de instrucción, modificando el horario escolar y las vacaciones, entre otros, pueden lograr una mayor aceleración en la recuperación de aprendizajes.

Desarrollar la salud y el bienestar socioemocional, tanto de los alumnos como de los docentes. Aquellos estudiantes con problemas socioemocionales enfrentan mayores dificultades para aprender. Además, los ambientes educativos con climas escolares negativos no promueven efectivamente el aprendizaje de todos. Como bien lo indica la literatura, los estudiantes aprenden más y mejor cuando son felices en su escuela, cuando se sienten parte de ella. Y lo mismo sucede con los docentes: se comprometen más y enseñan mejor cuando están a gusto y se sienten parte de un equipo educativo.

Por último, es recomendable que los hacedores de política pública emprendan una sólida estrategia de comunicación y ‘mercadeo social’ para lograr el concurso de todos los actores políticos y sociales a fin de priorizar la recuperación de aprendizajes y focalizar todos los esfuerzos para lograr los que son fundamentales. Las familias deben ser conscientes de lo que sucedió y estar empoderadas para demandar, con base en la información, acciones concretas en las escuelas y colegios para que sus niñas, niños y adolescentes no sufran o sigan sufriendo de la pobreza de aprendizajes.