En el 2017, Maggie MacDonnell fue galardonada con el Global Teacher Prize, que reconoce a los mejores profesores del mundo. La razón: después de llegar a trabajar en una comunidad indígena del norte de Canadá, en donde un gran número de estudiantes tenía tendencias suicidas, adicciones a drogas e incluso comportamientos delictivos, logró cambiar la realidad a través de sus clases de educación física. Pero, como ella misma lo dice, el poder para lograr esto llegó de su capacidad para conectar con los estudiantes y el estudio de la historia en las clases para comprender los traumas colectivos. “Uno de mis estudiantes, que había perdido a más de 20 personas cercanas por suicidio, tenía los mismos pensamiento suicidas y era drogadicto. Él se salió de la escuela cuando tenía 12 años y robaba bicicletas. Como él, tenía más de 15 estudiantes”, cuenta Maggie, quien empezó a caminar las calles para convencerlos de que regresaran a la escuela. Puede leer:Cumbre Líderes por la Educación: “El problema es que estamos graduando los mismos perfiles de hace 50 años” Como veía que muchos de sus estudiantes se la pasaban de fiesta o en medio de las drogas, empezó a preguntarles por qué lo hacían. Su respuesta es que era una forma de alejarse de la soledad que les traía ser saludables. Así, se le ocurrió la idea de construir un centro de entrenamiento. “Conseguimos 100.000 dólares y las relaciones que se han creado en este espacio son increíbles. Tenemos un gimnasio espectacular, con máquinas, entrenadores y un sentido de comunidad. Esos jóvenes que estaban en las drogas, que rompían los vidrios y robaban, empezaron a correr maratones y a ganas competencias deportivas”, cuenta. Lograr motivar a los estudiantes es, precisamente, uno de los principales retos del sector educativo en Colombia, pues la tasa de deserción escolar sigue siendo alta. Además, también está el hecho de los eventos traumáticos que ha vivido el país, no solo con una herencia colonial sino también con guerras constantes durante su vida republicana. En ese sentido, Maggie asegura que los países deben abrirse a conocer sus historias y los profesores deben vincularlas constantemente en sus clases. “En Canadá tenemos una Comisión de la Verdad que nos permite conocer muchas de las atrocidades que sufrieron las comunidades indígenas. Hoy hemos reconocido que tuvimos un genocidio y que muchos gobiernos abusaron y no cumplieron sus promesas. Esto es importante porque nos permite entender de dónde venimos, pero especialmente pensar un camino diferente de para dónde vamos”. En Colombia, con la firma del acuerdo de paz, la entrada en funcionamiento de la Comisión de la Verdad y las constantes discusiones sobre la cátedra de historia, la experiencia de Maggie y de la comunidad inuit donde trabaja son de gran relevancia. Le puede interesar: Cumbre líderes por la educación: "La cara del desarrollo científico pone a prueba la ética y la propia convivencia" “Como profesora yo pienso que soy una jardinera. No hay malas semillas, solo necesitamos fertilizar el terreno. Pero muchos estudiantes no tienen acceso a maestros. Por eso insisto tanto en que los profesores importamos y que así deben entenderlo los gobiernos”, concluye la profesora.