La lluvia se amaña en la región sur de Aquitania. “De junio hasta octubre no escampa ni siendo cierto”, dice María Helena Rojas, nacida y criada en esta zona de Boyacá donde todos los años los aguaceros tumban árboles, causan derrumbes, inundan cañadas y enfangan los caminos. El poblado más cercano a su casa, situada en la vereda San Juan de Mombita, es un caserio a cincuenta minutos a pie. Sus hijos Valentina y Yerson David, de 5 y 11 años, se levantan antes de que amanezca y caminan una hora y media para llegar al colegio: la Institución Educativa Región Sur de Aquitania.
Valentina y Yerson David, de 5 y 11 años, estaban acostumbrados a llegar a la escuela a lomo de caballo. Archivo particular. Cuando el nivel de la quebrada no es muy alto, María Helena lleva del cabestro a sus niños en la Mona, una yegua rusia en la que confía a medias. “A veces es muy juiciosa y otras veces es una porquería. Y como es ‘jetidura’, mi niño no puede controlarla. Por eso él la lleva de las riendas solo cuando llegamos a la carretera”, dice esta campesina que, además de trabajar la tierra, es la cocinera de la escuela, donde todos los días prepara comida para 25 alumnos.
Con la llegada del coronavirus, la preocupación de María Helena cambió. Si antes le preocupaba que sus hijos llegaran bien al colegio, ahora le inquieta tenerlos tanto tiempo en la casa, pues donde ella vive no hay Internet. La conjunción de dos problemas, la falta de transporte y de conectividad, obligaron al colegio a usar la correspondencia para enviar las tareas a las nueve sedes de la Institución Educativa Región Sur de Aquitania, todas dispersas en una topografía accidentada y no apta para vehículos que oscila entre los 1.500 y los 3.000 metros de altitud. Allí, cuenta el profesor Edwin Barrera, los camiones que los viernes llevan víveres y alimentos a las veredas ahora también transportan las tareas de los niños. Se estacionan en un sector llamado San Roque y esperan la llegada de los padres, quienes recogen las tareas y, ocho días después, las devuelven resueltas en el mismo punto.Uno de los padres es Ever Pineda, un agricultor de la vereda de Diganome que, en una travesía de dos horas recorre a caballo las empinadas trochas que azota la lluvia para recoger las lecciones de sus dos hijos, Sergio y Eider. Ellos también son unos expertos jinetes y hasta hace dos meses era común verlos llegar a la escuela a lomo del mismo caballo.
Edwin cuenta que en esta región los niños están acostumbrados a caminar una o dos horas para llegar a la escuela. Pensando en el clima, que obliga a algunos niños a cambiarse de ropa cuando llegan a estudiar, las tareas por correspondencia también viajan protegidas en sobres plásticos. Al norte de Aquitania, en la vereda Las Puentes, de Zapatoca (Santander), vive Yolanda Acevedo. En su casa la señal de internet es nula y es imposible hablar con ella por más de diez minutos sin que la llamada se corte. Yolanda, cuya hija estudia en la Institución Educativa Las Puentes, cambió su rutina hace un mes, cuando las clases del colegio empezaron a llegar por correspondencia. Ahora, todos los lunes a las 7.00 a.m., cuando oye el pito del mototaxista, se pone el tapabocas y los guantes de caucho y recibe en su puerta los sobres sellados para los alumnos de la vereda. Poco a poco, los padres llegan a sus casa a recogerlos y, hacia las nueve de la mañana, no queda ninguno por entregar.
Unos de los promotores de esta iniciativa es el profesor Oswaldo Serrano. “Entregamos el material en cinco puntos, de acuerdo con las distancias de cada finca. En cada uno damos 8 paquetes. Así llegamos a las 10 veredas del municipio”, dice Oswaldo y recalca que resumir las lecciones en pocas páginas supone un gran esfuerzo, entre otras razones porque muchos alumnos no cuentan ni siquiera con un diccionario en la casa. Por eso, el material tiene que ser integral y se debe solucionar sin más herramientas que la guía misma. Gracias al trabajo de los profesores, el material educativo ha llegado a los 198 estudiantes Las Puentes, La Guayana, Montenegro, La Cacica y otras veredas.
Mientras en Zapatoca se adaptan a las nuevas dinámicas, en Aquitania María Helena pasa los días su tierra, donde se cultiva papa criolla, cebolla larga y frijol chiquinquireño. Mientras el colegio no abra sus puertas, seguirá haciendo peripecias para que sus niños no se queden rezagados en los estudios. En una rara tarde muy soleada, después de una larga jornada echando azadón para sembrar un lote de pasto, solo le queda energía para decir: “Hoy el trabajo nos ganó y toca venir a terminar mañana”.