“Cuando me preguntaron sobre un arma capaz de contrarrestar la bomba atómica, yo sugerí la mejor de todas: la paz”. Albert Einstein. Se han construido dos imaginarios algo ingenuos en las personas: el primero, que los seres humanos por ser pensantes mejoramos, evolucionamos, y como resultado las atrocidades del pasado no se repetirán; y el segundo, que la paz significa amor, alegría, sonrisas y palomas blancas. Pero las cifras y la realidad demuestran que todo es diferente. Sobre el primer imaginario, las cifras demuestran que los últimos 20 años han sido los más violentos de la historia. Cuesta creerlo cuando la historia nos cuenta la barbarie de las guerras, desde la antigüedad hasta el holocausto nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, los genocidios en África, la guerra con el Estado Islámico, los atentados en las ciudades europeas, la violencia urbana y la violencia generada por las mafias han provocado más muertes que todos los hechos anteriores de la historia. Según el segundo imaginario, la paz es sinónimo de armonía, alegría y banderas blancas, pero tampoco es cierto. El conflicto puede y debe existir porque somos sociedades diversas y heterogéneas: pero la violencia es inadmisible. Es ingenuo creer en una sociedad utópica, conformada por millones de seres buenos que conviven en armonía. Los humanos tenemos intereses diferentes y cuando los objetivos chocan el conflicto es inevitable. Acostumbrarse a convivir con él y enfrentarlo en lugar de rehuirlo o de tomarlo como una declaración de guerra es un signo de madurez, de civismo y permite tender caminos para la convivencia pacífica. La sociedad colombiana entiende la paz como la ausencia de conflicto, o sea como el reinado de la unanimidad. Se ven a diario en los medios de comunicación historias que hablan de intolerancia, justicia por propia mano, incapacidad de perdonar. En las redes sociales abundan los comentarios groseros y agresivos que incitan a la violencia. Frente a esas acciones es inevitable preguntarnos ¿por qué hemos llegado a esa situación? ¿Qué hacer para revertirla? ¿Podemos ser una sociedad que vive aceptando el conflicto, pero sin agredirnos o matarnos?   Parece una frase de cajón, pero la respuesta es la escuela. Desde la formación básica se deben inculcar valores no necesariamente religiosos como la tolerancia, el respeto por la diferencia, la honestidad, la equidad, el sentido de justicia. Si desde la primera infancia se trabaja en valores, en reflexionar que podemos vivir en armonía siendo diferentes; si respetamos y aceptamos las divergencias políticas, la diversidad sexual, el respeto a la mujer y la diversidad género, las nuevas generaciones serán respetuosas, tolerantes y pacíficas. Desde la escuela se debe prevenir el matoneo, y desde la reflexión directivos y educadores deben cuestionar sus niveles de tolerancia y su concepción del respeto y de la diferencia. La verdadera paz significa trabajar por condiciones dignas para todos, porque haya igualdad y justicia; por vivir libremente y decidir sobre el futuro sin ningún tipo de discriminación. A menudo se cree que los conflictos se resuelven con las armas, algo que contradice lo básico: que la paz es posible si la consideramos un valor ético por preservar. La escuela y la educación son las verdaderas herramientas para desescalar la violencia en el lenguaje, para construir una sociedad que se reconoce diferente pero que se valora, se respeta y se hace solidaria. *Editor Jefe Semana Educación @hurtadobeltran. Este editorial hace parte de la décima edición de la revista digital SEMANA Educación, que estará disponible desde este domingo 13 de septiembre. Para descargar la publicación siga estos pasos (Ver).