En el Guamo, Tolima, Jeison David Choutz experimentó el momento más duro de la larga e insufrible caminata que emprendió desde la Universidad de la Amazonia hasta Bogotá. Faltaban pocos minutos para descansar, 2 kilómetros para la parada. Su cuerpo empezó a sentir un hormigueo. Ya sabía lo que iba a pasar. Llevaba 15 libras de pollo en la mano que les habían regalado, aceptó caminar lo que faltaba. Cuando solo le quedaban 30 metros sus piernas no dieron más. Estaba sufriendo un choque térmico. Se quedó en el suelo durante media hora, sin mover ningún músculo. Un estudiante de medicina le ofreció suero hasta que el cuerpo se recuperó para seguir la larga marcha. "A ti y a tu compañero te tocan cosas muy difíciles, pero eso nos ayudó a forjar lazos. En Neiva nos recibieron en el Ágora, María José Pizarro (representante a la Cámara) estaba ahí, y los otros estudiantes nos brindaron servicios de salud", dijo. A muchos las ampollas en los pies no los dejaron seguir. La sangre en las plantas incomodaba, sentían cómo la piel se levantaba adentro de la cavidad de sus zapatos. Otros tantos, con una fuerza mental de otro mundo, lograron la meta. Algunos más desistieron, por más amor a la lucha de una universidad pública gratuita y de calidad, el dolor los hizo tomar un vehículo para salvar su salud.
Unos caminaron 90 kilómetros desde Villavicencio, otros van en la mitad de los 430 kilómetros que separan Medellín de Bogotá, y unos ya conquistaron –durante 16 días de infierno- los 548 kilómetros de Florencia a “la selva de cemento”, como los estudiantes de la Universidad de la Amazonía llaman a la capital. Un grupo grande de estudiantes ya está en la fría ciudad, en un clima que no es suyo, durmiendo en carpas bajo el techo de la concha acústica. Puede leer: Las palabras sobre la educación pública de una profesora que se hicieron virales Sobre la entrada de la avenida 26 unos encapuchados se enfrentaban a un pequeño grupo del Esmad. Lanzaban piedras hacia el puente peatonal, apuntando a dos policías que amenazaban con disparar alguna bala de goma o arrojar lacrimógenos sobre los pocos manifestantes que se escurrían y se ocultaban entre los muros. La Universidad Nacional estaba más surreal que nunca. A pocos metros, estudiantes veían, como si de un espectáculo se tratase, a los encapuchados lanzar ladrillo, piedra o cualquier artefacto que pudiera hacer daño. “¡Viva la educación pública!”, gritaba uno de ellos. “¡Qué viva!”, contestaban recostados sobre el césped, sentados en el andén o de pie y cruzados de brazos observando la escena que se ha repetido durante buena parte del paro.
Jeison David Choutz, estudiante de biología de la Universidad de la Amazonia, empezó a caminar el 6 de noviembre junto con 40 compañeros. Cinco de ellos no lograron llegar a la capital por motivos de salud. Foto Santiago Ramírez El campus de la Nacional está lleno de carpas. Aunque no siempre se trata de estudiantes de otras ciudades que llegaron a Bogotá. Muchos se quedan a dormir en la concha. Juliana Rada, estudiante de artes plásticas de la Universidad del Tolima, se animó a salir el domingo 11 de noviembre con un grupo de 100 personas para ir al centro de Ibagué a pedir comida para la travesía. “La gente más popular fue la que más nos ayudó”, cuenta. Fue tanto el apoyo que no sabían cómo llevar tanta comida. Se armaron delegaciones de derechos humanos, ranchería, seguridad y partieron a la terminal. Se bajaron en la terminal para esperar a Hijos de la Manigua y comenzar la odisea de llegar a Bogotá a pie. Los estudiantes tuvieron que adaptarse a las reglas para andar por carretera. Aprender movimientos con las manos que comunicaban “paren” y “continúen” porque es peligroso no saber marchar al lado de los carros a toda velocidad. En varios puntos de su travesía el inclemente sol les pegó en las frentes y la espalda sin piedad. Le sugerimos: #Atrévete-te-tePorLaEducación: la respuesta de los estudiantes a Residente En la concha acústica, sobre lo alto de una blanca pared se leen dos grafitis que dicen ‘UNEES’ (Unión Nacional de Estudiantes de la Educación Superior). Abajo, en una olla inmensa se prepara una sopa ardiendo, y al lado un arroz acompañado con atún. Muchos no tienen cucharas, comen con la mano, o con la tapa de una lata. El amor a la universidad pública se siente en las venas de estos jóvenes que han dado cientos de miles de pasos, lejos de sus casas. Andrés Ortíz, estudiante de la Universidad de la Amazonia, cambio la selva verde por la gris oscura. Arrancó el 6 de noviembre, muy temprano a las 6 de la mañana. Muchos de sus compañeros se enfermaron “pero el propósito era mayor”. Los estudiantes de medicina hicieron de las suyas con sus conocimientos para diagnosticar y curar con lo que tenían.
"La policía hizo represión para que nuestra marcha no pudiera continuar, pero llegamos a la selva de cemento", dice Andrés Ortíz. Foto Santiago Ramírez Durante la larga caminata la policía les hizo la vida imposible según cuentan: represión para no llegar hasta la capital. Muchos estudiantes que marcharon desde diferentes puntos del mapa colombiano denuncian actos similares. Incluidos sospechosos que retrataban a líderes estudiantiles. Aunque a pesar de la presión policial, muchas personas “de buen corazón” les regalaban pan, medicina o hidratación. “Hubo un momento en El Pórtico, saliendo de Caquetá, nos llovió en la noche, amanecimos con la ropa mojada, empapados, esta experiencia ha marcado mi vida. Pero todo por la educación”. Afuera del recinto un comité de salud de la Universidad Nacional se mantuvo durante toda la tarde en consejo, discutiendo la logística de sus compañeros. Nadie que no sea estudiante puede entrar a la concha. Y tomar fotografías o grabar videos puede alterar el orden adentro si no se deja claro cuál es el propósito de esos registros. Animales por la educación pública Carlos García, estudiante de la Universidad Surcolombiana de la facultad de Educación Artística y Cultural, recuerda con mucho cariño que cuando llegaron a Melgar tuvieron que pasar al lado de un colegio de primaria. “La emoción de esos niños fue tanta que cantamos arengas juntos, y les prometimos que lucharíamos por la educación pública, creo que fue hermoso, me dio fuerzas para seguir caminando”, recuerda.
"Nos ayudaron con víveres y dinero durante la marcha, hice una familia con las otras universidades", dijo Carlos García, quien caminó desde Neiva hasta Bogotá. Foto Santiago Ramírez Aunque muchos estudiantes que han llegado a la capital también dicen con tristeza que muchas veces les gritaron vagos y criminales. “Nos encontramos a dos animalitos. Los bautizamos Manigua y Aguante. En cierto punto de nuestra travesía fue como una inspiración. Los encontramos en Granada, Cundinamarca”. Los estudiantes de la Universidad de la Amazonia ya casi coronaban la meta. Ya habían superado los 500 kilómetros, los voceros casi sin aliento ya no tenían tantas fuerzas para seguir alentando. Le recomendamos: Sin humo blanco en reuniones entre gobierno y estudiantes, ¿qué sigue? Pero llegaron dos perritas criollas, que se juntaron a la marcha como dos estudiantes más. Aguante tuvo un accidente con un carro, pero pronto se recuperó y como el más fiel de los animales sus cuatro patas llegaron hasta Bogotá. “Las llevaré de regreso a casa, ya son hijas de la Manigua”. En Bogotá un estudiante de veterinaria las atendió. Dicen que la lucha por la educación pública es un tema que toca a toda la sociedad, incluso hasta los animales.
Manigua (adelante) y Aguante (atrás), las dos perritas que caminaron 100 kilómetros al lado de los estudiantes.