Cuando el ejército rojo frenó la invasión nazi en Stalingrado, la Segunda Guerra Mundial ya estaba definida: los soviéticos habían derrotado a Alemania. El imperio que había construido Hitler empezaba a caer. Era sólo cuestión de tiempo. Los meses pasaban y los rusos avanzaban. Ya estaba todo perdido para los nazis. Berlín estaba en ruinas por los bombardeos aliados, los rusos ya la habían rodeado, y mientras sonaban los disparos y las explosiones de la derrota, Hitler y su esposa, Eva Braun, se suicidaron el 30 de abril de 1945. Desde entonces, Hitler y la Segunda Guerra Mundial han sido muy estudiados por los historiadores, los sociólogos y los antropólogos. Sin embargo, la literatura, y en especial el cine, han sido los medios que más han marcado las imágenes sobre la Alemania nazi. El problema es que solo describen algunos episodios: enmarcan escenas terribles de uno de los regímenes más atroces que ha conocido la historia, pero no lo explican. Así que hoy, después de 71 años de la muerte de Hitler, Semana Educación expone a grandes rasgos algunas de las ideas centrales de El Imperio de Hitler, el libro de Mark Mazower, profesor de Historia de la Universidad de Columbia. Los imperios El mundo se había repartido. En el siglo XIX los ingleses, franceses y en menor medida holandeses, belgas y portugueses tomaron casi toda África y Asia. Y en el siglo XX se repartieron el Medio Oriente. Estados Unidos controlaba América y avanzaba por el Pacífico. Los japoneses invadían Manchuria. Entonces, cuando Hitler empezó a construir su imperio en Europa, no hacía otra cosa que competir por los recursos con los otros imperios. Los nazis pensaban que solo así, Alemania se convertiría en una potencia mundial. Los territorios del oriente de Europa eran vistos como tierras baldías, rodeadas por bosques impenetrables, que permanecían a la espera de que ampliaran sus fronteras. Los nazis querían colonizar el Este de Europa, como hace unos años los norteamericanos habían avanzado hacia el Oeste. Según Mazowe, a los nazis les encantaba imaginar a unos pocos burócratas controlando continentes completos. Era la mejor forma de expresar la supuesta superioridad racial. “Alfred Rosenberg, autoproclamado filósofo del régimen, decía que el Imperio Británico también se basaba en una reivindicación de dominio definida racialmente.” Así, en 1942, un funcionario alemán comentó, con el mismo racismo con el que un inglés veía África, que “aquí, en Ucrania, estamos entre negros”. Entonces, con desprecio y exclusión, al igual que Francia, Inglaterra, Japón y Estados Unidos, Hitler formaban su imperio en el Este de Europa. Solo así, pensaba, podría ser una potencia mundial que compitiera con Estados Unidos e Inglaterra. Superioridad excluyente Los imperios nacionalistas no eran nuevos. Los franceses habían colonizado África con campañas que supuestamente eran civilizadoras. Estados Unidos amplió sus territorios por la grandeza americana: asesinaron y se apropiaron de los territorios de las sociedades indígenas sin remordimiento. También se adueñaron, con racismo y una gran convicción de superioridad, de territorios mexicanos y españoles. Los japoneses entraron a China y masacraron a la población, convencidos de que eran superiores. Lo mismo habían hecho los ingleses en África y los belgas en el Congo. No obstante, los alemanes eran más estrictos que muchas naciones en cuanto a lo que significaba hacer parte de su nación. Su concepción de la patria era excluyente, racialmente y culturalmente. Pero esto no se trataba de un caso atípico de exclusión y de discriminación en el mundo. Según Mark Mazower, en la misma época “era difícil obtener la plena ciudadanía británica, francesa o portuguesa si la piel de uno no tenía el color adecuado. Los dobles sistemas de situación legal no eran un invento nazi”. Los campos de concentración Lo que ocurrió entonces durante la Segunda Guerra Mundial fue que los nazis sentían que estaban formando a un imperio en el Este de Europa. Pero su concepción nacional de ampliación territorial estaba marcada por una preocupación racial. Entonces, lo que hicieron fue llevar las teorías racistas, comunes en Europa y en Latinoamérica, a un extremo. No querían mezclarse con razas que consideraban inferiores como los eslavos, los rusos y los judíos. Por eso asesinaron sistemáticamente cientos de miles de civiles del Este. Cerca de ocho millones de rusos fueron asesinados. “A los nazis les llevó sólo unos meses dejar morir a más de dos millones de prisioneros de guerra soviéticos en campos abarrotados, inadvertidos y de los que en su mayor parte no ha quedado constancia documentada”. La guerra hizo que la represión nazi se hiciera cada vez más brutal y sistemática. Mark Mazower afirma en su libro que en 1939 los seis principales campos de concentración albergaban 21.000 prisiones, mientras que en 1945 la cifra subió a 700.000. La explicación de Mazower es que los campos de exterminio eran medidas extremas para evitar las revueltas con la más cruel represión. Sin embargo, “no hubo ningún sistema único de terror que surgiera plenamente formado del cerebro de Hitler. Fue el control de la tarea de vigilancia del territorio conquistado en el Este lo que permitió a las SS llevar a cabo su vertiginosa ascensión hasta convertirse en la organización más temida en la Europa ocupada.” Cooperación y simpatía Después de que se acabó la guerra, cuando vieron los tanques americanos atravesar los campos, los europeos parecieron olvidar, como por arte de magia, que en general habían cooperado con los nazis. Gran parte de la población civil que había simpatizado con las ideas de Hitler calló al verlo derrotado. Los países que ayudaron al régimen alemán, recibieron a los soldados aliados con aclamaciones, a pesar de que no habían organizado una oposición fuerte, ni sistemática. Antes de que fuera derrotado Hitler, muchos en Europa y en América estaban convencidos de que el Liberalismo había fracasado. Y no eran pocos los que veían al nacionalsocialismo como una alternativa. Lo mismo ocurrió en Iberoamérica, España y Portugal. En Colombia, Laureano Gómez admiraba a Hitler, Franco y Mussolini, y Jorge Eliécer Gaitán emulaba en sus discursos a Mussolini. De una manera similar, el fascismo y en la nacionalsocialismo influyeron a Jacobo Árbenz en Guatemala, Getulio Vargas en Brasil, y Juan Domingo Perón en Argentina. Francisco Franco unificó el huso horario español con el alemán a pesar de estar a dos horas de diferencia, en señal de simpatía hacia Hitler, por eso España, en relación con su región horaria, está todavía dos horas adelantada. Los aniversarios son un espacio para reflexionar la forma como hemos aprendido la historia y para conocer diferentes versiones que permiten ampliar el debate sobre hechos del pasado que no se deben repetir.