En Cúcuta, una ciudad fronteriza con profundas limitaciones de conectividad y poco acceso a herramientas tecnológicas dentro de las aulas, Eduardo Esteban Pérez le apuesta a un nuevo modelo de educación híbrido e inclusivo en el que tienen espacio estudiantes con alguna condición de discapacidad.
Una noche antes del encuentro, Eduardo Esteban Pérez me envió un mensaje vía Whatsapp contándome que sus estudiantes de séptimo grado, como él, estaban emocionados por la visita que les haríamos al Instituto Técnico Guaimaral, en la comuna 5 de Cúcuta.
No era un mensaje convencional. Junto al saludo, Pérez envió la imagen de una maqueta a escala que representaba un estadio de fútbol, donde desde la tribuna diminutos bombillos alumbraban dos palabras: Revista SEMANA.
Por la mañana, ya en el colegio, se oía el sonido fuerte de los más de mil estudiantes que habían salido al recreo. “¿Saben dónde encuentro al profesor Eduardo Esteban Pérez?”, pregunté en varias ocasiones. Quería cerciorarme de que su reconocimiento mundial también existiera en el colegio. Todos, al unísono, señalaron el salón 7B, al final del pasillo.
Ahí estaba él, con su camisa manga larga remangada y sus lentes de marco azul. De voz aguda, palabras precisas y ligero acento cucuteño, el profesor Pérez parece tenerlo todo planeado, cronometrado. Al primer llamado, los estudiantes que nombró por lista salieron del salón para nuestro encuentro.
En una ciudad fronteriza, con profundas limitaciones de conectividad y de dispositivos dentro de las aulas, el docente le apuesta a un nuevo modelo de educación híbrido e inclusivo en el que tengan espacio estudiantes con alguna condición de discapacidad.
Es una propuesta integral que consiste, por un lado, en enseñarles a los niños de primaria y básica secundaria lecciones de matemáticas, geometría, programación, robótica y pensamiento computacional mediante el juego, en un estadio de fútbol hecho a escala y diseñado en tiempos de pandemia.
“Los estudiantes que no tienen ninguna condición de discapacidad –explica el profesor– pueden aprender de ángulos, rectas, intersección de planos, etcétera, a medida que vamos moviendo el balón con la aplicación del celular; así como de domótica, cuando se abre el camerino de los jugadores con dos aplausos”.
Y continúa mostrando que los estudiantes sordomudos aprenden escaneando los códigos QR que los dirige a un video explicativo en lenguaje de señas. En la institución, 400 estudiantes en condición de discapacidad auditiva, motora y física se benefician de esta metodología.
Desde hace dos años, en este amplio salón de paredes blancas y con aire acondicionado, ocurre lo más interesante dela jornada estudiantil. Diana Gutiérrez, una de las aprendices, dice que le gusta estar acá porque aprende de manera didáctica matemáticas, geometría y estadística.
“Los juegos como el fútbol –dice ella– son muy buenos porque nos ayudan físicamente, pero también en materias que antes no nos gustaban. Hasta ahora aprendo esto y me parece sorprendente”.
Mientras conversamos, los estudiantes de séptimo grado que nos acompañan empiezan a inquietarse. Pedir que les den el turno, que les pasen la pelota y que les dejen resolver problemas matemáticos o experimentar cómo funciona la domótica es algo que difícilmente se ve en aulas de clases convencionales. Aquí no hay pupitres que condicionen el movimiento. No hay un escritorio que genere distancia con los alumnos. Mucho menos tablero o marcadores. Tampoco cuadernos. Lo que sí hay es una buena cobertura de internet que le permite al docente elegir entre un juego y otro para que todos aprendan la lección.
En un mundo que gira en torno a la tecnología, resulta necesario desarrollar destrezas digitales para no caer en el analfabetismo del presente siglo. “Ya no basta con aprender a leer, escribir o saber multiplicar, y a eso le estamos apostando no solo con la simulación del estadio Gol Stem, sino con el desarrollo y la creación de aplicaciones móviles gratuitas que les permitan a los estudiantes aprender en todo momento”, dice Pérez, mientras saca su celular, todo un laboratorio de ideas, algunas formadas y otras en proceso de creación.
Dos de las creaciones que han salido de este colegio público de Cúcuta, y que tienen cada una más de 7.000 descargas en dispositivos Android en el país, son una calculadora con sonidos que indica en voz alta la tecla que se digita y que, con el movimiento, realiza operaciones –como la tangente de una cifra– para que la usen personas con discapacidad visual; la otra es una aplicación que permite aprender más de 500 palabras en lenguaje de señas sobre objetos cotidianos.
Iniciativas que cobran mayor relevancia si se tiene en cuenta que, según el Banco Mundial, el 15 por ciento de la población global vive con algún tipo de discapacidad. Y en Colombia, cifras del DANE señalan que serían 1.300.000 personas, por lo que el acceso a la educación por medio de estas aplicaciones y desarrollos de software no solo genera un impacto académico, sino personal y laboral.
Pero por qué un profesor de Cúcuta decidió apostarle a este grupo poblacional. Pérez lo tiene muy claro: recuerda a un estudiante de 15 años que tuvo que retirarse del colegio por una distrofia muscular que amenazó con acabar su vida. “Ese niño marcó mi carrera. Pasaban los meses y no recibía ningún tipo de apoyo, pero la enfermedad avanzaba”.
Cuando un hijo se enferma, afirma, la economía de la familia se vuelca a atender sus necesidades. “¿Pero qué pasa con el resto?”, se pregunta. “Son muchos los jóvenes que no terminan sus estudios por condiciones que se salen de control y ahí es donde radica la importancia de crear nuevos modelos de aprendizaje que crucen esos límites físicos y, por supuesto, que sean gratuitos”.
Mientras habla, sus alumnos callan. Escucharlo hablar con tanta pasión estremece. Ha recibido más de 66 reconocimientos nacionales e internacionales en sus 15 años de carrera: ha sido galardonado por la OEI México por sus buenas prácticas en la incorporación de las tecnologías y recibió de la Fundación Fidal el título de mejor profesor de Iberoamérica. Le fueron otorgados los premios Emir Jaber al Ahmad al Jaber al Sabah, entregado por la Unesco en reconocimiento a su labor en el desarrollo de recursos basados en la tecnología para personas con discapacidad visual y auditiva, y Desafío Mundial de Educadores de Microsoft en Education Exchange, en Francia.
Lo de Eduardo Pérez no fue una pasión heredada, de hecho, su título profesional es Ingeniero Mecánico. Fueron sus amigos de la especialización en Informática Educativa quienes vieron su potencial para la docencia y gracias a quienes volvió a Cúcuta, la ciudad donde nació en un barrio humilde de la comuna 9 llamado Loma de Bolívar.
Ese mismo barrio celebra la llegada del profesor cada día. “Es muy bonito el recibimiento que me hacen siempre. Salen mis amigos, mis familiares, mis vecinos y me dicen que se sienten orgullosos de mí. Aquí están mis raíces y no me olvido de eso”, comenta.
Al parecer, las raíces son tan fuertes que lo han mantenido firme en su decisión de seguir trabajando por Cúcuta, aun cuando las propuestas que llegan de otras ciudades son atractivas. Y no se va por dos grandes razones. “Lo primero: siento que me necesitan más aquí que en otros sitios y quiero seguir impulsando mi región. Lo segundo: me veo haciendo esto siempre, pero con los chicos de acá, y ni siquiera con un público universitario, sino ayudando a transformar la mentalidad de tantos niños y niñas”.
El testimonio de Rocy Hernández es una prueba de esa transformación. Gracias a la metodología de aprendizaje del profesor Pérez, esta estudiante de grado octavo con discapacidad auditiva sobresale en su curso. “El profesor enseña de forma bastante positiva. Su proyecto Gol Stem es bastante asombroso porque reúne temas como informática, programación y matemáticas, no solo en una materia, sino que las integra y nos da la oportunidad de sentirnos parte de la clase”, nos cuenta a través de uno de los intérpretes de lenguaje de señas que tiene la institución educativa.
Se podría asumir que la meta de Eduardo Esteban Pérez como maestro está cumplida al ver el agradecimiento sentido de Rocy hacia el profesor, al percibir que estudiantes, docentes y directivas lo reconocen y respetan, y al encontrar en Google que su nombre arroja más de 40 resultados admirables. Pero nada más alejado de la realidad: por estos días, su misión es organizar el festival Talentos que Transforman Vidas, que reúne a cerca de 300 instituciones de todo el departamento para reconocer a los alumnos destacados en el canto, el baile y la interpretación de instrumentos musicales. “Ver a los estudiantes triunfar y apoyarlos en ese camino es el verdadero propósito de un profesor”, concluye.