Los pasos de Didier Quesada y Daniel López, dos jóvenes colombianos que le huyeron a la violencia, son también los que han recorrido miles de afrodescendientes e indígenas. Cuando dejaron sus tierras de origen, Valle del Cauca y Tolima respectivamente, echaron a andar un camino sorteado por las dificultades y la falta de oportunidades. Además del desplazamiento que sufrieron para proteger su vida, pertenecen a dos de las poblaciones más vulnerables en Colombia. Como lo documenta la organización ACDI/VOCA, la guerra ha golpeado tanto a estos grupos étnicos como la pobreza, la desigualdad y la discriminación. ¿Cómo oxigenar, entonces, los sueños y proyectos de vida que estas situaciones han truncado? Para hacerle frente, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) creó el Programa para Afrodescendientes e Indígenas, con una inversión de 61,4 millones de dólares. Su objetivo: asegurarse de que estas poblaciones étnicas en Colombia tuvieran más oportunidades de inclusión social, económica y política.Una de sus estrategias es una formación técnica que deriva en la vinculación laboral formal. A la fecha, se han generado 8.110 empleos y la meta es que en 2016 se alcancen los 10.000. Así se mejora la calidad de vida de los beneficiarios. Se les empodera. “La oportunidad de estudiar y trabajar ha sido una experiencia única. Me siento útil. Nunca me imaginé que iba a trabajar en la parte académica y administrativa, que es lo que siempre me ha llamado la atención. Puedo demostrar lo que sé”, sostiene Daniel López, quien llegó de Nataigama (Tolima) a Bogotá en 2005. Mientras se emociona porque en enero empieza su práctica laboral remunerada, recuerda que las posibilidades siempre van ligadas al esfuerzo propio. Eso le ha permitido “conocer personas que me han dado la oportunidad de demostrar mis talentos”. En este sentido, Didier Quesada, uno de los alumnos más destacados del programa, resalta que “antes del centro de formación yo solo sabía prender, apagar un computador y enviar un correo. En el tiempo que pude estudiar aprendí muchísimas cosas que me van a servir en la vida. De aquí a 20 años ya me veo con mi propia empresa”. Desde que este caleño llegó a Bogotá ha ejercido todo tipo de oficios: fue árbitro de fútbol de partidos informales, cargó bultos, manejó el procesamiento de cueros, atendió mesas y cuidó la entrada de una discoteca, donde después lo ascendieron a disc jockey. En una de esas noches oyó del programa de USAID. “Me doy cuenta que llegaron unas muchachas afro con unas chaquetas que decían Gente Estratégica (uno de los operadores de formación laboral en Bogotá, Barranquilla y Cartagena) y les pregunté. Entonces me contaron que te daban la oportunidad de estudiar y te ayudaban a conseguir empleo”, asegura. Cuando fue a averiguar le explicaron que, en realidad, se trata de una “beca” que dura un año (en la especialidad que el estaba interesado), con una gran posibilidad de terminar vinculado laboralmente a una empresa.En el caso de Daniel, después de prestar su servicio militar, ser soldado regular, auxiliar de archivo, volver al Ejército y ser mesero, la oportunidad llegó a través de su papá. “Lo llamaron del centro de formación, pero como él tiene 52 años y el límite de edad es hasta los 35, me dijo que había la posibilidad de estudiar”, sostiene. Agrega que en ese momento su mentalidad era sólo económica, “quería plata” y no pensaba en formarse. “Mi papá me dio ánimos y me dijo que estudiando es que uno puede progresar. Ahí me presenté”, concluye. Los programas técnicos, que cada operador de la estrategia ofrece, están articulados directamente con las compañías. Es decir que la formación atiende a las necesidades de las empresas. Así se aseguran que cada grupo de beneficiarios en el programa tenga una oportunidad de empleo. Durante los primeros seis meses se desarrolla el proceso de aprendizaje y hay un apoyo de sostenimiento: la mitad de un salario mínimo. El siguiente semestre se destina a la etapa práctica, que está remunerada con un salario mínimo. En total son 1.545 empresas las que se unieron.Para que la capacitación ofrecida por el Programa para Afrodescendientes e Indígenas sea pertinente, se procura que los centros de formación cuenten con talleres y laboratorios. De tal manera que el aprendizaje es bastante práctico. Así, cuando los beneficiarios llegan a las empresas, su proceso de inserción laboral y acoplamiento es mucho más rápido. La meta es ubicarlos y lograr que puedan terminar de construir su proyecto de vida. La permanencia depende únicamente de ellos.La idea, por supuesto, es que este esfuerzo perdure y se puedan generar muchísimas más oportunidades, además de atender a otras poblaciones vulnerables. El programa, por ahora, está priorizado en tres regiones: Central (Bogotá y Medellín), Caribe (San Andrés, Providencia, Guajira, Riohacha, Sierra Nevada, Santa Marta, Barranquilla y Cartagena) y Pacífico (Cauca, Chocó, Quibdó, Cali, Buenaventura, Guapi y Timbiquí).La experiencia ha demostrado que la población es alta y aún faltan mucho por atender. Según cifras del DANE, en el país hay 4,3 millones de personas afrodescendientes y 1,4 millones de indígenas. Frente a todos los colombianos representan el 10,4 % y el 3,4 % de la población, respectivamente. Daniel y Didier son solo dos rostros de las vidas que han podido volver a empezar gracias a esta iniciativa. Justamente, porque cada caso encarna la historia y realidad del país.