Ernest Hemingway probablemente lo era, dada su costumbre de comprar hasta 200 libros al año. A su muerte, la biblioteca del escritor estadounidense en la Finca Vigía en Cuba tenía unos 9.000 volúmenes... y tenía muchos más en su otro hogar en Key West, EE.UU.
Quizás la autora británica Virginia Woolf también lo era: su biblioteca personal, de unos 4.000 títulos, creció a partir de un núcleo de libros que heredó de su padre, quien siempre le permitió elegir lo que quisiera de su colección, con la condición de que decidiera sola qué quería leer, en lugar de confiar en las opiniones de los demás, y de que leyera todo dos veces. Alguien que definitivamente lo fue es el italiano Umberto Eco. Tenía unos 30.000 libros y catalogaba a quienes lo visitaban en dos categorías: Aquellos que reaccionaban con un "¡Guau! Signore professore dottore Eco, ¡qué biblioteca tiene! ¿Cuántos de estos libros ha leído?"... Y los demás, una minoría muy pequeña que comprendía que su biblioteca no era voluminosa porque hubiera leído tanto sino porque deseaba leer tanto más. Eso hace al autor de "El nombre de la rosa" en un maestro del tsundoku... y quizás tú también lo seas. ¿Tienes el hábito de comprar libros que nunca llegas a leer? Si tu respuesta es afirmativa, quedas declarado culpable. Quizás seas un practicante modesto del tsundoku, de los que tienen una pequeña pila junto a su cama que planea leer justo antes de irse a dormir, o todo un maestro impúdico, con estantes desbordados de libros que amenazan la integridad estructural de tu casa. El caso es que si eres propietario de cualquier cantidad respetable de libros que, aunque comprados con buenas intenciones, languidecen intactos, ya tienes una nueva palabra para describirte a ti mismo, a las pilas de libros o a la situación.
Y es que, desde que se descubrió que el japonés tenía la palabra que en otros idiomas faltaba, tsundoku se empezó a usar con tal entusiasmo que aparece como sustantivo, adjetivo y verbo, describiendo desde las pilas de libros mismas, hasta a la persona que las crea, así como la acción de crearlas o de poseer una gran cantidad de literatura no leída. Relativamente nuevo Incluso en japonés, el término es relativamente nuevo. Apareció en forma impresa en 1879, aunque probablemente ya estaba en uso antes de eso. La palabra "doku" se puede usar como verbo que significa "leer", le explicó a la BBC Andrew Gerstle, experto en textos japoneses premodernos y catedrático en la Universidad de Londres. El "tsun" en "tsundoku" se origina en "tsumu", una palabra que significa "apilar". Entonces, al unirse, "tsundoku" significa comprar material de lectura y acumularlo. "La frase ‘tsundoku sensei‘ aparece en un texto de 1879 según el escritor Mori Senzo", señaló Gerstle, quien agregó que tenía un dejo de sátira pues "se trata de un maestro que tiene muchos libros, pero no los lee". Si bien en ese caso se utilizó como una burla, Gerstle puntualizó que en Japón la palabra no tiene ningún estigma asociado. ¿Otra palabra para la bibliomanía? Pero, y la palabra "bibliomanía"... ¿no es equivalente al ‘tsundoku‘ japonés? Curiosamente, ambas emergieron alrededor de la misma década. "Bibliomanía" o "La locura del libro: un romance bibliográfico" fue el título de una novela del siglo XIX del inglés Thomas Frognall Dibdin que exploraba esa "neurosis" que él mismo sufría. Aunque nunca fue clasificada médicamente, la bibliomanía fue en esa época considerada como una temida enfermedad que llevaba a sus víctimas a la perdición, invadidas por un oscuro deseo de poseer libros, particularmente los únicos, como las primeras ediciones y copias ilustradas. Pero con el tiempo, el término dejó de ser tan oscuro: según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la bibliomanía es una "propensión exagerada a acumular libros". Si bien las dos palabras tienen significados similares, hay una diferencia clave: bibliomanía describe una intención de coleccionar libros, mientras que tsundoku describe la intención de leer libros; la eventual creación de una colección es accidental.
Quizás es por eso que también ha ayudado a aliviar un poco la culpa que se siente al adquirir más libros cuando somos conscientes de que en casa nos esperan varios que queremos leer. Como bien dijo A. Edward Newton, autor, editor y coleccionista de 10.000 libros: "Hasta cuando la lectura es imposible, la presencia de libros adquiridos produce tal éxtasis que la compra de más libros de los que uno puede leer es nada menos que el afán del alma de extenderse al infinito".