Desde que el nuevo coronavirus llegó a Cuba en marzo, la doctora Liz Caballero no ha descansado. Encargada de formar estudiantes que recorren casa por casa en busca de nuevos casos, siente que cumple una "tarea importante" para atender la emergencia sanitaria.
Esta pandemia "ha cambiado nuestra rutina", dice a la AFP esta mujer de 46 años y hablar pausado, que trabaja desde 1998 en un centro de salud del barrio El Vedado, en La Habana. Cada mañana sale de su casa rumbo al trabajo, junto a otro "bata blanca", su esposo Rubén, médico del departamento de salud municipal. Al filo de las ocho, se les ve tomados de la mano y conversando por instantes, protegidos con mascarillas, antes de que cada uno tome su camino para iniciar una larga jornada de trabajo.
"En estos momentos nos vemos muy poco, un tiempo corto, porque llega bien tarde", dice Caballero, que se desempeña como médica, pero fundamentalmente como profesora de medicina. La pandemia la sacó, al igual que a sus alumnos, de las salas de clases, y los llevó a una misión de puerta en puerta por los barrios de la ciudad, como parte de una estrategia que se aplica en todo el país para detectar contagios.
"Buenos días, soy la doctora", lanza alegremente Caballero a la entrada de un edificio. Junto a dos estudiantes que la acompañan, toca el timbre en cada apartamento para preguntar si los que viven allí tienen tos, fiebre u otros síntomas de la covid-19. Evitar muertes Esta proactividad de los médicos, con un salario promedio de 50 dólares al mes, y el aislamiento de los contactos de cada caso positivo, han permitido hasta ahora a la isla (de 11,2 millones de habitantes) contener la pandemia, con un total de 1.872 casos confirmados y 79 muertes hasta el sábado. "Nos vemos todos inmersos en esa tarea de la pesquisa activa" de "todos los días", dice Caballero. Los estudiantes tienen solo un día de descanso a la semana.
Aunque también ella tiene ese derecho, lo ha postergado para dar un ejemplo a los alumnos, y que "sepan que la tarea que están realizando es bien importante (...) que han tenido que salir de sus aulas", pero "para evitar que esta enfermedad siga cobrando vidas". Mientras trabaja, su hijo mayor, de 19 años, cumple su servicio militar cerca de la base naval estadounidense de Guantánamo (este). El benjamín, de 12 años, está en la casa, al cuidado de los abuelos. Cursa el séptimo grado y, ante el cierre de las escuelas por la pandemia, "está viendo las teleclases" por la señal de TV estatal. ¿Qué piensa de que sus padres estén en la primera línea de la lucha? "Estaba acostumbrado; desde que nació nos está viendo a los dos siempre inmersos en estas tareas cuando el dengue, cuando el cólera...", responde Caballero. Entre esas labores, su marido Rubén cumplió una misión en Venezuela entre 2003 y 2006. "El cansancio vendrá después" Especialista en diabetes, Caballero todavía atiende a algunos de sus pacientes en el consultorio, pero la mayoría de ellos, sabiéndose vulnerables al virus, prefieren que los visite en sus casas.
También da algunas clases. "Es una tarea muy importante formar a nuestros profesionales de la salud", subraya la instructora, que hace que sus estudiantes de sexto año investiguen sobre enfermedades contagiosas como la chikunguña, el dengue y la covid-19. Caballero reconoce que el trabajo la "sobrecarga un poquito". "Pero realmente uno no se siente cansado cuando piensa que esta cumpliendo con su deber y haciendo algo útil", dice. "El cansancio, tal vez, vendrá después, cuando baje la adrenalina". La médica también es voluntaria para probar posibles soluciones al virus. Aún le duele el brazo tras ser vacunada como parte de un ensayo clínico en médicos para reforzar sus defensas inmunológicas.
La posibilidad de contagiarse le genera algo de estrés, pero si se cumplen todas las medidas de prevención, dice, "no hay por qué tener miedo". Cada noche la reconforta el aplauso de sus vecinos, una costumbre que también llegó a Cuba para agradecer a los médicos. "Realmente se aplaude por la vida", dice Caballero.