El nombre Carlos Gaviria se asocia en Colombia con el ex candidato presidencial del Polo Democrático. Este no es el caso. Carlos Gaviria es el hombre detrás de series polémicas y exitosas como Rosario Tijeras y Mujeres asesinas, ha sido director de fotografía de varias películas de mediano presupuesto en Estados Unidos y, desde hace unos meses, es uno de los directores más prometedores del país. Tal fue la aceptación en Berlinale de Retratos en un mar de mentiras, su primera película, que un scout del Festival de Cine de Guadalajara la recomendó para que hiciera parte de la competencia. Una afortunada coincidencia, pues fue allí donde Retratos ganó el premio a mejor película iberoamericana, y Paola Baldión, la protagonista, el premio a mejor actriz principal.Retratos en un mar de mentiras, que se estrenará el próximo 26 de mayo, es un road movie del conflicto, la historia de un viaje de Bogotá a la costa, desde el punto de vista de dos desplazados: Marina y su primo Jairo, quienes después de la muerte de su abuelo regresan a La Ceiba a reclamar sus tierras. Una historia que, contrario a muchas películas sobre el conflicto, no cae en discursos de panfleto o en el facilismo; que a diferencia de las que muestran la geografía colombiana no se conforma con los paisajes exóticos; una película que matiza la tragedia de vivir en un país devastado por el conflicto con momentos de humor negro. Por eso, más que una película política, Retratos en un mar de mentiras es una película conmovedora; el resultado de más de 10 años de investigación y reescritura. SEMANA: ¿Cómo fue el proceso de investigación? Carlos Gaviria: Yo hablé muchísimo con desplazados. Hablé con ellos durante meses, hace unos cuatro años. En Cazucá me encontré con historias que yo no podía creer que sucedieran. Luego estuvimos en varias zonas de Córdoba. Todos los incidentes de la película están basados en cosas que me contaron: desde los chulos en el hospital (que se comen a los enfermos terminales, aunque sigan vivos) hasta los retenes de la guerrilla en las carreteras. La historia de Nepomuceno, el abuelo de Marina, está basada en la de un señor al que le mataron toda la familia, mientras él estaba amarrado. Cuando los paramilitares ya se iban pidió que lo mataran a él también, pero el jefe dijo que él no valía el tiro. Imagínese el estado mental en el que estaba. La historia de la señora que se quema por entrar a la casa a buscar las escrituras después de que le prenden fuego, me la contó una mujer que vivía en Cazucá. Todo el mundo guarda bajo tierra algunos tesoritos, los papeles, la plata... Y una amiga de esa señora se había asfixiado por entrar a sacarlos. SEMANA: Si quería hablar de la realidad del país, ¿por qué escogió el formato de ficción en lugar de documental?C.G.: A mí siempre me ha gustado hacer ficción, aunque he dirigido documentales. Desde la universidad, siempre había querido hacer una película sobre Colombia, sobre lo maravilloso y terrorífico que es este país. Si fuera un analista político, escribiría un libro sobre el desplazamiento, pero lo mío es hacer que la gente sienta cosas. Yo trabajo con las emociones. Mi idea con esta película nunca fue sentar cátedra, ni decir 'tengo la verdad' o 'estos son los buenos y estos son los malos', sino mostrar cada parte como seres humanos. SEMANA:¿Por qué hacer un 'road movie'?C.G.: Porque es una película sobre Colombia y porque en la medida en que uno se va alejando de la ciudad la guerra se siente más, algo que en la película está muy marcado. Son dos días de viaje en Renault 4 y un tercer día en jeep. Yo llamo al primero 'un día geográfico' y al segundo 'un día político'. En el primero no se ve un solo soldado, se hace énfasis en el paisaje, en la grandeza del país. El segundo empieza con un retén de la guerrilla. SEMANA: La primera parte de la película también muestra los problemas de infraestructura del país...C.G.: Sí. Yo tengo una teoría: si un extranjero se sentara en una carretera colombiana para estudiar el tráfico por una hora, se daría cuenta de todos los problema que tiene el país. Los problemas de ilegalidad, por ponerlo de alguna manera: la flota que va más rápido, el carro que va más lento que los otros, cómo los unos se pasan a los otros. SEMANA: Al final de la película usted incluyó las cifras de desplazados en Colombia según Acnur: cerca de cuatro millones y medio. ¿Su intención fue hacer una denuncia?C.G.: Debatí mucho sobre poner o no las cifras. Todo el mundo me habla de Retratos en un mar de mentiras como si fuera una película política, pero esa nunca fue mi intención. En la medida en que se metió el tema del desplazamiento, en la medida en que uno muestra una visión del país, esta se convierte en una película política. Y en una película polémica, pues como la historia de Colombia todavía no está escrita, hay muchas divergencias entre quienes son los que tienen la razón. Esa es una polémica que está fresca y en este momento hay grandes intereses políticos sobre cómo se escribe esa historia. SEMANA: El desplazamiento no es un fenómeno nuevo, ¿por qué cree que acá en Colombia los desplazados siguen siendo invisibles? C.G.: Creo que hay una combinación de varias cosas. La primera, que en Colombia solo es importante lo que sale en la prensa. El secuestro, el desplazamiento y las matanzas deberían tener la misma cobertura en los medios. La segunda es que nos hemos hecho un callo y como el desplazamiento es una tortura a goteo, que lleva muchos años, la gente está inmunizada. Por otro lado, también hay una campaña de ensuciar políticamente al desplazado, de decir que son aliados de la guerrilla. Me parece increíble, por ejemplo, que aquí nadie les crea a los informes de Human Rights Watch, una organización serísima, respetada en todo el mundo. SEMANA:¿Y le van a creer a una película?C.G.: Lo importante es que la película humanice. Unicef me contrató hace unos años para hacer un documental sobre los niños en América Latina para conmemorar los 500 años del descubrimiento. Ellos querían sacar unas cifras parecidas a las de Acnur. Pero las cifras por sí solas no dicen nada: uno puede saber que hay tres millones de analfabetos y cinco millones de desplazados, y a uno le entra por un oído y le sale por el otro. SEMANA: Esta parece ser una película del posconflicto. ¿Qué opina usted al respecto?C.G.: Esa es la gran mentira que nos ha vendido el gobierno de Uribe. Creo que las Farc están golpeadas, pero a un nivel que no es significativo. Estratégicamente siguen igual, tácticamente han perdido soldados. Conseguir reclutas es fácil para un ejército, y ellos tienen su cúpula casi intacta. La solución al conflicto es negociada. SEMANA: Salvo contadas excepciones, la crítica ha clasificado las películas sobre la realidad nacional como pornomiseria. ¿Cree que estamos listos para ver el conflicto desde otro punto de vista? C.G.: Si una película es pornomiseria depende un poco de la calidad, y ese es un problema de suerte. En ese sentido, esa es una pregunta que a mí me tiene sin cuidado. Me parece que en algunos casos tiene un matiz político. A la gente muchas veces le molesta que uno muestre cosas que ellos no quieren ver o que no quieren mostrar del país.