La pandemia significó un giro de 180 grados para todo el planeta. Cada uno vive a su modo esta nueva normalidad y trata de interpretar cómo debe ser el futuro. En el caso de las universidades, es posible detectar con mayor evidencia la naturaleza de ese desafío.
Muchas instituciones de educación superior hicieron apuestas importantes para fortalecer y mejorar su infraestructura física, con el propósito de ofrecer experiencias de primera a sus estudiantes y profesores en el desarrollo de las actividades educativas.
El Gobierno fue clave en eso, pues por medio de Findeter se estableció una línea de crédito con el objetivo de sacar adelante una infraestructura sostenible.
El programa fue todo un éxito. Durante el Gobierno pasado se financiaron ampliaciones y nueva infraestructura en universidades como La Sabana, la Javeriana o el Rosario. Ya durante la actual administración –entre agosto de 2018 y mayo de 2021–, Findeter ha desembolsado 701.547 millones de pesos. Estos dineros han llegado a proyectos de 68 universidades e instituciones de educación superior en Bogotá, Medellín, Cali, Pasto, Valledupar, Cartagena, Pereira, Barranquilla, Pamplona, Rionegro, Yopal, Sabaneta, San Gil, Ibagué, Quibdó y Montería, entre otras.
Virtualidad obligada
Pero a comienzos de 2020 llegó la pandemia y buena parte de esos edificios, laboratorios, auditorios y bibliotecas no han tenido el uso que se esperaba. Por el contrario, la covid-19 ha exigido a los centros educativos generar espacios de educación virtual para garantizar la continuidad del estudio.
Así, el interrogante que hay que resolver ahora mismo es qué se ha aprendido sobre el uso de la infraestructura física y cómo los contextos virtuales complementan o compiten en la consecución de esos objetivos pedagógicos.De acuerdo con Natalia Jaramillo, directora de educación en Microsoft Colombia, hay tres aspectos clave que se deben tener en cuenta en este nuevo estado de cosas para la educación superior.
El primero es que la virtualidad cambió radicalmente el enfoque pedagógico: se pasó de la forma tradicional de la cátedra a un enfoque de contexto y de colaboración. Es decir, la relación alumno-profesor se transformó radicalmente y eso implica que la infraestructura no está solo al servicio de la capacidad catedrática del maestro, porque el alumno ahora es el que interpela a su profesor y a su contexto pedagógico.
Esto significa que la bidireccionalidad tradicional (maestro-alumno) se rompió para dar espacio a una conversación de carácter multilateral en la que un estudiante puede obviamente contactarse con su profesor, pero también con profesores de otras materias o incluso de otras carreras y con compañeros de cualquier otra profesión. Esto es posible bien en el campus físico o bien en la plataforma virtual de su universidad.
Aquí entra el segundo aspecto, en el que la tecnología y la virtualidad son claves: cómo la universidad habilita estos servicios y capacidades para lograr concretar en el mundo real ese nuevo enfoque. “Esto significa habilitar todos los recursos necesarios para una educación híbrida sostenida. Es claro que las universidades no están pensando en volver a la normalidad, sino en tomar lo mejor de ambas experiencias (la virtualidad y la presencialidad) para lograr innovaciones en el proceso de enseñanza”, dijo la experta de Microsoft.
Aquí la “infoestructura” es clave: es decir, todo aquello que nos permita concretar ámbitos de colaboración educativa.
En este frente hay casos muy significativos. Por ejemplo, la Uniminuto ha logrado, mediante su plataforma tecnológica, tener 95.000 usuarios conectados en un ambiente de colaboración.“Esto no hay que verlo solo desde el punto de vista de la comunicación –dice Jaramillo–: es decir, cómo hacemos una clase virtual en la que el profesor da cátedra. Aquí hablamos de tener una plataforma convertida en un hub de colaboración, donde la conversación pueda ser permanente, que cuente con herramientas como tableros virtuales o chats que permitan una mayor accesibilidad al conocimiento”.
Actualmente, Microsoft tiene más de 115 millones de usuarios de Teams al día en el mundo. “Así puedes encontrar modelos de conversación permanente, lo cual también va a significar facilidades para muchos que no necesariamente van a tener que desplazarse siempre al campus”, explicó.
Inteligencia artificial
El tercer aspecto es el más de avanzada: las universidades, desde ese enfoque, están generando mucha información que, al ser recopilada, puede ser utilizada para la toma de decisiones. Se trata de lograr data, hacer analítica y alcanzar desarrollos de inteligencia artificial. “Esto dará no solo para tomar decisiones sobre el pasado (por ejemplo, qué hacemos si hubo deserción estudiantil el semestre anterior), sino para hacer predicción y tomar decisiones sobre el futuro: asignación de clases, de profesores o tomar medidas de bienestar estudiantil”, según Jaramillo.
La Universidad de los Andes, por ejemplo, tiene una app que ayuda a los estudiantes a planear su semestre. “Es la aplicación de este tipo mejor clasificada en América Latina: integra los datos que genera un estudiante y ayuda en la toma de decisiones”.
En el caso de la Universidad del Rosario, hay otro desarrollo que permite la personalización curricular. “Hoy los jóvenes ya no tienen en la cabeza solo estudiar una cosa, sino tener acceso a lo que más les interesa. Entonces, con estas aplicaciones se puede predecir qué materia les podría gustar y eso les ayuda a planear su semestre, pero también le ayuda a la universidad a planear la asignación de profesores y salones, por ejemplo”, dijo Jaramillo.
La transición educativa incluye, obviamente, la infraestructura. Si bien los edificios y los salones seguirán siendo claves, la necesidad de ampliar el concepto de campus a la oferta en las plataformas virtuales, en las que la nube es un asunto primordial, implica un cambio en el enfoque, cuyos alcances apenas están empezando a enfrentar todos los actores de la educación superior. Por cuenta de lo novedoso, esta seguirá siendo una materia pendiente.