Nazareth, en Colombia, con h al final y a miles de kilómetros del enclave bíblico del que toma su nombre, bien podría ser, por su aspecto aldeano y rústico, la ciudad que vio nacer al Mesías hace siglos (salvando las distancias). Pero como Nazareth no tuvo la suerte de aparecer en ningún libro histórico ni ser un lugar de referencia, sigue anclado en el tiempo y olvidado de la mano de Dios.Llegar a este paraje recóndito del municipio de Uribia, en la Alta Guajira, no es sencillo. Desde Riohacha, se tardan horas y horas en camioneta. Las trochas roídas, llenas de fango y agujeros por las que se debe transitar para alcanzarla no ayudan a que Nazareth se abra al comercio, al turismo, al extranjero y al desarrollo.‘La Guajira no necesita más asistencialismo‘Lo llaman el oasis guajiro y el apodo no podía ser más perfecto. El corregimiento, de unos 6.000 habitantes, es el preámbulo de la serranía de La Macuira. Su localización estratégica la convierte en una de las pocas zonas del departamento en la que los árboles despliegan sus frondosas ramas en dirección al cielo, la lluvia hace brotar sin dificultad los cultivos y la vegetación recobra cierta dignidad.Ahí, la miseria no es tan patente como ocurre con el resto de territorio guajiro donde la sequía se lo lleva todo: sueños y niños por igual. En cambio, el abandono estatal es evidente en esta tierra donde wayúus y arijunas (como llaman los primeros a los que no son indígenas) conviven.Pero ahí donde no llega el Estado surge la resiliencia de algunos. La Casa de la Cultura desprende ese vestigio de resistencia que impregna ciertos lugares y personas en Nazareth. Isabel Fernández González es su responsable desde hace ocho años y quien sacó este proyecto a flote. Es una wayúu de 47 años con rostro cordial y una serenidad propia de un monje tibetano. Habla pausado, se mueve como levitando y porta un wayuushein rosa, (vestimenta típica de las mujeres wayúu) con flores de varios tonos amarillos que le endulza la cara repleta de arrugas tan profundas como escamas.Detrás de ella, unos diez niños se amontonan alrededor de tres portátiles. Unos miran ensimismados una película de Disney sobre una princesa con el cabello interminable, otros, la última de Las Tortugas Ninja y, en el último dispositivo, una niña solitaria de unos 12 años revisa su Facebook.
Isabel Fernández González, coordinadora del Centro Cultural de Nazareth. Foto: Julia AlegreLucha diariaIsabel levantó estas instalaciones de la nada, “con las uñas”, como dice ella. “Aquí empecé de cero porque esto estaba abandonado. Las actividades en la biblioteca estaban desactivadas, aquí no venía nadie. Tuve que salir a las aulas rurales a buscar a los niños a las casas y llevarles los libros. Tocar puertas en la Alcaldía para que me dieran recursos. A raíz de eso, los menores se dieron cuenta de que acá hay libros buenos y esto se llena siempre”.Cada día acuden al centro entre unos 25 y 30 menores de Nazareth y de los corregimientos cercanos como Monte de Oro y La Macuira para leer, consultar internet o simplemente pasar su tiempo entre libros hasta que sus padres van a buscarlos y los llevan a la casa. La mayoría tienen entre 6 y 12 años, aunque también llegan jóvenes de 13 en adelante y adultos.Los libros de cuentos son los que nadie quiere soltar. Los bestsellers de la biblioteca infantil del centro cultural. “Mi preferido es el de Rapunzel”, aclara Yaneidis, una niña wayúu de 7 años que acaba de empezar cuarto curso en el Internado Indígena de Nazareth en el que están matriculados alrededor de 700 niños. El otro colegio del corregimiento, Nuestra Señora de Fátima, tiene alrededor de 600. “Cuando sea mayor quiero ser profesora y enseñar a otros niños como yo a leer”, indica risueña.Una líder social reconocidaIsabel cobra por ser coordinadora de la Casa de la Cultura 1.100.000 pesos al mes. También hace de madre y cuidadora de muchos de estos menores que atraviesan las puertas de la pequeña biblioteca a diario mientras sus padres se las rebuscan para traer algo de comer a casa. “Aquí yo soy celadora, aseadora, manejo la biblioteca, coordino los programas y soy la responsable ante el municipio. Muchas madres mandan a los niños para acá en jornada de tarde y yo me quedo. Cuando tengo que cerrar entonces ellos me dicen: ‘Es que mi mamita no ha llegado por mí’, y yo de una vez se los llevo”, explica.‘Los wayuu, la sociedad museo de Colombia‘En las instalaciones del centro están habilitados tres computadores de los 15 disponibles. Isabel logró que el gobierno se los facilitara tras “tocar muchas puertas” y desgastarse en viajes hasta Uribia “que uno paga a 80.000 pesos la ida y 100.000 la vuelta y pierde el viaje sin que nadie lo atienda a uno”. Finalmente logró su propósito y ahora los niños cuentan con acceso pero limitado. Primero porque la red eléctrica solo funciona de 11:00 de la mañana a 2:00 o 3:00 de la tarde. Segundo porque no hay puertos suficientes que permitan conectar los 15 aparatos a Internet: “El router de wifi solo está activado para tres entradas. No sé cuándo pasará que nos lo arreglen. Aquí todo es luchado, peleado. Esto es muy duro”.
Normas para el uso de los computadores. Foto: Julia AlegreLa Casa de la Cultura de Nazareth todavía no cuenta con toda la documentación en regla, por lo que, en términos jurídicos, sigue siendo una instalación educativa informal, confirma la coordinadora. “A mí me costó mucho evidenciar que aquí hay un centro cultural. He llevado la petición al consejo municipal para ver si me buscan el código de creación y hasta el sol de hoy no lo he podido crear. Se supone que este centro es ilegal porque nadie quiere darme los papeles. Yo estoy aquí con mucha paciencia”, concluye.Yonaibis tiene 11 años y mientras habla, sujeta en los brazos a su hermano de apenas un año y medio. Es wayúu y acude al centro casi todos los días. Estudia sexto de primaria y cuando crezca quiere ser científica. “En internet veo los vídeos de la creación y películas de muñequitos, pero me gustaría tener más libros para poder investigar”, señala.Los tomos se van apilando a cuenta gotas en las estanterías de la Casa de la Cultura. El programa ‘Leer es mi cuento‘ del gobierno facilitó hace unos años algunos ejemplares, todos en español. Isabel alerta que los niños están perdiendo el wayuunaiki, su lengua indígena nativa, y sus raíces debido al contacto constante con el idioma de los colonos. “Las enseñanzas empiezan desde la casa y desde ahí se está perdiendo su uso. Y luego en el colegio y aquí se completa esa pérdida”. Para evitar que la transmisión oral del wayuunaiki perezca por completo, ella les lee a los niños los cuentos en español que recibe y luego se los traduce. “También cantamos canciones en wayunaiki”, dice con satisfacción.
Foto: Julia AlegrePara Isabel, el gran problema de la región es la corrupción. Ella, que es testigo cada día de las historias de los niños que entran y salen por las puertas del centro y de las de sus padres, muchos de ellos sin trabajo, solo le pide a la vida tres cosas. La primera que se deje de desviar la plata que llega a La Guajira, “que llegue al destino que tiene que ser y no a otros que no benefician a nuestro pueblo”. Segundo, que las autoridades construyan carreteras, que las hagan accesibles para que así “vengan unos cachacos o unos paisas a montar negocio y traigan trabajo y recursos”. Tercero y último, quiere que sus niños lleguen a ser alguien en la vida, que sean profesionales. “Que todo mejore para mi pueblo”, suspira con cierto gesto de resignación.Esta crónica hace parte de la edición 21 de la revista Semana Educación. Si quiere informarse sobre lo que pasa en educación en el país y en el exterior suscríbase ya llamando a los teléfonos (1) 607 3010 en Bogotá o en la línea gratuita 01 8000 51 41 41. También puede suscribirse en el siguienteenlace: https://store.semana.com/pagos/index.aspx?Id=76Para estar enterado sobre las noticias de educación en Colombia y el mundo, síganos en Facebook y en Twitter.